ENDIOSAMIENTOS, SACRIFICIO DEL EGO Y PROCESO DE INDIVIDUACIÓN
Eranos, 1 de febrero de 2001
Creerse demasiado importante: el endiosamiento
“He recibido desde lo alto la solución definitiva de los Arcanos que siguen el orden intelectual y el orden divino. Cuando nos veamos, charlaré contigo sin reticencias sobre todos los asuntos en los que Dios ha querido que yo recibiera directamente la luz”, le escribía el ocultista Stanislas de Guaita a otro ocultista mostrando así unos “aires de grandeza” y “endiosamiento” al estar poseído por inflación psíquica -en términos junguianos- indetectable por su ego.
Uno de los grandes peligros que existen tanto en la vida profesional como en la espiritual es precisamente el de la inflación psíquica. Y ciertamente ¿quién no la ha padecido, en mayor o menor grado, en algunos momentos de su vida profesional y espiritual? Quien esté libre de culpa que tire la primera piedra. Mas reconocida tal situación y puestos ha advertir sobre algunos “peligros del alma”, ésta es una de las que nunca deberíamos cansarnos de señalar los que hemos asimilado lo suficientemente las enseñanzas y experiencia vital de Jung.
Estando en la universidad realizamos como trabajo de curso un ensayo de 200 páginas sobre la obra de Jung tras el estudio y consulta de medio centenar de obras y consultar con el doctor Ramón Sarró Burgano y el profesor Juan García Font, cofundadores del Círculo Junguiano de Barcelona. Allí recogimos las siguiente consideraciones de Jung en lo que respecta a una identificación del ego (yo consciente) con ese complejo que el maestro suizo denominaba “persona” y que tiene que ver, en el texto escogido a continuación, con la vida profesional:
“Un caso muy corriente de inflacción psíquica consiste en la identidad, desprovista de humorismo, entre muchos hombres y su ocupación o su título. Cierto es que mi cargo es la actividad que me corresponde, pero a la vez es un factor colectivo, formado históricamente por la labor conjunta de muchos, y su dignidad se la debo únicamente al asentimiento colectivo.
Por lo tanto, si yo me identifico con mi cargo o con mi título, me portaré como si yo mismo fuese equivalente a todo el factor social complejo que es un cargo, como si yo no fuese meramente el que ostenta el cargo, sino que al mismo tiempo representara también el asentimiento de la sociedad. Con ello me habré inflado anormalmente, usurpando cualidades que en modo alguno se hallan dentro de mi persona, sino que quedan fuera de ella”.
Este tipo de individuos suelen anteponer obcecadamente a su nombre el calificativo de Doctor, Ingeniero Jefe, Director, Redactor Jefe, Ministro, Presidente, Maestro en …, etc, etc, etc.
Mas no es este aspecto de la inflación psíquica el que cabe tratar en Eranos, sino más bien el que se relaciona con la espiritualidad porque estamos en una época, como casi todas por otro lado, en la que nos invaden los gurús, maestros, profetas, Grandes Priores neotemplarios, altos grados francmasónicos, astrólogos, videntes, la mayoría de ellos (que no todos, dios me libre de meterles a todos en un mismo saco) meros mercachifles pero que, sin embargo, arrastran tras de sí a miles de corderos que en su búsqueda interior han tenido la desgracia de caer bajo la fascinación psíquica de diversos complejos y arquetipos incardinados (proyectados inconscientemente por tanto desde su psiquismo) en tales individuos. Y sobre ello sí que es preciso advertir del peligro que se corre a tales personas que, en su buena fe e ingenuidad, están presos en la red de Maya. Claro que más grave es la situación de los que se creen gurus por estar sumergidos en una inflación psíquica que, además, les es totalmente inadvertida.
Conceptos básicos de psicología junguiana
Antes de proseguir es necesario resumir, aunque sea muy por encima, algunos conceptos fundamentales de la Psicología Junguiana para situarnos en el contexto en que se sitúa nuestra intervención.
Según Jung la psique humana está formada por un pequeño iceberg aglutinado en torno a la lucecita de la consciencia o ego que va ampliándose a medida que va adquiriendo conocimientos y experiencia tomados de la Conciencia Colectiva (creencias y cultura colectiva, para entendernos con pocas palabras), de su propio inconsciente personal (en el que han ido a parar todos los conocimientos adquiridos en vida y olvidados por el ego, así como todos sentimientos y percepciones vividos y olvidados, etc..), y del llamado Inconsciente Colectivo. Es decir que en la psique humana el ego es una pequeña lucecita a modo de parte superior de un iceberg, con un inconsciente personal que es la zona del iceberg sumergida, y que está rodeada por el Inconsciente Colectivo que sería el océano y lo que hay por encima de éste (los Cielos). Por tanto, en la Psicología de Jung, la consciencia y su centro (el ego) es un “cachito” de la psique aunque ciertamente muy importante porque es a partir de ella de donde la individualidad humana puede trascenderse a sí misma y llevar a cabo el denominado Proceso de Individuación o de Integración en el Sí-Mismo, el verdadero eje rector de la psique, el jivatma del Vedanta (que no es sino el reflejo humano del Atma, como ésta lo es del Principio Absoluto).
Los contenidos del Inconsciente Colectivo se agrupan en arquetipos que, en la terminología junguiana, están dotados de energía psicoide. Ésta no es meramente psíquica sino que es la fuente, origen o madre de la cual deriva en el plano humano la energía psíquica. Los arquetipos son, por decirlo de otra forma, elementos del “Mundus Imaginalis”, un mundo intermedio entre “lo divino” y “lo humano”, y pueden manifestarse sincronísticamente como energía y como materia a la hora de ser captados por las percepciones sensoriales y psíquicas humanas, mas su lenguaje preferido es el de los Símbolos, precisamente por estar estos dotados de esa doble convergencia material y espiritual.
Jung identificó algunos de los arquetipos fundamentales del Inconsciente Colectivo y los llamó “sombra”, “anima-animus”, “Viejo Sabio-Gran Madre”, “Puer Aeternus” y “Sí-Mismo”. Están dotados de energía psicoide de “alto voltaje” y el contacto con los mismos puede “electrocutarnos” si no se toman las medidas oportunas y Dios no media en tal interrelación. Por eso en el pasado la psique humana los concebía como daemones, ángeles, demonios y Dioses. Son “fuerzas”, “potencias”, con las que hay que saber convivir e ir “integrando” en la medida que lo permite el psiquismo y espíritu humano.
La inflacción psíquica o “empavonamiento”
En una de sus primeras obras, “El Yo y el Inconsciente”, Carl Gustav Jung hablana de la inflación psíquica provocada por la identificación del ego con algún arquetipo del Inconsciente Colectivo. Leámosle porque vale realmente la pena:
“La identificación con la psique colectiva es equivalente a la hipótesis de la inflación, la cual, en este caso, queda elevada a sistema; es decir, uno sería el feliz poseedor de la gran verdad que habría de descubrirse todavía, poseedor de la revelación definitiva que significa la prosperidad de los pueblos. Esta orientación no necesitaría precisamente ser un delirio de grandeza en forma directa, sino un delirio de grandeza en su conocida forma atenuada del reformador, del profeta o del mártir. Los espíritus débiles, que, como sucede con frecuencia, disponen de una medida considerable de ambición, vanidad e ingenuidad inoportuna, corren no poco peligro de sucumbir a esta tentación. La abertura del paso a la psique colectiva significa una renovación de la vida para el individuo, tanto si esta renovación resulta agradable como si es desagradable. Los afectados desea
n aferrarse a esta renovación, uno porque así realza su sensación vital, otro porque de ese modo brinda un amplio campo nuevo a su conocimiento, un tercero porque así ha descubierto una clave para la transformación de su vida. Por esto mismo, todos los que no quieren renunciar a los grandes valores enterrados en la psique colectiva, procuran conservar el recién adquirido acceso a los fundamentos originales de la vida (los arquetipos). El camino más próximo parece ser la identificación…
(…) Nadie que se de cuenta de lo ridículo de esta identificación tendrá el valor de elevarla hasta el grado de un principio. Pero el peligro consiste en que muchísimos carecen del humor necesario o en que su humor les abandona precisamente en este lugar: se apodera de ellos una sensación patética, una especie de exceso de orgullo, que les impide toda autocrítica eficaz. No negaré en general la posibilidad de que haya profetas verdaderos, pero para mayor precaución, me permitiré dudar en principio de cada caso, pues lo que está en juego es demasiado grave para que uno pueda decidirse despreocupadamente a creerlo legítimo sin más ni más. Todo profeta verdadero protestará por lo pronto enérgicamente en contra de toda pretensión inconsciente que quiera adjudicarle este papel. Por lo tanto, cuando, súbitamente, surge un pretendido profeta, más vale interpretarlo como una pérdida del equilibrio psíquico.
Pero, además de la posibilidad de convertirse en profeta, se brinda también otra satisfacción más sutil y aparentemente más legítima: la de convertirse en discípulo de un profeta. Esta tendencia resulta poco menos que ideal para la gran mayoría. Sus ventajas son múltiples: el “otium dignitatis”, o sea, las obligaciones sobrehumanas del profeta, queda reemplazado por un “otium indignitatis” tanto más agradable: uno es indigno; modestamente está sentado a los pies del “maestro”, guardándose de toda idea propia. La pereza espiritual se convierte en virtud; se tiene el derecho de disfrutar el sol de un ser por lo menos semidivino. El arcaísmo y el infantilismo de la fantasía inconsciente quedan satisfechos sin esfuerzo alguno de su parte, puesto que toda obligación queda transferida al “maestro”. Glorificándole a él, uno se eleva a sí mismo, aparentemente sin darse cuenta de ello; además, la grandiosa verdad, aunque no ha haya descubierto uno mismo, por lo menos la recibió directamente del “maestro”. Naturalmente, los discípulos siempre se unen con solidaridad, no precisamente por cariño, sino guiados por el bien entendido interés de producir una unanimidad colectiva, que ha de confirmarlos a todos en sus propias convicciones, sin trabajo alguno.
Esta es una identificación con la psique colectiva, que parece muchísimo más recomendable; otro tiene el honor de ser profeta, y con ello asume también la peligrosa responsabilidad. Uno mismo no es más que un discípulo, pero con ello siempre será un coadministrador del gran tesoro descubierto por el maestro. Se comprende y siente toda la dignidad, todo el peso de semejante cargo, y se considera como deber máximo y como necesidad moral denigrar a todos los que piensan de otro modo, hacer prosélitos e iluminar a la Humanidad en general, exactamente como si uno mismo fuese el profeta. Y son precisamente aquellos que han ido a refugiarse detrás de una “persona” aparentemente modesta los que de repente aparecen a la faz del mundo inflados por identificación con la psique colectiva. Pues, tal como el profeta es un prototipo de la psique colectiva, también resulta serlo su discípulo.
En ambos casos sobreviene una inflación por el inconsciente colectivo, y la independencia de la individualidad sufre un menoscabo. Pero como que no todas las individualidades, ni mucho menos, poseen suficiente energía para la independencia, la fantasía de discípulo será acaso lo mejor que sepan conseguir. Los goces de la inflación vinculada con ello, son entonces, por lo menos, una pequeña indemnización por la pérdida de la libertad espiritual. También hay que apreciar en lo que vale el hecho de que la vida de un profeta, verdadero o imaginario, está llena de sufrimientos, de desengaños y privaciones, de modo que el séquito de los discípulos, con sus cánticos y hosannas, adquiere el valor de una compensación. Todo esto resulta humanamente tan comprensible, que casi tendríamos que maravillarnos si un destino cualquiera hubiese de conducir más allá”.
Jung no sólo advirtió de los peligros provenientes del lado “siniestro” de los arquetipos, sino que señaló unas técnicas de captación del lado “bueno” de tales arquetipos, comenzando con la diferenciación entre el “yo-ego” y las “figuras” de “lo inconsciente” (véase por ejemplo el capítulo tercero de la obra ya citada, sin ir más lejos). La técnica de la “imaginación activa” es la ideada por Jung al efecto .
Siguiendo con “El Yo y el Inconsciente”, verdadero manual técnico-iniciático, Jung señala diversas técnicas humanas de acercamiento a “lo inconsciente” (o sea, todo aquello que no nos es consciente, es decir CASI TODO lo referente al alma y, mucho más, en lo que respecta al espíritu). Se refiere, en este caso, a las iniciaciones tribales y a los misterios de la Antigüedad, a los que califica globalmente de “misterios de transformación de máxima importancia espiritual”. Y agrega: “Muchas veces, los iniciandos quedan sometidos a dolorosísimos métodos de tratamiento, y al mismo tiempo se les comunican los misterios, las leyes y la jerarquía de la tribu por un lado y, por otro, teorías cosmogónicas y míticas”. Y seguidamente se lamenta de la inexistencia actual de tal tipo de iniciaciones en Occidente, aunque admite que los sacramentos cristianos conservan “aunque pálidas y degeneradas, las antiguas ceremonias de iniciación”. Leamos lo que sigue:
“La Edad Moderna no posee nada equiparable a la importancia histórica de las iniciaciones (compárense los testimonios de los antiguos, en cuanto a los misterios eleusinos, por ejemplo). La masonería, la Iglesia gnóstica de Francia, rosacruces, la teosofía, etc., sólo son productos mezquinos de substitución de un algo que, en la lista histórica de las pérdidas, debería remarcarse con letra roja” (y lo dice un francmasón, gran estudioso de la fenomenología paranormal, Gnosticismo y Alquimia como era Jung).
Pero Jung afirma que desde el centro del ser humano, desde la chispa divina inherente en el Sí-Mismo, fluyen símbolos de transformación iniciática tendentes a un proceso de individuación, de ser “Uno Mismo” con el Sí-Mismo (en definitiva: que Dios no deja huérfanos a los humanos y posibilita el acceso a Él a través de la integración adecuada de la energía psicoidea y sabiduría implícita en las imágenes arquetípicas que hace aflorar desde el centro “principial” de cada persona).
EL VIEJO SABIO COMO ESCALÓN EN EL PROCESO DE INDIVIDUACIÓN
Hay un arquetipo que subyuga al ego en muchos casos: la “Personalidad-Maná”, “Viejo Sabio-Mago” (en el caso del hombre) o “Magna Mater-Maga” (en el caso de la mujer) que simbolizan el arquetipo de la antigua sabiduría y del Sentido de la Vida. Y caer fatalmente en su dominio, por identificación con tal arquetipo es nefasto, pudiéndose llegar a caso como el de Nietzsche y el de Fritjof Schuon ya anciano. Otro caso es el de Miguel Serrano en sus dos últimas décadas, también ya anciano. Y por doquier vemos a muchos pretendidos gurus contemporáneos y a “altos iniciados” que adolecen de inflacciones psíquicas provocadas por este arquetipo.
“La Personalidad Maná es, por un lago, superior en el saber y, por el otro, superior en la voluntad. Haciendo conscientes los contenidos básicos de esta personalidad, nos hallaremos en una situación en la que nos habremos de acostumbrar al hecho de haber aprendido más que otros y de tener también una volición mayor que la de otros. Ya se recordará que tan desagradable parentesco con los “dioses” le hizo a Ángelus Silesi
us un efecto tan desastroso, que, desde su superprotestantismo se volvió precipitadamente al más profundo seno de la Madre Negra, saltando la estación intermedia luterana, porque ya no ofrecía seguridad; paso sumamente desfavorable para su talento lírico y su salud nerviosa”, advierte Jung.
La diferenciación del ego con la “Personalidad Maná”, empresa titánica, es precisa llevarla a cabo asimilando sus contenidos, lo que nos conduce -indica Jung- hacia nosotros mismos de forma natural, evidenciándose una vez más “que somos un algo existente y vivo, cogido entre las imágenes de dos mundos y sus energías, sólo vagamente sospechadas, pero bastante más claramente sentidas.. Ese “algo” es un punto central virtual de una constitución tan misteriosa que lo podrá exigir todo: parentesco con animales y con dioses, con cristales y con astros, sin que ello nos produzca admiración alguna, sin que tan siquiera lo desaprobemos… Ese punto central lo he llamado Sí-Mismo. Intelectualmente, el Sí-Mismo no es más que un concepto psicológico; es una construcción destinada a expresar una esencia no reconocible, a la que nosotros no logramos comprender como tal, pues se sale de los límites de nuestra capacidad comprensiva, conforme ya se desprende de su definición. Igualmente se le podría llamar EL DIOS EN NOSOTROS (Enmanuel). De un modo inextricable, toda nuestra vida anímica parece emanar de este punto y todos nuestros objetivos últimos y supremos parecen apuntar hacia él”.
LAS DOS GRANDES ETAPAS DE LA INDIVIDUACIÓN
Antonio Vázquez en su obra “Psicología de la Personalidad en C.G. Jung” resume este Proceso de Individuación dividiéndolo en dos grandes etapas:
“1º.: Es preciso que el yo-ego “muera”, esto es, renuncia a sus deseos narcisistas y megalómanos de creerse el dueño absoluto del destino de la personalidad, un superhombre…
2ª Es necesario que el yo-ego “renazca” o resucite de esta muerte simbólica, pasando airosamente la inevitable prueba dolorosa de la renuncia, mediante una “transformación” de su anterior deseo-sin-ley a un deseo-según-la-ley (el “dharma” diríamos más bien nosotros): el hombre entra así en el universo humano de valores del espíritu, donde la libertad individual se ejerce en un respeto mutuo de libertades de los demás. Esto supone la “aceptación” consciente de las propias limitaciones y la subordinación del ego a un absoluto que está sobre él, el Sí Mismo”.
En esa segunda fase es cuando surge el peligro de la inflación psíquica que, como hemos señalado al principio, es inevitable sufrir en mayor o menor grado. “Todavía no he visto un solo proceso de semejante desarrollo más o menos avanzado en el que no hubiese tenido lugar, siquiera pasajeramente, una identificación con el arquetipo de la Personalidad-Maná”, admite Jung, mas esta inflación del ego debe superarse para dejar a un lado el “alto narcisismo espiritual” o “endiosamiento”. Y por tanto es preciso que el “hombre-viejo”, el “rey”, tenga que “morir” y que sea “crucificado” para que renazca transformado. Es necesario, por tanto, ser conscientes de que una cosa es el arquetipo del Mago y otra nuestro ego, que una cosa es la Sabiduría o Sentido que él nos trae y otra muy distinta nuestro ego, el cual sentirse como un escolar sempiterno siempre en fase de aprendizaje y nunca de maestro, puesto que es este Guru Interior, este arquetipo del Viejo Sabio el que, desde la antigüedad, representa al “iluminador, el instructor y maestro, el psicopompos” y su numinosidad y energía psicoide es de él y no nuestra, proviene del Sí-Mismo y no de nuestro ego por lo que no nos pertenece ni debemos apropiarnos de ella, viene a decir Jung. Hermes-Mercurio desempeña el papel de Viejo Sabio en el hermetismo y su aplicación técnica de la alquimia. Khadir lo desempeña en el Islam. Merlin lo hace en los relatos artúrico-griálicos.
“Quién haya logrado, pues, integrar el arquetipo del Espíritu a través de una dolorosa discusión con su propio inconsciente para diferenciarlo así de su propio Ego, reconocer su altar función numinosa y “escuchar” sus consejos de viejo sabio, sobre todo en los momentos difíciles de la vida, ha superado esta que yo llamo sexta fase del proceso de individuación. Su personalidad enriquecida y transformada habrá alcanzado una autonomía y madurez poco comunes: la antigua y falaz imagen del ego, formada por identificaciones proyectivas y otras mil defensas, se habrá ido acercando a su modelo arquetípico y objetivo, único espejo en que debe mirarse para saber quién es: el Sí Mismo”, concluye Antonio Vázquez.
La última fase es la del sacrificio último del ego ante el Sí-Mismo y la de éste ante el ego, simbolizado en el cristianismo, según Jung, por la “encarnación de Dios en Jesús” y la “crucifixión de Cristo”.