La conducta en la vida

En la conducción de nuestra vida no podemos permitirnos ignorar la ordenación natural de las cosas. Es cierto que conservamos todavía la ilusión de ser los privilegiados entre todos los vivientes y de escapar a la regla común. El sentimiento de ser libres nos da una engañosa seguridad. Creemos ocupar sobre la tierra una situación muy superior a la asignada a las plantas, a los árboles y a los animales. Conviene, sin embargo, que sepamos de modo preciso cuál es nuestro verdadero lugar en la naturaleza.

    Nuestro cuerpo, como se sabe desde Aristóteles, es una unidad autónoma, cuyas partes todas están entre sí en relaciones funcionales y existen como sirvientes del todo. Se compone de tejidos, de sangre y de espíritu. Estos tres elementos son distintos, pero inseparables unos de otros. Son igualmente inseparables, aunque distintos, del medio físico, químico y psicológico en el cual estamos sumergidos. Todas las substancias, pues, que constituyen los tejidos y la sangre vienen de este medio, bien directamente, bien indirectamente, por mediación de las plantas y de los animales. La mayor parte de nuestro cuerpo está hecha del agua de la lluvia, de los manantiales y de los ríos. Esta agua inferior tiene en solución proporciones definidas de sales minerales cuyo origen se encuentra en el suelo. Constituye el substrato de las células y de la sangre. Como la tierra y el agua de mar, contiene sodio, potasio, magnesio, caldo, hierro, cobre, y una cantidad de elementos más raros, como el manganeso, el cinc, el arsénico que nos aporta la carne de los animales, la leche, los granos, los cereales, las hojas de las legumbres, los tubérculos y las raíces. Son también los animales y las plantas los que suministran las materias azoadas, las grasas, los azúcares, las sales y las vitaminas indispensables para la construcci6n de los tejidos, para su conservación y para sus gastos energéticos. Los elementos químicos que entran en la composición del cuerpo son idénticos a los que componen el sol, la una y las estrellas. No hay diferencia alguna entre el oxigeno que respiramos del planeta Marte y el oxígeno que respiramos. El hidrógeno contenido en la molécula del glicógeno del hígado y de los músculos y el calcio del esqueleto son los mismos que el hidrógeno y el calcio de las llamas cinematográficas por Mac Math en la atmósfera del sol. El hierro de los glóbulos rojos de la sangre es semejante al hierro de los meteoritos. Los átomos de sodio que flotan como niebla ligera en los espacios intersiderales podrían ser utilizados por nuestros tejidos tan bien como los de la sal de nuestros alimentos.

En suma:elementos químicos de que se halla hecho nuestro cuerpo vienen del cosmos, de la tierra, del aire y del agua. Los elementos químicos se comportan de la misma manera dentro del cuerpo como fuera de él. Desde Claude Bernard, sabemos que las leyes de la fisiología son fundamentalmente las mismas que las de la mecánica, de la física y de la química. Los modos de ser de las cosas son invariables; por ejemplo: las leyes de las masas de la capilaridad, de la ósmosis, de la hidrodinámica, siguen siendo verdaderas en el seno de nuestros tejidos. Es posible, sin embargo, de acuerdo con la hipótesis emitida por Donnan, que ciertas leyes estadísticas cesan de obrar en los órganos celulares tan pequeños que sólo encierran algunas gruesas moléculas de materia proteica.

En suma: nuestro cuerpo es un fragmento del cosmos, dispuesto de manera muy particular, pero en el cual se manifiestas las mismas leyes que en el resto del mundo. Está constituido por los mismo elementos que su ambiente físico.

   Hay también entre el hombre y su medio relaciones funcionales individibles. El medio se acomoda al hombre y el hombre al medio. Se puede decir que el medio es para el hombre lo que la cerradura para la llave. Hombre y medio forman las dos partes de un todo. En efecto; la superficie de la tierra presenta un conjunto de físicas y químicas excepcionales en el universo y enminentemente propias para nuestra existencia. Nuestro planeta retiene en su derrotero una atmósfera bastante densa para permitir a los vivientes obtener, aún sobre las altas montañas, el oxígeno indispensable para la respiración. Es también la atmósfera la que protege a las plantas y a los animales contra la acción nociva de los rayos solares y del frío. La atracción del globo terrestre terrestre ejerce sobre todos los cuerpos nos hace adherirnos al suelo en la medida apropiada a las necesidades de nuestra vida. 

   En la superficie de Júpiter nos hallaríamos inmovilizados por nuestro peso. En la luna seríamos excesivamente ligeros. Como Henderson lo ha demostrado, el medio cósmico se adapta a la vida, sobre todo gracias a las propiedades singulares de tres elementos: el oxígeno, el hidrógeno y el carbono, que forman el agua y el ácido carbónico. El agua y el ácido carbónico estabilizan la temperatura de la tierra. Además, el agua moviliza la mayor parte de los elemento químicos. Una ver movilizados, estos elementos penetran por todas partes y sirven de alimento a los vegetales. En fin, el hidrógeno, el oxígeno y el ácido carbónico son los más activos de todos los elementos. Forman los compuestos más numerosos y los edificios moleculares más complejos. Gracias al agua, que  les proporciona en solución la mayor parte de las sustancias químicas, las plantas  y los animales preparan los alimentos complejos que el hombre necesita. De ese modo, el medio se adapta a la vida. Al mismo tiempo, la vida se adapta al medio. Emplea para ello dos procedimientos diferentes. Consiste el primero en absorber o asimilar el medio. El organismo, por ejemplo, absorbe el oxígeno del aire y asimila las substancias alimenticias. El segundo procedimiento consiste en reaccionar contra el medio y en ajustar a él. Este ajustamiento se hace por un esfuerzo de los grande sistemas de adaptación. La repetición de este esfuerzo aumenta el poder de estos sistemas, es decir, de los vasos, de los centros nerviosos, de los músculos, de las glándulas, del corazón, de todos los órganos. Esta es la razón de que el individuo, a fin de alcanzar su desarrollo óptimo, deba luchar constantemente con su medio. La dureza de las condiciones de la vida es la condición indispensable para la ascensión de la persona humana.

 Los sabios cometen con frecuencia el extraño error de observar los fenómenos naturales como si ellos mismos se encontrasen fuera de la naturaleza. En realidad, forman parte de un sistema material compuesto del observador y del objeto de su observación.

   Nuestro espíritu, es cierto, no está encerrado en las cuatro dimensiones del espacio y del tiempo. Aun cuando estemos sumergidos en el cosmos, tenemos el sentimiento de podernos librar de él. De un modo que todavía no compremos, el espíritu es capaz de evadirse de la continuidad física. Sin embargo, continúa inseparable del cuerpo es decir, del mundo físico. Está sometido a este mundo. Basta que el plasma sanguíneo quedé privado de ciertas sustancias químicas para que las más nobles aspiraciones del alma se desvanezcan. Cuando la glándula tiroides, por ejemplo, cesa de segregar la tiroxina en los vasos sanguíneos, ya no hay ni inteligencia, ni sentido de lo bello, ni sentido religioso. El aumento o la disminución del calcio produce un desequilibrio mental. La personalidad se desintegra bajo la influencia delalcoholismo crónico. Si, como lo hizo Mr. Collum, se suprime completamente el manganeso de la alimentación de una rata, ésta pierde el sentido maternal. Por el contrario, cuando se suministra un extracto de glándula pituitaria llamado prolactina a ratas vírgenes, adoptan estás a jóvenes ratas, construyendo nidos para ellas y las rodean de cuidados. Y a falta de jóvenes ratas, consagran su amor paternal a pichones recién nacidos

. Es cierto también que los sentimientos son profundamente influidos por ciertas enfermedades. Un ataque ligero de encefalitis letárgica puede producir como consecuencia una transformación de la personalidad. Cuando el treponema pálido comienza su invasión del cerebro, ilumina a veces la inteligencia con relámpagos de genio. Es cierto que el estado del espíritu se halla condicionado por el cuerpo. Las  actividades intelectuales y afectivas dependen de los condiciones físicas, químicas y fisiológicas de los órganos. Por consiguiente, del mundo cósmico.

 En suma: nuestro cuerpo está hecho de agua y de elementos tomados en el aire y en la tierra. Las leyes de la física y de la química se aplican lo mismo a los fenómenos que se realizan en el mundo interior de nuestros tejidos y de nuestros humores que a los del mundo exterior. Somos en la superficie de la tierra seres análogos a los demás seres; más próximos, sin embargo, a las plantas, los árboles y los animales, que a las rocas, las montañas, los ríos y el océano. Formamos evidentemente parte de la naturaleza. Tenemos lazos estrechos de parentescos con los animales superiores, en particular con los chimpancés y los orangutanes. Pero les superamos inmensamente por la potencia de nuestra mente. Gracias a nuestra inteligencia tenemos libertad de conducirnos con nos place. Es el sentimiento de la libertad lo que nos da ilusión de ser independientes de la naturaleza. Si bien cierto que somos libres, es cierto también que estamos sometidos al orden del mundo. Podemos, si lo queremos, no tener en cuenta ninguna de las leyes naturales. Sólo nuestra voluntad nos obliga a tomar en consideración las propiedades esenciales de nuestro cuerpo y de nuestro espíritu, y los modos de ser del mundo que nos rodea. Podemos, si lo deseamos, descender de un barco para caminar sobre las aguas, saltar desde lo alto del Empire State Building a la Quinta Avenida, habitar gracias al hashish entre las maravillas del país de los sueños, o abandonarnos a la corrupción de la civilización moderna.

En otros términos; tenemos la facultad de comportarnos o no según el orden que emana de las cosas. Pero jamás conseguiremos romper los lazos que nos unen al mundo del cual procedemos. La voluntad del hombre será siempre impotente para modificar la estructura del universo. Como nuestros hermanos inferiores, los cetáceos de los mares polares, o los antropoides que viven en las selvas tropicales, formamos parte de la naturaleza. Estamos sometidos a las mismas leyes que el resto del mundo terrestre. Por razón de formar parte de la naturaleza, debemos, como lo enseña Epitecto, vivir conforme a sus órdenes. Tenemos que ser lo que somos en nuestra esencia de ser.

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