Sobre lo sublime

 Su libertad (la del hombre) estaría perdida, pues, si no fuera capaz de otra cultura que la física. Pero el hombre debe ser hombre sin excepción: es decir, no debe sufrir de manera alguna nada contra su voluntad. Si no puede, pues, oponer a las fuerzas físicas una fuerza física proporcionada, no le queda más, para no sufrir violencia, que abolir esa relación tan perjudicial, derogando el concepto de violencia, la que en la realidad de los hechos, debe sufrir. Anular una violencia derogando su concepto, no es otra cosa que aceptarla de buen grado. La cultura que lo habilita para esto se llama cultura moral. El hombre moralmente formado y sólo éste, es completamente libre. Él es superior a la naturaleza como poder, o está a tono con ella. Nada de lo que ella ejerce contra él constituye violencia, porque antes que le llegue se ha convertido en su propia acción, y la naturaleza dinámica no le alcanza nunca, porque él se separa por su libre acción de todo lo que ella puede alcanzar. (…)

Porque es, según se sabe, cosa completamente distinta, si sentimos el deseo de objetos bellos y buenos, o si sólo deseamos que sean bellos y buenos los objetos existentes. Lo último puede existir con la mayor libertad del espíritu, pero no así lo primero. Que sea bueno y bello lo existente, podemos exigirlo; que exista lo bello y lo bueno, sólo podemos desearlo. Esta disposición de ánimo, a la cual le es indiferente si existe lo bello, lo bueno y lo perfecto, pero que pide con severidad rigurosa que sea bello, bueno y perfecto lo que existe, se llama con preferencia grande y sublime, porque contiene todas las realidades del carácter bello, sin participar de sus límites.

En el primero de estos genios se reconoce el sentimiento de lo bello, en el segundo el sentimiento de lo sublime. Sin duda, lo bello ya es una expresión de la libertad, pero no de aquella que nos eleva sobre el poder de la naturaleza y nos desliga de toda influencia corpórea, sino de la que gozamos dentro de la naturaleza, como hombres. Nos sentimos libres con la belleza, porque en ella armonizan los instintos sensibles con las leyes de la razón; nos sentimos libres con lo sublime, porque los instintos sensibles no tienen ninguna influencia sobre la legislación de la razón; porque aquí obra el espíritu como si no estuviera bajo otras leyes que las suyas propias.

 La libertad, con todas sus contradicciones morales y sus males físicos, es para los ánimos nobles un espectáculo infinitamente más interesante que el bienestar y el orden sin libertad, donde las ovejas siguen pacientemente al pastor y la voluntad dueña de sí misma se degrada a miembro servicial de un mecanismo. (…) Considerada desde este punto de vista, y sólo desde él, la historia universal es para mí un objeto sublime. El mundo, en cuanto objeto histórico, no es en el fondo otra cosa que el conflicto de las fuerzas naturales entre sí y con la libertad del hombre, y el resultado de esta lucha nos lo refiere la historia. Hasta donde ha llegado por el momento, la historia tiene que narrar de la naturaleza (en la que entra todo cuanto en el hombre es afecto) hechos mucho mayores que los de la razón autónoma (…). Si únicamente nos acercamos a la historia con grandes expectativas de luz y de conocimiento, ¡qué decepcionados quedamos! (…). Tan complacientemente se rige o parece regirse la naturaleza en su reino orgánico conforme a principios regulativos del enjuiciamiento, como indómitamente se suelta de las riendas en el reino de la libertad, en el que el espíritu especulativo desearía llevarla sujeta.

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