El silencio sustento de la palabra

La cosmovisión holística de la humanidad, forma de concepción totalizante y unitaria, se remonta hacia los orígenes de la humanidad. Las más antiguas y diversas culturas concebían que el movimiento de la naturaleza tienda hacia orden, hacia el equilibrio, y consideraban al ser humano como parte integrante de esa naturaleza viva, en constante cambio. En tanto las culturas orientales aprehendieron la existencia de este modo, perpetuándose hasta la actualidad, en occidente comenzó a diluirse, a perderse, al tiempo que iba configurándose una nueva cosmovisión cada vez más fragmentada y materialista de la realidad a partir del dualismo de Descartes y corporizada, en su máxima expresión, en el paradigma mecanicista newtoniano. Tomando en cuenta lo antes dicho nuestra dirección apunta a la doctrina Zen.
 
Los principios del Zen son: La perfección para todo aquel que manda, es ser pacífico; para el que combate es no encolerizarse; para el que desea vencer, es no luchar; para aquel que se sirve de los humanos es ponerse al servicio de ellos. Hay que tomar las cosas como vienen, caminar cuando se quiera caminar, sentarse cuando  quieras sentarte.  No hay nada que perder ni ganar, nada de que darse cuenta.  Deja pasar las cosas, no busques ni huyas, todas las aflicciones se originan en la mente ¿Por qué buscar en otra parte liberarse de ellas? Todo está dentro de ti, confía en ti mismo y observa en ti mismo lo que hay allí, y recuerda que tu vida es aquí y ahora. Este es el espíritu Zen.
 
“El Zen es aquello que más se aproxima a la dinámica más íntima de la creación poética. Porque mediante el impacto de la imagen (en apariencia absurda) provoca la iluminación”. Con respecto a la experiencia Zen es menester enfatizar en el hecho de que no se trata de una religión ni de una filosofía, sino que es en alta medida una doctrina de los medios, del camino. Es la disciplina del viaje hacia la gran meta del hombre, la lucidez frente a todas las cosas, frente al universo. Zen es experiencia, vida concentrada, vida siempre consciente o la conciencia cotidiana de las cosas como lo expresara Matsuo Bashoo, poeta del siglo VIII: La conciencia de todo momento, de toda acción, de toda inacción. El sentido del Zen es fundamentalmente el impulso liberador, la tendencia mental que diluye los antagonismos, admite la coexistencia de los opuestos, conduce al desapego y articula las esferas de lo consciente e inconsciente, de modo que se erige en una audaz tentativa de emancipación del hombre por la abolición de los resultados de la mente dualista, disociadora, que discrimina lo racional de lo irracional.
 
La cultura oriental ha concebido una palabra para designar este proceso de renacimiento, de iluminación, y, en el budismo Zen es satori. El satori (wu en chino) es la claridad que hay en las cosas mismas, experimentado a partir de una superación absoluta de toda diferencia, de todo dualismo, es la trascendencia del círculo lógico; pero es una experiencia que ningún lenguaje convencional puede explicar, pues el satori conceptualizado deja de ser satori. La apertura del satori puede darse por un sonido inarticulado, una observación, un incidente, una trivialidad, es decir, es un acto que se da de modo inconsciente cuando la propia mente ha madurado. Religiosamente es un nuevo nacimiento; intelectualmente es la adquisición de un nuevo punto de vista.
 
La iluminada comprensión es efectivamente un despertar y por lo tanto constituye una nueva perspectiva mental, una penetración intuitiva, una capacidad que va madurando como fruto, una forma de la atención que se va haciendo cada vez más honda y poco a poco define las palabras, el modo de combinarlas, en oposición al entendimiento intelectual y lógico del humano, la revelación de un nuevo mundo hasta entonces no percibido por la mente dualista.
 
En el despertar el humano incrementa y afirma a tal punto su ser interior que es capaz de tender un puente hacia las cosas alcanzando tal amplitud y profundidad que trasciende lo individual y logra acceder de manera activa a otra dimensión de la realidad. Esta apertura intuitiva del inconsciente hacia la complejidad de la realidad es la causa de que infinitos caminos conduzcan a una sola meta, tan perfecta como si hubiese sido planificada con la precisión máxima de modo que el hombre pueda traspasar una frontera y proyectarse hacia el exterior.
 
Para mí la poesía es un modo de vida o es nada: si es un modo del lenguaje, de la expresión, es por lo tanto un modo del ser, no del hacer. Las doctrinas orientales, en el terreno del arte en general, suelen exigir del artista una total identificación con su tema, con su objeto y, especialmente para la práctica Zen en la que toda actividad puede y debe convertirse en un valioso medio de conocimiento interior. Todo lo que uno hace es susceptible de convertirse en un camino del Zen, en arte Zen. No es suficiente retratar fielmente un objeto, se requiere alcanzar la representación de su esencia absoluta, reducir la entidad a aquellos rasgos concretos que den cuenta de sus notas primordiales.

A través del Zen la naturaleza es el tema recurrente de la poesía, prácticamente intraducibles, en las cuales puede percibirse aquello que quiere decirse sin palabras, aquello que se dice sin palabras. La locuacidad del silencio habilita un nuevo espacio donde emerge la posibilidad creadora ante lo abierto. Es la posibilidad de reconquistar esa conjunción de palabra y silencio, de “abrir algo entre la palabra y el silencio” e intentar la recuperación del silencio desde la poesía a partir de aquello que clama por ser una presencia, por manifestarse y que muy pocos lenguajes son capaces de transmitir:

Escribir un poema
(…) con nada o casi nada,
con las sombras de las palabras,
los espacios olvidados,
un ritmo que apenas se destaca del silencio
y un silencio acotado en un punto
por detrás de la vida.

 
Porque sin silencio la palabra no existe pero también porque es un elemento de cohesión con un valor específico propio. Hay  cargas de silencio en la actividad poética: es el respaldo, la espalda de silencio que tiene la dimensión poética de la vida, toda esa esencial vivencia del silencio sin la cual no hay expresión válida. Pero hay algo más: no es sólo esa envoltura de silencio lo que sustenta a la palabra, sino que cada una de ellas tiene su propia carga interna de silencio:

La palabra no es grito,
sino recibimiento o despedida.
La palabra es el resumen del silencio,
del silencio, que es resumen de todo.

 
Con respecto a la unión con la naturaleza las culturas orientales el Zen mantienen una percepción e identificación con lo que en ella existe de sagrado. La sacralización de la naturaleza roza lo cotidiano y, por extensión, la poesía se desarrolla a partir de, por y en un ámbito eminentemente natural y en el orden de la vida diaria. Análogamente también puede rastrearse en la poesía la presencia de la naturaleza a partir de la experiencia de la conciencia no dual de la realidad:

Un árbol es el bosque.
Pero para eso hace falta
que un hombre sea todos los hombres.
O ninguno.

 
Fruto de un pensamiento orgánico como parte integral del cosmos, la poesía Zen indaga en el desconocimiento humano de la naturaleza acerca de lo que de ella hay en nuestro ser constitutivo y en lo que de ella podemos aprender a vivir. Este cambio de perspectiva produce un sentido completamente nuevo de realidad y de valor:

También hemos traicionado al agua.
Ni siquiera supimos
beber la transparencia.
Beber algo es aprenderlo.
Y aprender la transparencia es apenas
el comienzo
de aprender

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