El Wahy, la Revelación (I)
El Corán es un libro revelado al ser humano, y a su vez es un libro que revela a Allâh : lo revela, es decir, lo muestra : señala en su dirección y reconduce al recitador hasta sus propios orígenes donde todo se reencuentra. En su definición esencial, “wahy” es un destello fugaz que ordena hacer algo que inmediatamente es obedecido (aunque no se sea consciente de dónde viene o cuáles son los mecanismos que hacen que eso sea así).
Para comprender el sentido original del término Wahy, es decir, para aproximarnos a cómo sentía la Revelación el Profeta (s.a.s.), debemos sumergirnos en el Corán y sacar a la luz los significados con los que se usa -además del de “Revelación”- el término wahy, enriqueciéndolo así lo más posible y revelando su verdadera dimensión :
Comprobamos, por ejemplo, que el Corán designa con el término wahy al instinto. Así, nos dice que es el wahy el que empuja a las abejas a construir colmenas. No es, pues, descabellado decir que la Revelación fue sentida por el Profeta (s.a.s.) como un instinto, como una necesidad natural. Encontramos en el Corán, asimismo, el término wahy usado como algo que va más allá del instinto (al que la criatura no puede negarse), como una inclinación natural hacia determinadas cosas que voluntariamente se asume, como, por ejemplo, la madre que amamanta a su hijo. El wahy es lo que la empuja a proteger y alimentar la vida que ha nacido de ella. Y deducimos que el Profeta sintió la “Revelación” como un impulso interior al cual no tenía sentido negarse, habiéndose producido -de haberlo hecho así- un acto contra natura. Asimismo, encontramos wahy en el Corán con el sentido de gesto que se hace para que alguien comprenda una actitud sin necesidad de palabras, como por ejemplo los gestos de obediencia con los que se responde a alguien que tiene autoridad sobre nosotros. Así que, la Revelación es también una actitud del Profeta (s.a.s.) que era un signo en sí misma, un acto de adoración puro. El gesto de asumir la obligación de la transmisión del Corán sitúa al Profeta en la condición de hierofanía viviente, de manifestación viva de la existencia de lo sagrado.
Para los musulmanes, el Corán no tiene autor. Se trata de un Discurso increado (kalâm gháyr majlûq), una Palabra antigua (Kalâm qadîm) : no tiene origen alguno, como no lo tiene Allâh. Expresarse es consustancial a Allâh. Allâh es la Verdad, y la Verdad se evidencia a sí misma : el Corán es una de esas exteriorizaciones de la Realidad Creadora, teniendo su origen en sí misma. El Corán surge de lo más profundo y se extiende, se abre, se expande, al igual que todo lo que, a partir de la Unidad esencial, surge bajo una profusión de formas y una riqueza impensable de matices. El Corán es, en este sentido, el modelo condensado de lo mismo que sucede en cada instante en el universo, y por ello se dice que en él está todo : el Corán lo contiene todo porque lo representa todo. Descubrir el secreto interior del Corán es contemplar la esencia que rige el devenir en la existencia.
El Wahy, la Revelación (II)
El retiro de Sidna Muhammad (s.w.s) a la cueva de Hirâ simboliza el retrotraimiento de la criatura hasta el malakût, el espacio sagrado del corazón donde tiene lugar la Revelación. Acudiendo a la Cueva, Muhammad (s.a.s.) se retiraba de la densidad del mundo, se apartaba de lo que estaba lejos de la Unidad esencial, y se sensibilizaba ante Al-lâh.
El malakût es el espacio intermedio entre la Unidad esencial y la pluralidad de la existencia. Es decir, es el punto en el que se separan y se encuentran Allah y el mundo. Allah es estricta indeterminación y el universo es estricta concreción, Allah es sutileza y el mundo es densidad, Allah no admite nada junto a Él mientras que la existencia es multiplicidad, Allah es eterno mientras que las criaturas son efímeras, Allah es libre mientras que nosotros estamos sometidos al rigor del espacio y del tiempo…, y, por tanto, jamás podrían encontrarse extremos que son contrarios radicales.
El malakût es la intersección que marca esa diferencia, pero donde también es posible el encuentro. Participa, pues, de aspectos de los dos extremos: es sutil, pero es creado. Es decir, es donde lo sutil se densifica y lo denso se aligera. Es el espacio de los pensamientos, la intuición, los sentimientos, la imaginación… Tiene diferentes grados que van de lo más inmediato a la naturaleza humana -como la reflexión- a lo más cercano a Allah -como la Revelación-.
En el malakût el hombre se acerca a Allah y Allah se acerca al hombre. A sus habitantes se les llama malâ’ika (plural de málak). Los malâ’ika son descritos como “criaturas de luz”. El Corán dice que “tienen alas”, señalando con ello la levedad de su condición. Son mensajeros, los que comunican a Allah y el universo creado en la densidad de la materia. Transmiten a Allah y transmiten desde Allah, comunicando los dos polos del Ser, mientras habitan en su propio mundo que es el malakût. El málak es el que introduce al ser
humano en la dimensión de la espiritualidad. Con cada uno de sus actos, el musulmán penetra en el malakût para recibir en él la bendición gratificante de la presencia cercana de Allah.
De entre los malâ’ika, el espíritu más puro (Rûh aI-Quds) es Yibril. Yibril es el que recoge el Corán de su fuente unitaria y lo deposita en el corazón de sidna Muhammad (s.a.s.).
Sin duda, averiguaremos algo más de lo que significa Yibril en el Islam investigando en su etimología. “Yibril” pertenece a la familia hebrea de “GBR” (que pasa al árabe como “YBR”) cuyo sentido es “Potencia, Poder, Fuerza”. El verbo correspondiente es yabara, que significa “forzar a hacer algo, tener poder de enderezar”. De la misma familia es, por ejemplo, la palabra que usamos para designar esa tablilla con la que se restituían los huesos rotos, yabîra; otras palabras de la familia son yabbâr (“persona con poder, héroe”) y “álgebra”, al- yabr, que es esa ciencia por las que las operaciones matemáticas son reducidas a números, letras y signos. En árabe, el adverbio yabran significa “por fuerza, obligatoriamente”, el adjetivo yabrî “computsivo”, y el sustantivo yabriyya “determinismo, obligación, compulsión”.
La principal de las palabras de la familia es, por supuesto, Yabarût, el universo del Poder de Al-lâh. Según esta etimología, Yibril es aquello que lleva, que fuerza, que obliga a Muhammad a ser Muhammad (s.a.s.): el hombre sólo es hombre cuando encuentra el modo de retornar a su Señor, y este encuentro es la Revelación. El hombre previo a recibir la Revelación es un “hueso roto” que necesita de un muyabbir para volver a la fitra.
Respecto al “encuentro del Profeta (s.a.s.) con el ángel”, nos dice la tradición que al principio Yibril se le mostraba con una forma aterradora que Muhammad (s.w.s) no podía soportar. Se le estaba manifestando el malakût sin adaptarse a la forma que había de recibirlo. Y ello para que supiera que parte del wahy es que existe para el hombre un Poder cuyas dimensiones le son incalculables. Así que -para que la transmisión fuera posible- fue necesario “personificar” el malakût. Personificamos a Yibril para no perder la razón, para comprender, pero Yibril es un mundo, es el malakût experimentado por el hombre, es la forma que tenemos de denominar a nuestra vivencia del universo interior del universo.
El Wahy, la Revelación (y III)
Los musulmanes no nos cansamos de agradecer ese caudal inagotable de emoción que es el Corán. Pero la Revelación no es sólo el Corán. Esto es sólo el exterior de la Revelación, su manifestación histórica. En realidad, todo lo que es, es Revelación; aleyas de un Corán no escrito. Si los sufis dicen frases oscuras como que Muhammad es la materia prima del Universo, o que Muhammad es la luz creadora de los infinitos mundos, es porque se refieren a Muhammad (s.a.s) como depósito de la Revelación. No otro es el sentido de la segunda parte de la shahada: Muhammad (s.a.s.) no es “el Profeta”, ni siquiera “el último Profeta”; es todos los Profetas, es la capacidad del corazón humano de contener la Revelación. Y ésta es el fundamento -origen y consistencia- de lo que existe: la Revelación es la íntima estructura de las cosas creadas. Y captarla en toda su dimensión y profundidad exige unos sentidos bien preparados.
No hay fractura entre la sensibilidad y la imaginación. Nuestra civilización es la que provoca entre ellas una ruptura. Condena a los sentidos y condena a la imaginación, y niega que haya un continuum ontológico entre los unos y la otra. Desde una sensibilidad embrutecida no logramos despertar una imaginación inteligente; y, cuando no lo es, la imaginación se transforma en “la loca de la casa”, como decía Santa Teresa (Teresa de Ahumada). La imaginación, que intensifíca lo que percibimos por nuestros sentidos, no fue menos castigada que éstos por la Iglesia Católica, la cual consiguió erradicar durante siglos la capacidad mística del cristiano. Pero nosotros sabemos que es, en realidad, en ese mundus imaginalis donde tiene lugar el conocimiento del hombre de las cuestiones últimas de las que depende su existencia cotidiana. En árabe, fahm, lo que pobremente traducimos en castellano “imaginación”, es básicamente “entender a partir de Alláh”.
Ciertamente para que así sea nuestra naturaleza debe estar en fitra. Nuestra imaginación, si nuestro mundo sensorial no está en orden, es un puro despropósito. Y en este punto daría la razón a la desconfianza que siempre tuvo la Iglesia Católica con respecto a la imaginación, si no fuera porque fue ella misma la causante de esta imaginación delirante al satanizar los sentidos; esto provocó una dislocación interna del hombre, abrió un precipicio en su interior.
Si no conseguimos ubicarnos bien en el mulk, si no asistimos a una Revelación en cada instante de nuestro exacto presente, nada sabremos del Malakút, y mucho menos del Yabarút. La imaginación trabaja dando cuerpo, volumen, coherencia, al material que se extrae de los sentidos. Si nuestro ser integral está en paz, el conocimiento que extraeremos del hecho de estar vivos irá más allá de lo que comprendemos desde los sentidos. Los datos extraídos por éstos pasarán a formar -por obra de nuestra imaginación- una unidad nueva, orgánicamente coherente, y cuyo todo es más que la suma de sus partes. El fruto de unos sentidos sanos es una imaginación que nos aporta “información” sobre nuestra cotidianidad.
Esto último, si bien es un dato que en una primera lectura puede resultar extraño, se nos acaba mostrando como una realidad incontrovertible: Aunque la experiencia del malakút no “pertenezca a este mundo”, te sirve para vivir en él no menos que la experiencia de los sentidos. Y ello es porque el santo tiene los mismos derechos sobre la realidad que cualquier otro hombre u animal. Cuando el santo trasciende la realidad, no la niega, la amplía. Por eso el santo es un hombre que, aunque parezca cada vez más despegado de la terrenalidad, sin embargo -paradójicamente- cada vez está más instalado en la realidad. Los conocimientos que da la experiencia del malakut no se pueden expresar, ni quizá entender, pero dan un auténtico saber vivir en este mundo. El mundo real del musulmán es más amplio que el del materialista.
El “territorio natural primario” de la imaginación son los sueños. La significación de los sueños depende del individuo que los genera. Un individuo en paz con sus sentidos comprende cosas mediante el sueño, del mismo modo que comprende mediante las deducciones racionales de la vigilia. Un individuo desconectado de la Trascendencia, perteneciente a una civilización que ha cortado a los individuos el vínculo interno -la escala- entre su mundo perceptual y su mundo imaginal, maneja realidades amorfas en el sueño y su resultado en surreal, es el resultado de una borrachera psíquica.
Es un lugar común de las civilizaciones tradicionales el admitir la verdad de los sueños. Frente a todas ellas, el mundo moderno trata de desvirtuar el aprendizaje que se deriva de los sueños, tenidos tradicionalmente como mensajes de los dioses. Pero hasta cierto punto, la civilización actual podría reconocer -v.gr. psicoanálisis- el valor de lo soñado, y desde luego estamos de acuerdo en que en el caso del hombre contemporáneo son significativos de su profundo malestar psíquico. Sin embargo, ante lo que se cierra por completo es a reconocer autenticidad a fenómenos como una revelación. Es por tanto importante que -desde nuestra posición de creyentes- expliquemos que una Revelación es una invasión -por desbordamiento- del mundo imaginal sobre la vigilia para seguir haciendo comprender al individuo el sentido de las cosas que le rodean. Es el resultado del estar en el mundo de una criatura tan sólido que no le valen ni los sentidos ni los sueños para recibir información acerca de las relaciones y los significados de las cosas -visibles y ocultas- que le rodean, así que esta hipersignificación le asalta en la vigilia. Es por ello la del individuo que recibe la Revelación un instinto, una manera de ser, y no una tara psíquica. Son los Profetas individuos cuya radicación en la realidad ha sido tan consistente que la información que reciben del hecho de estar vivos desborda el sueño para hacerse un lugar en el tiempo de consciencia del individuo.
Las Revelaciones no han sido fraude. Actualmente, debido a nuestra ignorancia del mundo sutil, tendemos a considerar una figura como la de Muhammad como la de “un moro alucinado que fingía haber hablado con Dios”1, o bien como un hombre pragmático en un mundo de ingenuos que entendió que para constituir nación debía simular que recibía mensajes divinos. Sin entrar en valoraciones respecto de la excelencia de las intenciones del Profeta -la cual no nos ofrece dudas-, constatamos ahora el hecho de que para el hombre moderno una Revelación es ficción o locura.
Nosotros pensamos que no es ficción, aunque sus consecuencias sean extraordinariamente pragmáticas. Pensamos que no es locura, aunque lo experimentado exceda infinitamente al propio hombre desde el que se produce la Revelación. Entendemos que la Revelación -como todas las comprensiones que provienen de facultades que tienen su base en la imaginación y a las que nuestros contemporáneos son reticentes- es el resultado de un sobreabundamiento de sentir con realidad y orden el cosmos que nos rodea.