Los Apotegmas (del griego aphopthegma, que significa dicho breve o feliz) fueron recopilados a finales del s. V. En ellos se muestran frases (logoi) y anécdotas (erga) de los ermitaños y monjes del desierto egipcio.
Antonio El Grande
Un día el santo Padre Antonio, mientras estaba sentado en el desierto, fue presa del desaliento y de densa tiniebla de pensamientos. Y decía a Dios : “Oh Señor!. Yo quiero salvarme, pero los pensamientos me lo impiden. ¿Qué puedo hacer en mi aflicción?.” Entonces, asomándose un poco, Antonio ve a otro como él, que está sentado y trabaja, después interrumpe el trabajo, se pone en pie y ora, después se sienta de nuevo y se pone a trenzar cuerdas, y después se levanta de nuevo y ora. Era un ángel del Señor, enviado para corregir a Antonio y darle fuerza. Y oyó al Angel que decía: “Haz así y serás salvo”. Al oir aquellas palabras, cobró gran alegría y aliento: así hizo y se salvó.
Dijo Antonio: “Nadie, si no es tentado, puede entrar en el Reino de los Cielos; de hecho, quita las tentaciones (dificultades), y nadie se salva”.
Dijo el Padre Antonio: “Vi tendidas sobre la Tierra todas las redes del Maligno, y dije gimiendo:- ¿quién podrá escapar de ellas?. Y oí una voz que me dijo: – La humildad.
Dijo aún: “El que permanece en el Desierto para guardar el sosiego de Dios, está libre de tres guerras: la del oír, la del ver y la del hablar. Le queda una: la del corazón”.
Un monje fue alabado por los hermanos ante el padre Antonio. El lo tomó consigo y lo puso a prueba para ver si soportaba el desprecio. Viendo después que no era capaz de sufrirlo, le dijo: “pareces un pueblo completamente adornado por delante y completamente saqueado por los ladrones por detrás”.
Había en el desierto uno que cazaba bestias feroces; y vio al Padre Antonio que bromeaba con los hermanos y se escandalizó de ello. Pero el anciano, queriendo hacerle comprender que conviene ser condescendiente en alguna ocasión con los hermanos, le dice: “pon una flecha en tu arco y ténsalo.” Y lo hizo. Le dice: “ténsalo más”. Y lo hizo. Le dijo una vez más: ”Ténsalo”. El cazador le dijo: “Si lo tenso más se va a romper”. Le dijo el anciano: “así sucede también con las obras de Dios: si con los hermanos tensamos el arco de manera excesiva, enseguida se rompen. Por eso es necesario ser condescendiente en ocasiones”. Al oir esto, el cazador se sintió presa de arrepentimiento y se marchó muy edificado con ello. Y también los hermanos se volvieron confortados a sus lugares.
Dijo un hermano al Padre Antonio: “Ora por mí”. El anciano le dice: “no puedo hacer nada por tí, ni siquiera Dios, si no te comprometes tú mismo a orar a Dios”.
Un hermano, que había renunciado al mundo y entregado sus bienes a los pobres, pero se había reservado algo para él, visitó al padre Antonio. El padre, sabedor de ello, le dijo: “Si quieres ser monje, vuelve a tu tierra, compra carne, átatela entorno al cuerpo desnudo y luego ven aquí”. Así lo hizo el hermano, pero los perros y los pájaros le desgarraron todo el cuerpo. Cuando estuvo junto al padre, le mostró el cuerpo lleno de heridas. San Antonio le dijo entonces: “Aquellos que renuncian al mundo y quieren conservar bienes, quedan desgarrados de este modo luchando contra los demonios”.
Un dia vinieron algunos ancianos a visitar al Padre Antonio; estaba con ellos el Padre José. El anciano, para ponerlos a prueba, les propuso un pasaje de la Escritura y empezó por los más jóvenes a preguntarles el significado. Cada uno se expresó según su propia capacidad. Y Antonio decía a cada uno: “Todavía no has encontrado”. Por último, pregunta al Padre JOsé y éste dice: “No sé”. Entonces Antonio dice: “El Padre José sí ha encontrado el camino, porque ha dicho: no sé.”
Profetizaba sobre los días finales del mundo, diciendo : “Vendrá un tiempo en el que los hombres enloquecerán y al ver a uno sensato, que no esté loco, se lanzarán en su contra, diciendo: “¡Estas loco!”, a causa de su desemejanza con ellos. Y habrá violencia, se disolverán los monasterios y no quedarán ermitaños que oren.
El Padre Arsenio
En una ocasión le llegó una voz mientras estaba sentado en su celda: “Ven, y te mostraré las obras de los hombres”. El se levantó y salió. Fue conducido a un lugar donde había un etíope que cortaba leña y hacía con ella una pila. Luego intentaba llevarla, pero no podía. En vez de coger una parte, empezaba de nuevo a cortar leña y la añadía al montón. Así hizo mucho tiempo. Avanzaron un poco y le mostró un hombre que sacaba agua de un pozo para echarla en un recipiente agujerado, que vertía de nuevo el agua en el pozo. Le dijo aún: “Ven, te mostraré otra cosa”. Y vio un templo y a dos hombres a caballo que llevaban un palo transversalmente, uno frente a otro. Pretendían entrar por la puerta, pero no podían porque el tronco estaba colocado de manera transversal y ninguno de los dos se humillaba a ponerse detrás del otro para llevar el tronco derecho. Y por eso permanecían fuera de la puerta. Dijo la voz : “he aquí a los que llevan con soberbia esa especie de yugo que es la justicia y rehúsan la humillación que supone corregirse para recorrer el camino humilde de Cristo. Por eso se quedan fuera del Reino de Dios. El que corta la leña es un hombre sumergido en muchos pecados, el cual, en lugar de convertirse, acumula encima nuevas iniquidades. El que saca agua es un hombre que realiza buenas acciones, pero, puesto que están mezcladas con la maldad, también se pierden las obras buenas. Es menester que cada uno vigile sus propias acciones, para no cansarse en vano. “
Se contaba que un hermano fue al desierto de Escete para ver al padre Arsenio. Al llegar a la iglesia pidió a los clérigos cómo podía localizarle. Le enviaron a otro hermano para que le acompañara, pues la celda de Arsenio estaba muy lejos de allí.Tras haber llegado a su puerta, entraron, y , una vez que saludaron al anciano, se sentaron en silencio. Dijo entonces el hermano acompañante que se iba. El hermano viajero, que no tenía valor para dirigir la palabra al silencioso anciano, dijo : “yo tambíén me voy contigo”. Salieron , y le rogó: “Llévame a ver al padre Moisés, aquel que antes era un ladrón”. A su llegada, éste les recibió con alegría y los despidió después de darles una acogida muy hospitalaria. El hermano guía le preguntó al viajero : “¿Cual de los dos te ha gustado más?”. “Por ahora me ha gustado más el egipcio (Moises)”, respondió. Uno de los padres que oyó esto, rogó a Dios así : “Señor, explícame esto: uno huye de los hombres en tu nombre, el otro en tu nombre los abraza”. Y he aquí que aparecieron dos naves por el rio y vio en una de ellas al padre Arsenio, que navegaba enmedio de un gran sosiego con el Espíritu de Dios. En la otra, estaba el padre Moisés junto a ángeles de Dios que navegaban con él y lo alimentaban con panales de miel.
Padre Agatón
Los hermanos preguntaron al padre Agatón: “Padre, ¿qué virtud requiere mayor fatiga en la vida espiritual?”. Les dice : “Me parece que no hay mayor fatiga como orar a Dios. Cuando el hombre quiere orar, los enemigos intentan impedirlo, porque saben bien que nada les obstaculiza tanto como la oración. Con cualquier obra que emprenda el hombre, si persevera, poseerá el sosiego. La oración, en cambio, requiere lucha hasta el último suspiro”.
Contaban del padre Agatón que vivió 3 años con un guijarro en la boca, hasta que consiguió practicar el silencio.
Decía: “Un hombre irascible, aunque hiciera resucitar a los muertos, no sería un hombre de Dios”.
Se decía que Agatón se esforzaba por cumplir todos los mandamientos. Si viajaba en un navío, era el primero en manejar el remo; y si los hermanos. iban a verlo, con sus propias manos él preparaba la mesa luego de la plegaria: estaba imbuido del amor de Dios. En el momento de morir, permaneció tres días con los ojos grandes, abiertos e inmóviles. Los hermanos lo sacudieron preguntándole: “Agatón, ¿dónde estás?” El respondió: “Estoy delante del tribunal de Dios” Ellos dijeron: “¿Tienes miedo, tú también, Padre?” El respondió: “Hasta aquí hice todo lo posible para guardar los mandamientos de Dios, pero soy un hombre, cómo sabré si mis obras fueron agradables a Dios?” Los hermanos le dijeron: “¿No crees que tu abra estaba de acuerdo con Dios?” El anciano respondió: “No tendré confianza hasta que haya encontrado a Dios. Uno, es el juicio de Dios y otro el de los hombres” Como ellos querían interrogarlo aún, él les dijo: “Hacedme el favor, no sigáis hablando ya que no tengo más tiempo”.
Y murió en la gloria. Ellos lo vieron partir. como alguien que saluda a sus amigos más queridos. Se traslucía en él una atención extrema mientras decía: “Sin una gran serenidad, el hombre no avanza, ni siquiera en una sola virtud”.
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Contaban que una vez fue a la ciudad para vender mercancías, y encontró en la plaza a un forastero que yacía en tierra enfermo, sin nadie que se preocupara de él. El anciano se quedó con él, tomando una habitación en alquiler con el precio del trabajo manual. El dinero que le quedaba lo gastó en la cura del enfermo. Se quedó con él cuatro meses, hasta que el enfermo estuvo restablecido. Entonces el anciano regresó a su celda en paz.
Padre Ammón
En una de las celdas había un monje muy trabajador, que llevaba puesta una estera. Un día fue donde el padre Ammón. El anciano lo vio y le dijo :”Esto no te sirve de nada”. El otro le preguntó: “Estoy atrapado por 3 pensamientos: errar por el desierto, ir a tierra extranjera donde nadie me conozca, o encerrarme en una celda, no contestar a nadie y comer un dia si y uno no”. Le dijo el padre Ammón: “Ninguna de esas 3 cosas te sirve. Quédate más bien en tu celda, come un poco cada día, medita incesantemente en tu corazón, y podrás salvarte”.
El padre Ammón hizo tales progresos que por su gran bondad ignoraba completamente el mal. Cuando llegó a obispo, le fue conducida una joven soltera que se había quedado encinta, y le dijeron : “fulano es quien lo hizo, castígalo”. El, sin embargo, tras hacer la señal de la cruz sobre el vientre de la joven, dio orden de entregarle 6 pares de sábanas para que, si en el momento de dar a luz morian ella o el niño, no faltara algo en que sepultarlos. Los acusadores le dijeron : “¿Por qué haces eso? ¡Castígalo más bien!”. Pero él les dijo: “Hermanos, ¿no veis que la muerte está cerca?¿qué puedo hacer yo?.” El anciano nunca se atrevió a condenar a nadie.
Contaban que un día llevaron a algunos culpables ante el padre Ammón para que los juzgara. Pero él fingió ser tonto. Una mujer le dijo a su vecino: “este viejo está loco”. El anciano la oyó y llamándola le dijo : “He pasado tantas fatigas en el desierto para conquistar esta locura ¿y tendré que perderla hoy por ti?”.
El padre Ammón fue a comer un día a un lugar donde había un hermano de muy mala fama. Y sucedió que una mujer que mantenía relaciones con él, llegó y entró en la celda del hermano mal afamado. Los habitantes del lugar, al saberlo, se agitaron y se unieron para echarlo de su celda. Al oir que el obispo Ammón estaba en el lugar, fueron a llamarlo para que viniera con ellos. El hermano, atemorizado, escondió a la mujer en un gran tonel.
Cuando llegaron a avisarle, el padre Ammón ya sabía lo que había sucedido y, por amor de Dios, quiso esconder la cosa. Al entrar en el sitio, se sentó encima del tonel donde se escondía la mujer y mandó que registraran la celda. Rebuscaron por todas partes y no dieron con ella. Ammón dijo: “¿Qué significa esto?, que Dios os perdone”. Y, tras haber rezado, hizo salir a todos. Luego tomó de la mano al hermano pecador y le dijo : “¡Vigílate a tí mismo, hermano!”. Dicho esto, se marchó.
Padre Aquilas
Uno de los ancianos fue al padre Aquilas y vio que arrojaba sangre por la boca. Le preguntó: “¿Qué tienes, padre?”. Respondió el anciano: “Es la palabra de un hermano que me ha entristecido; he luchado para no demostrárselo y le he pedido a Dios que sacara de mí eso. Entonces la palabra se ha vuelto como sangre en mi boca; al escupirla he recobrado la paz y he olvidado la tristeza”.
Padre Besarión
El padre Dulas, discípulo del padre Besarión, c
ontaba esta anécdota:
Un día, mientras caminaba a lo largo de la orilla del mar, tuve sed, y dije al padre Besarión: “padre, tengo mucha sed”. Tras haber orado, me dijo el anciano: “Bebe agua del mar”. El agua se volvió dulce y bebí de ella. Cogí aún con un vaso, temiendo que me volviera aún la sed, pero el anciano, viéndolo, me dice: “¿Por qué coges?”. “Perdóname -le digo- no quisiera que me volviera la sed áun lejos de aquí”. Y él me respondió: “Dios está aquí y Dios está en todas partes”.
Padre Euprepio
El padre Euprepio, un día que fue robado, ayudó él mismo a los ladrones. Después de que se hubieran marchado con cuanto tenía en casa, vio que se había olvidado su bastón, y se sintió a disgusto. Lo cogió y fue tras ellos a restituirlo. Pero ellos no quisieron aceptarlo, por miedo a que les sucediera algo (temían que hubiera escondido en el bastón algun hechizo para castigarles). Sin embargo, tras haber encontrado a algunas personas que llevaban el mismo camino, les dio el bastón para que lo restituyeran.
El padre Zenón
Contaban de alguien del pueblo que ayunaba muchísimo, tanto, que le llamaban “el ayunador”. El padre Zenón oyó hablar de él y lo mandó llamar. El vino con alegría, rezaron juntos y se sentaron. El anciano se puso a trabajar en silencio. Como no podía hablar con él, el ayunador empezó a sentirse oprimido y le entró pereza. Dijo al anciano :”ora por mí, padre, quiero marcharme”. Y el anciano le dijo : “¿Por qué?”. Respondió : “Porque mi corazón está como ardiendo y no sé qué tiene. Cuando estaba en el pueblo, ayunaba hasta la noche y nunca me había pasado esto”. Le dijo el anciano: “En el pueblo te alimentabas por las orejas. Vete, y de ahora en adelante come a la hora nona (mediodia), y lo que hagas, hazlo en secreto”.
Desde que empezó a obrar así, le pesaba incluso esperar hasta la nona. La gente que lo conocía decía: “El ayunador ha sido presa del demonio”. Entonces volvió al anciano a contarle todo, y el anciano le dijo: “No te preocupes, este es verdaderamente el camino de Dios”.
Isaías de Escete
Decía : “Dios quiere usar de misericordia con un alma, pero ésta no tolera las riendas y las rechaza para seguir su propia voluntad. Dios deja que sufra lo que no querría, para que aprenda así a buscarlo”.
Le preguntaron : “¿Qué es el amor al dinero?”. Respondió : “Es no creer que Dios cuida de tí, desesperar de sus poderes y querer hacerte grande”.
Solía decir también: “Si alguien quiere devolver mal por mal, puede herir la conciencia del hermano
incluso con un solo gesto”.
Padre Elías
Contó que un anciano vivía en un templo(*). Vinieron entonces a verlo los demonios, y le decían : “Vete de nuestra casa”. Dijo el anciano : “Vosotros no teneis casa”. Entonces los demonios empezaron a dispersarle todas las ramas de palma. El anciano las recogió pacientemente. Al final, cogiéndole la mano, un demonio lo arrastraba fuera del templo. El aciano, llegado a la puerta, se agarró a ella con la otr
a mano y gritó: “¡Jesús, ayúdame!”. Y el demonio huyó al instante. El viejo se puso a llorar. Pero el Señor le dijo: “¿por qué lloras?”. Contestó el anciano: “porque se atreven a apoderarse de un hombre y hacer tales cosas”. Dijo el Señor: “Te has mostrado negligente, fíjate que me he dejado encontrar apenas me has buscado.”
(*)= los antiguos templos paganos, abandonados o semiderruídos, eran muchas veces alojamiento de los padres del desierto. Iban a ellos por considerarlos lugares infestados de demonios. De ese modo se ponían a prueba.
Padre Heraclio
Un hermano, tentado por la vida solitaria, se lo dijo al padre Heraclio. Este, para confortarlo, le habló de un anciano que durante años tuvo con él a un discípulo muy obediente. Un día éste, tentado, se inclinó ante él y le dijo : “Haz de mi un monje”. Le dijo el anciano : “Búscate un lugar, te haremos una celda y te convertirás en monje”. Se alejó una milla, encontró un lugar, y fueron allí y construyeron una celda. Y le dice el viejo al hermano: “Haz lo que te digo: cuando tengas hambre, come; bebe, duerme, pero no salgas de tu celda hasta el sábado. Entonces ven a verme.” El hermano obedeció el mandamiento los dos primeros días, pero el tercero, presa del desaliento, se dijo: “¿Por qué no me habrá dicho el anciano que orara?”. Y, tras levantarse, recitó muchos salmos. Cuando se hubo ocultado el sol fue a tenderse en la estera. Pero encontró en ella a un etíope tendido que rechinaba los dientes contra él. Presa del pánico, corrió a ver al anciano y llamó a su puerta diciendo : “Perdóname, padre, ¡ábreme!”. El anciano, sabedor de que no había observado su palabra, no le abrió la puerta hasta la mañana siguiente. Allí lo encontró fuera, suplicante. Apiadado, lo hizo entrar. “Te ruego, padre, he encontrado un etíope negro sobre mi estera cuando fui a acostarme”. El anciano le dijo: “Esto ha sucedido porque no has observado lo que te dije”. Luego, tras haberle explicado y hecho entender en qué consiste la vida solitaria, lo despidió. Y el joven se convirtió al poco tiempo en un buen monje.
Padre Teodoro de Fermo
Un día fue el padre Teodoro a sacar agua con un hermano al pozo. Este llegó primero y vió allí un dragón. El anciano le dijo : “¡Aplástale la cabeza!”. Pero él, espantado, no se atrevió a acercarse. Cuando llegó el anciano, en cambio, fue la bestia la que, nada más verlo, huyó al desierto llena de confusión”.
Contaban del padre Teodoro que, cuando le ordenaron diácono en Escete, no quería cumplir ese ministerio. Y huyó a varios lugares, adonde iban siempre los ancianos a recogerlo, diciéndole : “No abandonarás tu diaconado”. El padre Teodoro les dijo : “Dejadme, pediré a Dios que me haga comprender si debo mantener el puesto de este ministerio”. Y oró a Dios así : “Si es tu voluntad que mantenga el puesto de este ministerio, dame la certeza de ello”. Se le apareció entonces una columna de fuego que iba de la tierra al cielo, y oyó una voz que le decía : “Si puedes volverte como esta columna, ve a hacer de diácono”. Tras oir esto, consideró que no debía aceptar. Cuando se unió a los hermanos reunidos en la iglesia, les dijo : “Si no me dejais en paz, me iré de aquí”. Y así lo dejaron estar.
Contaban del padre Teodoro que, mientras vivía en Escete, vino contra él un demonio que quería entrar. Pero él lo ató fuera de la celda. Llegó luego otro que también quería entrar, pero también lo ató. Vino un tercero que, al encontrar atados los otros dos, preguntó: “¿Qué haceis aquí fuera?”. Y ellos le dijeron : “Está sentado ahí y no nos deja entrar”. Este intentó entrar usando la violencia, pero el anciano lo ató también. Espantados por las oraciones del anciano, le rogaron : “¡Déjanos marchar!”. “¡Marchaos!”, dijo el anciano. Y de inmediato huyeron llenos de vergüenza.
Un día se echaron sobre él tres ladrones. Dos lo tenían sujeto, mientras el otro se llevaba lo que poseía. Tras haber cogido los libros, querían coger también su ropa. El dijo entonces: “la ropa dejádmela”. Pero como se negaban, con un movimiento de los brazos se liberó de los 2 que lo tenían sujeto. Se quedaron espantados. Y les dijo el anciano: “No tengáis miedo, haced cuatro partes, llevaos tres y dejadme la cuarta”. Y así lo hicieron, para que pudiera conservar su parte de la ropa que llevaba.”
Madre Teodora
Contaba que hubo un monje que, a causa de sus muchas tentaciones, dijo: “me voy de aquí”. Y mientras se estaba atando las sandalias, vio a otro hombre que hacía lo mismo, que le dijo: “¿acaso te vas por mi causa?. Mira, te precederé a donde vayas”.
Fue interrogada sobre el problema de los ruidos del mundo y el estar inmersos en cosas mundanas.: “¿Cómo es posible, estando en medio de conversaciones vulgares, ser sólo para Dios, como tu dices?”. Ella respondió: “Así como cuando te sientas a una gran mesa y hay muchos alimentos exquisitos, y tomas de ellos porque no te queda otro remedio, pero no contaminas tu espíritu , así también aunque lleguen a tus oidos discursos mundanos, ten el corazón dirigido hacia Dios y no pongas tu gusto en ellas y no te dañarán”.
Padre Juan el Enano
Juan el Enano había orado a Dios y fueron alejadas de el todas las pasiones, quedando libre de toda lucha. Fue a ver a un anciano y le dijo: “Me encuentro en el sosiego, y no debo sostener ninguna lucha”. Le dijo el viejo: “Ve y ora a Dios para que sobrevenga sobre tí la lucha y vuelvas a aquella humildad y vigilancia que tenías antes. Es a través de la lucha como progresa el alma”. El otro oró a Dios por esto, y cuando llegó la lucha, no volvió a pedir que se alejara de él. Pedía, en cambio: “Concédeme, Señor, paciencia en los combates”.
Cierta vez, el Padre Juan subía hacia Escete con otros hermanos y el guía perdió el camino al ser sorprendidos por la noche. Los acompañantes preguntaron a Juan: “¿Qué haremos, abba, para no morir errando, ya que el hermano perdió el camino?” El Anciano respondió: “Si nosotros le decimos algo, él se sentirá lleno de vergüenza y de pena. Pero yo simularé estar enfermo y diré que no puedo caminar más y que permaneceré aquí hasta la aurora”. Así lo hizo, y los otros agregaron: “Nosotros tampoco continuaremos caminando. Nos quedaremos contigo”. Y se sentaron hasta que llegó la aurora. De este modo no hicieron daño al hermano.
Uno de los ancianos preguntó al padre Juan: “¿Qué es un monje?”: Respondió el: “Fatiga, puesto que el monje debe esforzarse en cada acción”.
Dijo aún: “¿Quién es más fuerte que el león?. Sin embargo, impulsado por el vientre cae en la trampa y toda su fuerza queda humillada”.
El padre Juan había dicho que los santos se parecen a un jardín de árboles que dan frutos diferentes, pero son regados por una sola agua (El Espíritu Santo). En efecto, una cosa es la obra de un santo, y otra muy distinta la obra de otro, pero hay un solo Espíritu que obra en ellos.
Había en Escete un Anciano, muy austero en las prácticas corporales, pero que carecía de agudeza mental. Cierto día fue en busca de Juan para interrogarlo sobre el olvido. Después de escuchar sus palabras, regresó a su celda pero olvidó lo que le había sido dicho. Partió de nuevo para interrogarlo. Escuchando de él las mismas palabras, regresó. Cuando llegó a su celda, las olvidó nuevamente: Así hizo con frecuencia, yendo y viniendo y siempre olvidaba. Más tarde, al encontrarse con el Anciano le dijo: “Sabes, Padre, que olvidé nuevamente lo que me dijiste. Pero para no abrumarte, no vine”. Juan le dijo: “Ve y enciende una lámpara”. El la encendió. Le. dijo de nuevo: “Trae otras lámparas y enciéndelas. con la primera”. Así lo hizo. Juan preguntó entonces, al Anciano: “Esta lámpara, ¿sufrió algún perjuicio por haber encendido con ella otras lámparas?” El Anciano negó. “Pues lo mismo ocurre con Juan: incluso si todo Escete viniera a verme eso no me alejaría de la caridad de Cristo. En consecuencia, cada vez que quieras, ven sin ninguna duda”: Y así, gracias a la resistencia de los dos hombres, Dios liberó al Anciano del olvido.
Padre Isidoro
Dijo el Padre Isidoro: “Esta es la ciencia de los santos, el conocimiento de la voluntad de Dios: Cuando todo obedece a la verdad, el hombre está por encima de todo, porque es imagen y semejanza de Dios. De todos los espíritus, el más terrible es seguir al propio impulso, es decir, nuestro propio pensamiento y no el de Dios. Esto se convierte al final en aflicción para el hombre.
Padre José de Panefo
Le preguntaron: “Padre, ¿cómo puedo llegar a ser monje?”. Dice: “Si quieres encontrar paz en cualquier lugar en que te encuentres y en cualquier circunstancia, di: ¿Quién soy yo?, y no juzgues a nadie”.
Algunos Padres se dirigieron un día a Panefo a fin de interrogar al Padre José acerca de la acogida a brindar a los hermanos que habrían de albergar y saber si era necesario unírseles y hacerlos sentir gozosos. Antes de que ellos le preguntaran nada, el Anciano dijo a su discípulo: “Reflexiona sobre lo que voy a hacer hoy y apóyalo”. Y colocó dos esteras, una a su derecha, la otra a su izquierda, diciendo: “Sentaos”. Entonces penetró en su celda y vistió vestimentas de mendigo. Después salió y caminó en medio de ellos. A continuación fue a ponerse sus propias vestimentas; salió nuevamente y tomó asiento junto a los Padres. En tanto ellos permanecían sorprendidos por su manera de actuar, él preguntó: “Habéis advertido lo que hice? .” Ellos respondieron que sí. “¿Fui transformado por esa vestimenta en despreciable?” Ellos respondieron que no. Entonces afirmó el Anciano: “Si yo permanezco igual bajo las dos vestimentas, de la misma manera que la primera no me cambió, la segunda tampoco me perjudicó. Así debemos comportarnos para la recepción de los hermanos extranjeros, según el santo Evangelio que dice: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Por lo tanto, cuando lleguen los hermanos, recibámoslos haciéndolos sentir gozosos. Por el contrario, cuando estemos solos debemos desear la compunción a fin de que ella permanezca en nosotros”: Frente a estas palabras, los visitantes se asombraron por la respuesta recibida al interrogante que llevaban en su corazón y por haberla obtenido, incluso antes de haber efectuado la pregunta y, por ello, alabaron a Dios.
En otra ocasión le preguntó un monje : “Qué debo hacer cuando se acerquen las pasiones?.¿Debo resistir o dejarlas entrar?.” Le dice el anciano: “Déjalas entrar y enfréntalas”. LLegó a Escete otro monje desde la Tebaida, y contó que el Padre José le había recomendado no dejar entrar a las pasiones en absoluto. El primer monje se sintió confuso al escuchar esto, y volvió al Padre José y le dijo: “Padre, te he confiado mis pensamientos y mira: a mí me has dicho una cosa y al hermano de la Tebaida otra”. El anciano dijo: “¿No sabes que te amo?”. Respondió el monje: “Si”. Añadió el padre: “¿No me habías pedido que te hablara como a mí mismo?”.”Es cierto”.”Así pues, si permites que entren las pasiones y las dominas, éstas te hacen más experimentado. Pero hay otros a quienes esto no ayuda nada, sino que deben expulsarlas inmediatamente”.
El padre Lot fue al padre José para decirle: “Padre, hago como puedo mi pequeña liturgia, mi pequeño ayuno, la oración , la meditación, vivo con recogimiento, intento ser puro en mis pensamientos, ¿qué debo hacer aún?”. El viejo, levantándose, extendió los brazos hacia el cielo, y sus dedos se volvieron diez pequeñas llamas. Le dijo: “Si quieres, conviértete del todo en fuego”.
Dijo un hermano al Padre José: “deseo salir del cenobio y vivir solo”. Le dice el anciano: “fija tu morada donde veas que tu alma encuentra el sosiega y no es molestada”. Le dice el hermano: “Estoy en paz tanto en el cenobio como en la soledad, ¿qué me aconsejas que haga?.” Dice el anciano: “Si encuentras paz tanto en el cenobio como en la soledad, pon estos dos pensamientos en una balanza, y, allí donde veas que tu pensamiento hace bajar la balanza, actúa”.
Un día se reunieron unos hermanos en torno al anciano José. Mientras estaban sentados y le planteaban preguntas, exaltó de alegría y dijo con ardor: “hoy soy rey, porque he reinado sobre mis pasiones”.
Un hermano interrogó al Padre José diciendo: “¿Qué debo hacer, ya que no tengo fuerzas para soportar los males ni para trabajar en hacer caridad?” El Anciano respondió: “Si no puedes cumplir ninguna de estas cosas, guarda al menos tu conciencia de todo mal con respecto al prójimo y así te salvarás”.
Contaban que mientras estaba próximo a la muerte, rodeado de los ancianos, el padre José de Panefo miró hacia la puerta y vio a un diablo sentado en el umbral. Llamó entonces a su discípulo y le dijo: “¡Tráeme el bastón!. Ese cree que soy tan viejo que no tengo fuerza contra él”. Apenas blandió el bastón, los ancianos vieron desaparecer al diablo como un perro a través de la ventana, y se volvió invisible.
Padre Jacobo
Dijo: “No hay necesidad de palabras solamente. ¡Hay tantas palabras entre los hombres!. En cambio hay necesidad de acciones: éstas hay que buscar y no sólo las palabras, que no dan fruto”.
Contaba también : “Cuando vivía en el desierto tenía como vecino a un muchacho que practicaba la soledad. Un día, mientras lo visitaba, lo vio orar y pedir a Dios que le concediera vivir en paz con las bestias salvajes. Tras la oración, como había una hiena cerca de allí que amamantaba a sus crías, el muchacho fue a meterse debajo de ella y empezó a mamar con el resto.”
Otra vez le ví orar y pedir al Señor: “Concédeme el carisma (=don) de ser amigo del fuego”. Después encendió una hoguera y se arrodilló enmedio de ella, orando a Dios.
Padre Isidoro el Presbítero
Dijo: “Si practicáis la ascesis de un ayuno regular, no os enorgullezcáis. Si por eso os volveis soberbios es mejor que comáis carne, pues es mejor comer carne que hincharse y presumir”.
Padre Macario El Egipcio
Los Ancianos le dijeron: “Padre, di una palabra a los hermanos”. El dijo: “Yo no me he convertido aún en monje, pero he visto monjes. En efecto, un día en que estaba sentado en mi celda, en Escete, mis pensamientos me alborotaban, sugiriéndome partir al desierto para contemplar la visión que me esperaba. Así pasé cinco años combatiendo mi pensamiento, diciéndome: Tal vez él viene de los demonios. Pero, como el pensamiento permanecía, yo partí al desierto. Y encontré allí una extensión de agua con una isla en el medio y bestias del desierto que iban a beber allí. En medio de esas bestias, vi a dos hombres desnudos; mi cuerpo tembló pues creí que eran espíritus Ellos, viéndome temblar, me dijeron: “No temas, también nosotros somos hombres”. Yo pregunté: `¿De dónde sois y cómo habéis venido a este desierto? ‘ Ellos respondieron: `Venimos de una comunidad a la que, habiéndonos puesto de acuerdo, llegamos hace cuarenta años’. Uno de ellos era egipcio y el otro libio. Ellos también me interrogaron y me preguntaron: `¿Cómo está el mundo? ¿Llega bien el agua y a su tiempo? ¿Goza el mundo de prosperidad? ‘ Yo les respondí que sí y después, les pregunté: `¿Cómo puedo convertirme en monje? ‘ Ellos afirmaron: `Si el hombre no renuncia a todo lo que hay en el mundo, no puede convertirse en monje’. Yo les dije: `Pero yo soy débil y no puedo ser como vosotros’. Ellos expresaron: `Si no puedes ser como nosotros, siéntate en tu celda y llora tus pecados’. Yo pregunté: `Cuando llega el invierno, ¿no os heláis? ¿Y cuando llega el calor, vuestros cuerpos no se queman? ‘ Ellos dijeron: `es Dios quien hizo esta manera de vivir para nosotros. No nos helamos en invierno y el verano no nos hace daño’. Es por esto que yo os decía que no me he convertido en monje aún, pero que vi monjes”.
Macario, marchaba un día, desde el pantano hacia su celda llevando hojas de palmera, cuando se encontró de pronto con el diablo. Este último quiso impresionarlo
con una hoz que portaba, pero fue en vano. Entonces le dijo: “Qué fuerza emana de ti, Macario, que soy impotente contra ti? Todo lo que tú haces, yo lo hago también: Tú ayunas y yo no como nada; tú velas y yo no duermo Sin embargo me ganas en un punto”. Macario le preguntó cuál. El dijo: “Tu humildad. Por su causa. yo no puedo nada contra ti”.
Se cuenta de Macario, el Egipcio, que un día, mientras subía hacia el río con un cargamento de cestas, se sintió abrumado por la fatiga. Entonces se sentó y se puso a orar en estos términos: “Dios mío, yo sé bien que no puedo más! .” Al instante se encontró en el río.
El mismo Macario dijo: “Si, reprendiendo a alguien tú te dejas llevar por la cólera, satisfaces tu propia pasión. Por lo tanto no te pierdas a ti mismo para salvar a los otros”.
Se preguntó a Macario:” ¿Cómo se debe orar?” El Anciano respondió: “No hay necesidad de hacer largos discursos, es suficiente extender las manos y decir: “Señor, como tú quieres y sabes, ten piedad de mí! .” Y si el combate prosigue: “Señor, socórreme! .” El sabe bien qué nos hace falta y nos hace misericordia”.
Un hermano fue a buscar a Macario el Egipcio, y le dijo: “Padre, dime una palabra a fin de que me salve”. Y el Anciano dijo: “Ve, al cementerio e injuria a los muertos”. El hermano fue, los. injurió y les arrojó piedras; después regresó para informar al Anciano. Este le dijo: “¿No te dijeron nada?” El respondió que no. El Anciano le dijo: “Regresa allí mañana y alábalos”. Entonces el hermano fue y los alabó diciendo: “Apóstoles, santos y justos” y regresó con el Anciano y le dijo: “Ya cumplí la orden”. Macario le preguntó: “¿No te respondieron nada?” El hermano dijo que no. El Anciano le dijo: “Tú sabes qué insultos les dirigiste, sin que ellos te respondieran y qué alabanzas sin que ellos te hablaran. Así también tú, si quieres salvarte, conviértete en un muerto y, como los muertos, no tengas en cuenta ni los desprecios de los hombres ni sus alabanzas”.
Padre Juan, discípulo de Padre Pablo.
Contaban que practicaba la obediencia al extremo. En un lugar que había tumbas moraba una hiena. El anciano Pablo vió cerca excrementos de buey y dijo a Juan que fuera a recogerlos.
“¿Y qué haré con la hiena, padre?”, preguntó temeroso Juan. El anciano, bromeando, dijo: “Si te ataca, la atas y la traes aquí”. A la noche el hermano Juan fue hacia allá y he aquí que la hiena le atacó, pero él, según lo que le había dicho el anciano, le hizo frente para cogerla. Y la hiena huyó. El la siguió diciéndole: “Detente, mi padre me ha dicho que te ate”. Y la hiena se dejó. Una vez apresada, la ató. Entretanto el anciano, sentado en la celda lo esperaba con ansia. Y helo llegar con una hiena atada. El anciano se quedó estupefacto y admirado de las virtudes del joven, pero como no quería que el orgullo lo llenara y estropeara , le dijo: “¡Idiota!, ¿me has traído aquí un perro tonto?”. Y soltó a la hiena.
Padre Isaac de Tebas
El padre Isaac fue un día a un cenobio; vio pecar a un hermano y lo condenó. Cuando salió al desierto, un ángel del Señor se detuvo ante la puerta de su celda y le dijo : “¡No te dejo entrar!”. “¿Por qué?”, dijo el otro. El ángel le respondió: “Dios me ha enviado a preguntarte: “¿Adónde ordenas que eche al hermano caído al que tú has juzgado?”. Inmediatamente Isaac se postró y dijo: “¡He pecado, perdóname!”. Le dijo el ángel : “Dios te ha perdonado; pero, de ahora en adelante, abstente de juzgar a alguien antes de que lo haya hecho Dios”.
Padre Hilarión
El padre Hilarión se fue de Palestina al lugar donde moraba el padre Antonio (Antonio llamado el Grande, el primero). Este le dijo: “Bienvenido, oh astro de la mañana, que surges con la aurora”. Hilarión le respondió : “Paz a ti, oh columna de luz, que iluminas al mundo”.
Padre Isquirión
Los santos padres de Escete hicieron esta profecía sobre la última generación (=tiempos finales): “¿Qué hemos hecho nosotros?” dijeron ellos. El gran padre Isquirión dijo: “Hemos observado los mandamientos de Dios”. Y ellos le respondieron : “¿Qué harán, en cambio, los que vengan detrás de nosotros?”.”Llegarán a la mitad de nuestra obra”, respondió.”¿Y los que vengan después de ellos?”.Dijo: “No igualarán en nada a la generación precedente, sino que sobrevendrá sobre ellos la tentación, y los que en ese tiempo sean probados (y salgan adelante) serán considerados más grandes que nosotros y nuestros padres”.
Padre Longinos
El padre Longinos preguntó un día al padre Lucio sobre tres pensamientos. Dijo: “Deseo hacerme extranjero”(*). Le dice: “Si no sabes retener tu lengua, no serás extranjero en ninguna parte que vayas. Retén aquí tu lengua y serás extranjero”. Le dice aún:- Deseo ayunar.
Responde: Dice el profeta Isaías, que aunque te pliegues como un anillo y tu cuello parezca un junco, ni siquiera eso podrá ser llamado ayuno. Domina más bien los malos pensamientos.
Le dice por tercera vez: – Deseo huir de los hombres. Respondió el anciano:- Si antes no lo consigues entre los hombres, no lo lograrás tampoco en la soledad.
(*La extranjería es una de las categorías de la tradición monástica. Tiene un fundamento cristocéntrico, puesto que Cristo, desde los Cielos, se ha hecho extranjero en esta Tierra por nosotros. El capítulo de Clímaco se abre con esta definición: “Extranjería es el abandono de todo lo que hay en nuestra patria y supone un obstáculo en la consecución de la piedad”.)
Una mujer que tenía en el pecho una enfermedad llamada cáncer, oyó hablar del padre Longinos e hizo por encontrarlo. Vivía entonces a 9 millas de Alejandría. La mujer fue a buscarlo y encontró a aquel bienaventurado mientras recogía leña junto al mar. Cuando lo encontró, sin saber que era él, le dijo: “Padre, ¿dónde vive el siervo de Dios, el padre Longinos?”.Y él le dijo: “¿Qué quieres de ese embrollador?. No vayas a él, es un liante. ¿qué es lo que tienes?”. La mujer le mostró su enfermedad y él, después de haberle hecho encima la señal de la cruz, le despidió diciéndole: “Ve, y Dios te curará. Longinos no habría podido ayudarte en nada”. La mujer creyó en su palabra, se marchó, e inmediatamente quedó curada. Cuando contó a continuación a algunos lo ocurrido y describió la fisonomía del anciano, se enteró de que era el mismo padre Longinos.
Una vez le llevaron a un endemoniado, pero él les dijo: “No sé qué hacer por vosotros, id más bien al padre Zenón”. Cuando el padre Zenón empezó a exorcizar al demonio para expulsarlo, éste se puso a gritar:- “Zenón, ¿crees que acaso huyo por tu causa?. Mira, el padre Longinos está ahí rezando y conjura en contra mía. Si yo ahora salgo de este hombre, es por sus oraciones. A tí no te habría hecho ningún caso.”
El Padre Longinos dijo al Padre Acacio: “La mujer sabe que ha concebido cuando su sangre se detiene. También el alma sabe que ha concebido del Espíritu Santo cuando se aplacan las luchas internas que discurren en ella; mientras está enzarzada en pasiones peleándose ¿cómo puede presumir como si fuera impasible?. Da sangre y coge espíritu.(*)
(*) Da sangre y coge espíritu, esto es: lucha y llegarás a la posesión de la virtud.