La pérdida del poder

“La Cruz me hizo pedazos, me pesaba el bautismo del sacerdote”.
Païvio, hechicero lapón.

 

Después de que Aua, el chamán esquimal, se convirtió al cristianismo debió devolver todos sus espíritus ayudantes a su hermana en la isla de Baffin. Tanklins, un curandero de la tribu australiana de los kumai, perdió sus habilidades chamánicas por beber en exceso. Cuando desaparecieron sus cristales, tam­bién perdió sus poderes y nunca más los recuperó.

En 1906 en el delta del Mackenzie, el explorador del Artico Steffansson conoció a un chamán llamado Alualuk quien le nombró alrededor de media docena de espíritus asistentes con los que podía curar enfermedades e incluso resucitar a los muertos. Cuando Steffansson volvió a encontrarse con él más tarde, Alualuk se había convertido al cristianismo y expulsado a todos sus espíritus ayudantes. Reconoció que ahora estaba tan indefenso contra los poderes del más allá como cualquier mortal corriente y que se sentía indispuesto y débil sin sus espíritus, que antes lo habían apoyado cada vez que los necesi­taba. A menudo se sentía solo sin los espíritus pues extrañaba su amistad y compañía. Los espíritus también estaban solos y tristes pues debían estar sin él. Alualuk se compadecia de ellos. Sin embargo, algunos espíritus estaban enfadados e incluso ofendidos. Por esa razón, procuraban vengarse de él en cual­quier oportunidad. Debía estar siempre alerta, orar con regu­laridad y observar los mandamientos cristianos a fin de que la Iglesia y Jesucristo lo protegieran de los ataques de sus anteriores ayudantes.

La esposa del chamán siberiano Kyzlasov habló de un chamán llamado Kopkoyev, quien tuvo una experiencia similar. Muchos tuvieron que abandonar el chamanismo después de la consolidación del poder de los soviéticos. Kyzlasov también había acudido al antepasado del chamán para ofrecerle unos obsequios y devolverle todos los espíritus, rechazando el chamanismo.

El chamán Isaac Tens de la tribu de los gitskan también perdió todos sus poderes al convertirse al cristianismo. He aquí su relato:

Ahora utilizo un método diferente para tratar a mis pacientes. Uso nada más que las plegarias que aprendí en la Iglesia. Rezo como el sacerdote, el Padrenuestro. El reverendo Price de Kitwanga lo tradujo a la lengua de los gitskan. He abandonado por completo la práctica del halaait. Mis dos hijos se enfermaron: Philip (Piyawsu) y Mary (Tsigumnoeq). La gente de este lugar me enfrentó e instó a utilizar el halaait sobre ellos. Me culparon por mi negativa y declararon que me considerarían responsable de sus muertes. De modo que intenté revivir uno de mis antiguos hechizos: El Sol o la Luna (holrhs). Pero mi cuerpo era completamente diferente de lo que solía ser. Estaba seguro de que había perdido mis poderes de Swanassu (chamán) (1)

Christin, un esquimal, perdió asimismo todos sus espíritus asistentes luego de convertirse al cristianismo:

Tuve muchísimos ayudantes entre los seres del fuego, y a menudo eran de gran ayuda para mí, en especial cuando me sorprendía en una tormenta o el al tiempo. Cuando me decidí a viajar hacia la costa oeste para recibir el bautismo, se me aparecieron y me incitaron a que no lo hiciera. De todas formas, hice lo que quería. Desde entonces no se aparecieron ante mí pues los traicioné el bautizarme” (2).

Después de que el legendario hechicero lapón Païvio hubiera advertido que la cristiandad destruía a los hechiceros, visitó al Rey de Suecia para solicitar la cristianización de Laponia. Pero tenía un motivo oculto: pensaba para sí que si se bautizaba a todos los lapones no habría ningún otro hechicero más que él. Y por cierto sería poderoso. Cuando el sacerdote fue a visitar a la familia de Païvio en Kittila y bautizar a sus hijos, ellos perdieron todos sus poderes mágicos de modo que Païvio ya no tenía rivales dentro del clan. No obstante, según otra versión, Païvio también perdió sus poderes mágicos al ser bautizado.

Rosa, una chamán (Piache) de los guajiros sudamericanos, perdió sus espíritus asistentes al comunicarse con el mundo de los blancos (Civilizados): “Creo que mis espíritus no está más allí. Una vez estuve muy enferma. Fui al médico en Maracaibo y me dieron muchas inyecciones, y el médico tuvo que cuidar mucho de mí. Esto ofendió muchísimo a mis espíritus. Sufrieron debido a las inyecciones y el tratamiento los enfermó. El espíritu masculino en especial se sintió muy desdichado porque los espíritus aceptaban el tabaco como único alimento” (3).

No obstante, la conversión a otra religión o el contacto con la civilización occidental no son las únicas maneras en que el chamán puede perder su magia. El uso negligente o incompe­tente del poder, como también la debilidad moral y la negativa a obedecer las «reglas del juego» ocasionan con frecuencia la pérdida de estos poderes. El acceso a lo sagrado y la revelación de poderes mágicos pueden prometer habilidades y aptitudes extraordinarias, pero esta extensión del campo psíquico de actividad está equilibrado por tabúes a veces muy duros y reglas de conducta, dieta, etc, restrictivas.

El chamán kwakiutl Síwit, por ejemplo, después de recibir el llamado al chamanismo tuvo que permanecer alejado de su esposa durante cuatro meses. Una vez, mientras curaba, dejó de repente su cascabel y concluyó la ceremonia pues creía que había dejado que su esposa fuera a él demasiado pronto. En otra ocasión dejó a un lado su cascabel y después de eso se negó a comer. Al preguntársele por qué lo hacía respondió que había recibido órdenes de no usar nunca más su cascabel. Estaba demacrado y por último murió de hambre.

 
Si un chamán de la tribu de los chemehueve es tan des­afortunado como para olvidarse un «sueño», se lo persigue con una tea o se lo suspende sobre un fuego encendido debajo de él. El temor a morir en las llamas pretende animar su memoria. Si en verdad perdió sus poderes curativos se lo acusa de practi­car la magia negra. Tal vez tenga sueños después de eso, pero ya no podrá oficiar de curandero.

No obstante, resulta inusual que un chamán pierda todas sus habilidades, salvo en la vejez, una vez los transmite a otra persona. Una vez hecho esto, muere de inmediato pues se cree que ya no tiene nada por qué vivir.

Mun-yir-yir, un curandero de la tierra Arnham norocci­dental, perdió sus espíritus de una manera curiosa. Los había adquirido en un pozo de agua. Al inclinarse para beber, los que más tarde se convirtieron en sus protectores -dos niños y una niña (todos ellos espíritus del agua)- lo arrastraron hacia lo profundo, pero luego lo devolvieron a la superficie para evitar que se ahogara. Mun-yir-yir los golpeó con su hacha de piedra después de recuperar el cuerpo el conocimiento. Ellos mientras tanto se habían convertido en zarigüeyas. Luego de cogerlas las curó soplando su aliento sobre ellas. De vuelta en su campamento, los tres espíritus atrajeron su atención con ruidos secos que hacían al golpear con sus manos ambos lados de su cuerpo. Se sentaron sobre los hombros de Mun-yir-yir y le concedieron el don de curar. Después de eso, curaba al so­plar o succionar el lugar donde se manifestaba la enfermedad. No obstante los espíritus le impusieron varios tabúes, que a la larga condujeron a la pérdida de sus poderes. Tenía prohibido comer carne de perro, dormir cerca del fuego o dejar que el agua salada tocara su cuerpo.

Un día navegaba por el océano en su canoa cuando otra canoa chocó con la suya sin querer, y en consecuencia su canoa se volcó. Tanto él como sus espíritus ayudantes cayeron al agua. Después de este episodio ya no logró curar a los enfermos. Cuando quería mirar dentro de ellos, podía ver sólo tinieblas. Había perdido su «niños doctores».

El curandero Joe Creen de los paviotso (Lago Pirámide, Nevada) recibió su poder de su padre muerto en su sueño. Heredó el Poder de la Nutria cuando se le apareció una de ellas en un sueño y le dijo que la desollara y que luego cortara la piel en lonchas anchas a lo largo, es decir, desde la cabeza a la cola, y que atara plumas de águila a los agujeros en el cuello de la piel. En las ceremonias de curación debía extender la piel de nutria en el suelo delante de él. La nutria le enseñó una canción especial para cada ceremonia. Por alguna razón Joe Creen pensó que la piel de nutria era demasiado larga y le cortó la cabeza. En consecuencia cayó enfermo. Cuando la nutria se le apareció por última vez se zambulló en el Lago Pirámide y luego huyó corriendo por el desierto. Aunque más tarde lo curó otro chamán, Joe Creen había perdido su Poder de la Nutria.

La rivalidad y las luchas entre chamanes pueden conducir asimismo a la pérdida de poder. Este último ejemplo lo de­muestra Eligio, discípulo del famoso chamán huichol Don José (quien también instruyó al chamán occidental Prem Das), quien narró cómo un Mara’akame (chamán) «exterior» le robó sus poderes visionarios: “Cuando era niño podía ver de una manera especial, y lo recuerdo muy bien… Mi padre me llevó una vez a un rancho huichol cerca de nuestra casa. Yo estaba sentado junto a un recipiente para cereales escuchando cantar a un pequeño mara’akame, y podía ver coloridas visiones sobre todo lo que él cantaba. Luego ocurrió algo malo. Otro mara’akame que también presenciaba la ceremonia me miraba fijo, y comencé a sentirme ebrio. Las visiones desaparecieron, y desde entonces nunca he visto de dicha manera… Deben comprender que hay envidia entre mara’akate. Si puedes pe­netrar en el nieríka (Entrada al más allá), si puedes cantar bien o curar, ellos quizás intenten esconder con su poder psíquico tu capacidad. Todos los mara’akate tienen el poder para hacer estas cosas ya veces abusan de los poderes de esta manera…”

 Eligió sacudió la cabeza y luego agregó: –Si eso no hubiera ocurrido yo habría sido chamán hace muchos años. Es muy triste que tantos chamanes se dediquen a la bru­jería.» (4)

Pudimos observar que muchos chamanes pierden su fe en sus dioses y espíritus a través del mero contacto con nuestra civilización abrumadora y sofocante. O quizá se comprometen tanto con nuestra cultura que empiezan a depender de ella y olvidan sus propios valores culturales o incluso los consideran inferiores.

Si renuncian a su marco de referencia tradicional, los espí­ritus ayudantes y los poderosos compañeros animales también se convierten en algo innecesario pues la fe en su eficacia se

desvanece. Se observa también que los poderes que una vez consiguieron dominar “castigan” a aquellos chamanes que abrazan una nueva religión, castigo que puede resultar en un trastorno mental o una mutilación física. Tal vez esta sea la explicación de las enfermedades mentales y físicas que algunos exploradores encontraron entre los chamanes.

Los efectos de un intento por regresar a la normalidad resultan tan inexplicables e ignotos como la manera en que se originan los estados paranormales y la condición de médium. La vía espiritual no se puede abandonar con impunidad. El que recorra su camino quedará, de un modo u otro, compro­metido. Resulta evidente que el retorno a un nivel inferior de experiencia provoca una ruptura o conmoción. Una vez que se han expandido los procesos de pensamiento y sentimiento, es imposible restringirlos sin causar problemas que se manifiestan como enfermedad física o mental.

Así como la inmersión inesperada y súbita del pensamiento tridimensional en una esfera mediumnística no puede absorberse con facilidad y puede acarrear perturbación psíquica e incluso psicosis, el abandono de esta clase de vivencia espiritual está acompañado a menudo de trastornos drásticos. En resumen: Una vez que se han abierto las puertas de la percepción y experimentado un mundo más variado y diverso, no se puede volver a cerrarlas; de lo contrario las impresiones que fluyen a través de estas puertas inundarán y anegarán todo, ahogándonos en una visión mística incontrolada.­

Asimismo se puede perder la otra energía más anó­nima con la que trabajan los chamanes. Esto puede ocurrir cuando se utiliza mal o con descuido los objetos de poder; cuando se desobedecen las instrucciones, los mandatos o los tabúes; cuando se ignoran los sueños, se malinterpretan las visiones, se utilizan de manera incorrecta los poderes curativos, cuando se manejan los procedimientos rituales con negligencia, o si la vía sagrada en su totalidad no se mantiene libre de los deseos e impurezas terrenales. Cualquier persona que pierda de vista, que maltrate, descuide u olvide al menos por un tiempo sus poderes interiores y fuentes de energía no terrenas cae enfermo, lo acosa la desgracia o muere. Esto no es difícil de comprender si recordamos que toda enfermedad es en el fondo el resultado de actuar y vivir de una manera incompatible con las necesidades físicas y psíquicas.

Es decir, que cuanto más nos abramos a nuestra propia naturaleza, más peligroso resultará pecar contra ella. Por esa razón el chamán transita por el inestable sendero entre un mundo de salud supranormal y enfermedad fatal. El chamán debe conservar en todo momento su equilibrio y nunca permitir que los deseos tentadores, la ambición, la envidia, el odio o las falsas ilusiones lo aparten de su camino. Siempre debe perseguir su visión y su creencia interior. Si se aparta siquiera un paso de esta verdad interior, sus poderes positivos se transformarían en lo opuesto: enfermedad, catástrofe, pobreza y todo tipo de desgracias que ya no pueden considerarse fortuitas. No es de extrañar que tantas personas se nieguen a emprender un camino tan precario. Si no se nutren los poderes no vive en armonía con su naturaleza interior y exterior, éstos se volverán contra él en toda su intensidad.

 
 

1 Marius Babeau, op. cit., Ottawa, 1958.

2 Knud Rasmussen: The People of the Polar North, Londres, 1908.

3 Maria Barbara Watson-Franke, op. cit., 1975.

4 Prem Das: lnitiation by a Huichol Shaman, Berrin, 1978.

 

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