Los disfraces del dragón

 

Una multitud de dragones salió de la gruta, entonces Jesús descendió

de las rodillas de su madre, se puso en pie delante de los dragones,

y éstos le adoraron. Así se cumplió la profecía de David: alabad al señor

sobre la tierra, vosotros, los dragones y todos los abismos.

Evangelio del pseudo Mateo.

(versión del protoevangelio de Santiago)

Cap. XVIII:1,2.

Y Jesús no anunció a sus discípulos toda la emanación

de todas las regiones del gran invisible.

Evangelio de Valentino. Cap. I:5.

I

La puerta al Paraíso es un dragón que se incendia para volver a construirse con las llamas, también una tortuga gigantesca e inmóvil, una roca invisible, una higuera reverdecida y enraizada en las dunas, un barco encallado en el paraje más solitario del desierto.

II

La metáfora de un dragón que sueña es de un barroquismo extremo, al grado de que puede originar en su interior cualquier realidad imaginable. Un sueño que sueña no sólo produce el vértigo de la reproducción al infinito sino que nos coloca en el último paso, en el borde mismo de la esquizofrenia o, también, en el centro de nada y el silencio.

III

Natura y cultura entretejen sus hilos de manera misteriosa. Es posible por ejemplo, que tenga relación el ángulo de los rayos de sol en el invierno con la aparición de los dragones en el mes de febrero. Es de todos sabido que los opuestos se atraen y también que el dragón es un animal de fuego que tiene por misión derretir el hielo que deposita el cierzo en las banquetas. Los dragones son seres conocidos por la humanidad desde tiempo inmemorial, se reporta su forma y existencia en libros sagrados, cuentos infantiles y tratados de magia, también se observan en pinturas, ilustraciones, frescos y tapices, todo este abrumador testimonio de su vida y sus costumbres no es tomado en serio por los estudiosos de la verdad científica. Cuenta un viejo tratado de zoología que esta especie de saurios siguió un camino evolutivo extraño; cansados de comerse inútilmente a las hijas de los tiranos para castigarlos y de frenar a cualquier aspirante, audaz y vanidoso, a ceñirse una corona, se retiraron a la cima de las grandes montañas. La vida difícil en los picos nevados les obligó a disminuir su tamaño hasta volverlos casi imperceptibles. El fuego que arrojan por sus fauces les sirve para labrar el hielo y fabricar los cristales con que se forman los copos de la nieve. Su conducta y hábitos parecen desafiar las leyes de la física y la biología, pueden, por ejemplo, cambiar su forma y su textura, alargarse hasta parecer un fino rayo de luz entre las hojas, convertirse en una nube de vapor desprendiéndose del agua. Pueden adoptar casi cualquier forma, siempre que su volumen no sea menor que el de un grano de mostaza. El instinto en ellos casi se ha borrado y frecuentemente mueren porque se olvidan de comer o protegerse, no tienen enemigos naturales a no ser el acero forjado y la soberbia. Conservan de su primitiva historia el terror a los tiranos y a los héroes, la atracción por el olor dulce de las mujeres y el placer de dormir en el húmedo piso de las cuevas. No buscan ni esperan un destino, sólo viven para derretir el hielo y morir en paz en primavera.

IV

Que el dragón muere en primavera, puede sentirse como una afirmación pueril pero se debe fundamentalmente a la ignorancia. Estos animales fabulosos se distinguen de otras criaturas porque reúnen tres características esenciales: la serpiente, las alas y el fuego, es decir, la tierra, el cielo y el sol. Esto hace que su ciclo de vida esté ineludiblemente marcado por las relaciones naturales de estos elementos. No todos los dragones viven el mismo número de años pero todos obedecen a un período que se norma por múltiplos de siete: siete meses, siete años, setenta o setecientos; todos también, mueren antes del octavo día posterior al equinoccio de primavera. Cada dragón tiene impreso en sus genes el día, la hora y el lugar en que debe morir y nada puede hacerse por que fallezca antes, ni el veneno ni la espada, por eso algunas leyendas lo refieren como inmortal pues se le ha visto levantarse aún con el corazón partido y el cuerpo atravesado por las lanzas.

Otro motivo para considerar cursi la figura del dragón, es su carácter de lugar común en las leyendas, los cuentos infantiles y en algunas historias de sectas y asesinos orientales. Sin embargo, es falsa la imagen que promueven estos textos, el animal es de una docilidad casi doméstica. No es un guardián sino una sombra o un amuleto, es muy útil para encender el hogar en el otoño. Su enemigo natural es el tigre, al que le teme porque trae sobre su piel las huellas de la noche. Su dulzura y pasividad no deben confundirse con la zalamería de un faldero, son absolutamente independientes. Abandonan la casa en la que se pretende esclavizarlos con caricias, se salen de noche y en silencio a través de una ventana que de al norte y se lanzan hacia su padre el sol en el farol más próximo.

Hubo una época en la que el dragón y los humanos convivieron, se cree incluso que los primeros iniciaron a los segundos en las artes. Sin embargo, el hombre era más ávido y voraz, curioso, hábil para imitarlo todo, competitivo como todos los débiles. Pronto la convivencia se hizo intolerable, los dragones abandonaron las aldeas. Desde entonces los humanos los persiguen, inventaron armas para cazar dragones y se entrenan con esmero para hacerlo. En realidad, la profusión de dragones en los cuentos no es más que la huella de esta historia atávica, anterior aún a la de los reinos de la luna y las mujeres. No se sabe qué pasó con las bestias fugitivas, es probable que inventaran los espejos para esconderse en ellos, o se fueran a vivir a lo profundo y ahí se dediquen a fabricar volcanes.

V

Heinz Mode, en su libro Animales fabulosos y demonios, (Interdruck Graphischer, Leipzig 1980) afirma: “No existe tipo alguno de dragón estrictamente definido. Todos los intentos por descubrir uno están condenados al fracaso, porque las concepciones más diversas y los nombres más distintos han convergido en una idea genérica que se caracteriza por la multiplicidad” Los antiguos testimonios del dragón se remontan a la cultura mesopotámica y se multiplican abarcando casi la totalidad de las culturas conocidas. Se le describe de muchísimas maneras en las que, como ya dijimos, se conserva como denominador común la serpiente, las alas y el fuego. Sin embargo, varía en múltiples detalles. Algunos lo describen como fiera de tres, siete o más cabezas. Las alas pueden ser de águila, murciélago, o como las de las aves prehistóricas extinguidas. La cola es larga y espinosa, o lisa y con la parte dorsal como de sierra, o terminada en punta de flecha. El más elemental no tiene patas, pero puede también tener un par como las del dinosaurio o las del ave Roc; o dos pares, las anteriores de mamífero y las posteriores de ave. El cuerpo es descrito como cubierto de escamas durísimas con las que se fabrican escudos, o provisto de una piel rugosa y áspera por la que exuda un líquido aceitoso y maloliente. En la cabeza predomina la forma del saurio o la de víbora, raras veces la del león. Lanza fuego por los orificios de la nariz o por la boca o ambas; no debe confundirse por ningún motivo con el basilisco que lo lanza por los ojos y es un animal traicionero y de muy mal carácter. En cuanto al tamaño los hay de

sde pequeños, como una oruga de la seda, hasta los que cubren el horizonte con su sombra. El dragón pertenece a la categoría de los seres que pueblan la heráldica y los frisos. Una característica que los distingue es que carecen de cualquier elemento humano y así se alejan del centauro, la medusa o la sirena y se acercan a los grifos, los pegasos o los unicornios, estos últimos, como el dragón, favorecen los excesos. La existencia de los animales fabulosos obedece a dos posibilidades. La primera, que son parte del mundo Platónico de las ideas y sólo esperan turno para encarnarse, desde esta perspectiva son modelos de síntesis evolutiva a los que se habrá de llegar en siglos venideros. La segunda, que son productos de la acción de la conciencia y por tanto, representaciones metafóricas que el discurso genera para eficientar su capacidad de simbolización y transformación de la realidad. Los teóricos de la literatura y la hermenéutica le dan más validez a la segunda que a la primera, tal vez porque hoy se entiende al universo virtual de Platón, más como producto que como productor de formas naturales. Como quiera que sea, existen dos visiones del dragón diametralmente opuestas: una preferentemente occidental, que lo refiere como hijo del mal, representación de Satanás, imagen del ángel caído, rector de las fuerzas maléficas y obscuras, pero sobre todo, como un ser lascivo y avaro que profana virginidades y acumula tesoros bajo tierra; la segunda visión, predominantemente oriental, lo sitúa como el emperador de las fuerzas positivas, es el sol, el símbolo del tao, el totem protector del sabio, posee las características esenciales del gran hombre: fuerza, humildad y paciencia.

El universo se constituye por las dos fuerzas creativas en movimiento, el yin y el yang que al unirse forman el cuerpo del dragón, así se resuelve la dualidad en una sola forma que contiene en sí misma lo divino y lo satánico. Según las antiguas creencias chinas, que después se distorsionaron, el dragón no es bueno ni malo, simplemente es, respira, come, duerme y estornuda. Al dragón le encanta escuchar historias de dragones, después de oírlas se pone unos zapatos en la testa y quema algunos bosques con sus llamas. ¿El dragón es una posibilidad genética o una metáfora? Esta pregunta ha ocupado una enorme cantidad de hombres de ciencia, si quieres contribuir a su respuesta, siéntate en la banca más cómoda del parque y espera, con los ojos cerrados, hasta que puedas ver cómo brotan las hojas en el árbol.

VI

Dragón, del latín dracone y del griego drakon, es el vocablo que sirve de paradigma para muchas criaturas conocidas. Como ejemplo podemos mencionar poco más de una veintena de nombres diferentes que designan bestias similares: Mushussu, Marduk, Tiamat, Enki, Ninlil, Illujanka, Apophis, Escila, Pitón, Tifón, Ninurta, Leviatán, Tinnin, Quetzalcóatl, Lu, Moghur, Thu’ban, Cthulhu, Hidra, Lung o Long, Aspis, Migdgard y Fefnir. Los sustantivos tienen que ver con fórmulas o invocaciones de origen religioso o mágico y todos son producto de un acto intuitivo que resume una cosmovisión, una manera de entender las relaciones del hombre con la naturaleza, sobre todo en lo que esta última tiene de amenazante y fatal.

Por lo que toca a la clasificación de los dragones algunos expertos los agrupan por su color en rojos, negros, amarillos, blancos y azules; otros por su elemento predominante en dragones de tierra, aire, fuego y agua. También pueden ordenarse por su actividad predominante y así se distinguen los guardianes, que protegen fundamentalmente a los tesoros y a las vírgenes; los guerreros, se ofrecen como rival temible de héroes y soldados; los encantadores, engañan a los sabios y ascetas para desviarlos de su propósito; los que incendian aldeas por gusto; los que provocan la lluvia y los que sólo son visibles en ciertas épocas del año. Otra forma de clasificarlos es por sus propiedades curativas, así los hay que atacan con eficacia los desórdenes térmicos, otros las enfermedades del cuello y la cabeza, los que curan el hígado, el corazón o la vejiga, los que sirven para el mal de amor o el desequilibrio de los humores en el cuerpo, los que alivian la melancolía o la locura, los afrodisíacos, los revitalizadores, los que protegen de la magia negra y el mal de ojo. El problema de la clasificación es que debido a la gran movilidad de los dragones, su gusto especial por transformarse en su contrario, frecuentemente se invalidan y es necesario buscar nuevas señales para encontrar otra forma de ordenarlos.

Acerca de su anatomía y funcionamiento interno carecemos de reportes, apenas hay acuerdo en cuanto a su exterior y aún éste resulta muy confuso. Algunos matadores de dragón afirman que se vuelve polvo cuando se vacía su sangre de color verdoso y que de sus huesos nacen los murciélagos y las aves nocturnas. Sin embargo, en el mercado negro de los encantamientos y las curas milagrosas se venden substancias que, se dice, provienen de partes del dragón como su piel, vísceras y huesos.

De lo expuesto en este capítulo se desprende que es inútil nombrarlos o someterlos a una categorización absurda, una de sus propiedades consiste en disfrazarse. La afirmación más certera que conozco, extraída de los textos del rey Wen, es que el dragón es un símbolo de la realidad que cambia.

VII

Un marino colombiano de nombre Maqroll buscó durante mucho tiempo un bálsamo especial fabricado con diversas partes del dragón, mezcladas de la forma apropiada, para ello visitó puertos lejanos y hospitales de ultramar. Dejó constancia de su aventura en escritos producidos por su pulso temblón en el margen de algunos libros, en hojas de hotel o en la parte posterior de facturas y recibos. De la lectura de estos documentos se infiere que nunca encontró la medicina aunque estuvo cerca, en la mina de Amirbar y en el planchón que eludía bancos de arena en los esteros. Sin embargo, durante su errancia pudo vislumbrar su propio rostro y la posible existencia de un gemelo.

La primera noticia de este bálsamo mágico la dan los curanderos orientales. J. L. Borges lo reporta en su zoología fantástica (FCE 1966), sólo que él afirma que el aceite contiene además el extracto la sangre de un tigre, esto obedece a que el dragón y el tigre son polares y juntos simbolizan la solución de los opuestos. El ungüento tiene propiedades singulares: torna invencible a quien lo usa sobre su piel; convierte en un guerrero temible a quien cubre con él sus armas; restaña todas las heridas excepto las que produce la mandrágora; restituye la salud y prolonga la vida varios años; añadiéndole tres gotas de la sangre de un búho es útil para penetrar en lo invisible, para evitar el velo del engaño, sólo que se corre el riesgo de quedar ciego para siempre.

La fama esotérica del bálsamo y su anhelada virtud de panacea involucran a muchos en su búsqueda, de tal modo que la historia de algunas regiones está regulada por el trazo de las rutas del dragón. Como las especies y la tierra santa, el dragón orienta las expediciones y el destino de los grandes imperios. Existen sociedades secretas y alianzas de iniciados que guardan con esmero los secretos y propagan leyendas falsas para ocultar el rastro que pueda guiar los pasos de oportunistas y aventureros.

Chuang Tzu relata la historia de un hombre que aprendió con paciencia todas las artes para cazar dragones y después nunca tuvo ocasión para ejercitar sus habilidades. Por eso tal vez, contra el ejemplo de Maqroll, lo mejor es no buscar, estarse quieto con la mirada perdida entre la hierba, hasta encontrar en la superficie de una gota de agua, la imagen reflejada del dragón que duerme en la memoria.

VI

II

Recoger testimonios del dragón, su existencia y sus costumbres, resulta un asunto complicado porque a cada paso surgen señuelos y espejismos. El verdadero dragón se oculta de la mirada de los curiosos en los lugares más inverosímiles, casi siempre a la vista. Puede permanecer, sin que se note, en el reflejo cristalino del agua contenida en un vaso; bajo la forma de una mancha en la pared; como una imperceptible telaraña en las cortinas. Algunos piensan que prefiere para esconderse las estampas de su propia imagen, así, podemos encontrarlo en la figura de un dragón que decora los costados de un camión urbano; en la elástica forma de un tatuaje; entre las páginas de un libro. Un sabio de la antigüedad, que radicó en Eleusis, afirma que sólo hay un lugar en el que habita el dragón: el punto más oscuro del ojo, aquel que nos permite distinguir la escasa luz que libera la sombra.

IX

Un alumno aventajado de Guillermo de Ockam dedicó buena parte de su vida a estudiar la varianza y el capricho de las leyes humanas. Sus escritos ofrecen infinidad de ejemplos inusuales y extraños. Entre ellos el caso de un dragón que, en ausencia, fue sometido a juicio. El fiscal acusó a la bestia de tentar a un asceta ofreciéndole riqueza, poder, el control de un reino y el disfrute de los placeres más refinados de la carne, todo a cambio de su alma, del abandono de su vida de ermitaño y de su propósito de alcanzar la perfección divina. En el alegato del abogado defensor se lee que el dragón actuó en defensa del humanismo más auténtico, del que promueve el ejercicio de la libertad y las posibilidades humanas tanto cognitivas como sensuales. En cambio, el asceta era el digno de castigo pues lo sostenía la rigidez y la soberbia, era preso de una locura que le nublaba el juicio y le hacía creerse capaz de tocar a Dios con la mirada y con los dedos. La defensa afirmó que cada uno era la representación cabal de su contrario: la humildad y la disciplina austera del eremita, eran el disfraz de la vanidad y del orgullo, el hombre renegaba de sí mismo para imitar a Dios, para ser un pedazo de Dios, el Dios que en su delirio imaginaba. El dragón, con su megalomanía aparente abonaba en favor de la humildad más honesta, la de saberse dragón y actuar en consecuencia, la de no querer ser otra cosa que dragón para gloria verdadera del creador, fuera quien fuera. En el legajo no aparece el fallo del jurado, sólo los folios que asientan los argumentos del fiscal y la defensa.

X

Poder es una cualidad de la conducta, un impulso natural que se opone a todos los obstáculos, una forma de ser de la materia que le sirve de ariete en su proceso de cambio y complejización creciente. El poder es hijo del deseo, nace de las copulaciones y las muertes; aspira a crecer hasta cubrir el todo. Vuelve semejantes los opuestos, por eso se le representa como un híbrido del ave y la serpiente. El poder es un animal que sintetiza lo telúrico y lo histórico, es el motor de la dialéctica, la tierra y el cielo y lo abismal y lo inmenso. Sólo se puede ver en dos momentos: la cima del orgasmo y la sima de la muerte; cuando la conciencia se ensancha, cuando el yo rebasa sus fronteras y se muere.

Así como Babel es la metáfora por excelencia del imperio, el dragón lo es del poder. Su imagen se construye a partir de la mezcla, es un disfraz, reúne las características necesarias para representarlo todo, en él confluyen aire, fuego, tierra y agua.

En el Apocalipsis se dice: “No hay poder sobre la tierra que pueda comparársele, pues fue creado para no tener temor de nadie”. No conoce el miedo pero es el espejo de todos los temores. Es la divinidad que vigila, el demonio que tienta, el guardián de los tesoros, la promesa del caos, el origen del huracán, la bestia que acecha tras las sombras. Las fuentes del poder son la fuerza, la riqueza y el conocimiento, la imagen del dragón las representa: el fuego es la explotación, la guerra y el desastre; la tierra guarda en sus entrañas la semilla, el diamante, los metales; el cielo ve desde su posición privilegiada todos los rincones y los acontecimientos. En su figura se resume la solución de los conflictos y la cuna de las disidencias. La base fundamental del poder es el engaño, la simulación, por eso se transforma en mito. El dragón no existe, es un símbolo, es la representación de la mentira.

El poder se arrastra, vuela, se fragmenta. Es como el agua: se cuela, irrumpe, se desborda. Contamina los pensamientos y los actos. Se apodera de las almas y arroja los cuerpos como cáscaras. Es la voz rastrera del manzano, el ángel flamígero en la puerta. El poder es un discurso y el dragón su metáfora más cara porque lo engloba todo. Dragón es el universo, el poder su sangre. Dragón es el mar, el continente, la tormenta, el volcán, el temblor, la espada, pero también es la tierra que florece, un campo de trigo, el fruto del verano, una montaña, un lago. El dragón es todo. Dicen los chinos que es el Tao, la serpiente que circunda los opuestos. No se puede hacer un juicio moral del poder y tampoco del dragón, como no se puede culpar al león por matar a la gacela. Estar a favor o en contra del dragón es tan absurdo como aplaudirle al sol cuando amanece. Es, respira, transforma las selvas en desierto, construye paraísos de cristal sobre la arena.

XI

La ciencia positiva utiliza el vocablo dragón para designar diversas cosas, un conjunto variopinto de seres y fenómenos. Con ese nombre se conoce por ejemplo:

1.- Un reptil saurio en forma de lagarto de cincuenta centímetros de largo que habita en las planicies australianas.

2.- Un soldado que lo mismo ataca sobre un caballo que a pie.

3.- Un pez rojo de aguas tropicales.

4.- El canal de recarga de algunos hornos.

5.- Una cometa grande.

6.- Un reptil originario de Filipinas, de veinte centímetros de largo, también se le conoce como dragón volador, porque está dotado de costillas retráctiles que al expandirse forman unas alas membranosas con las que planea entre los árboles.

7.- Algunas sociedades secretas, especialmente la fundada por Mitzuru Toyama que tuvo gran influencia en el Japón antes y durante la segunda guerra mundial.

8.- Las manchas opacas que aparecen en el iris bajo ciertas condiciones patológicas.

9.- Una constelación boreal que se extiende desde la Osa Mayor hasta la Lira.

10.- un árbol de la familia de las liláceas, de gran tamaño y con la corteza manchada que semeja a la piel de las víboras, de él se extrae una resina medicinal conocida como sangre de dragón. Existió en las Canarias un ejemplar al que se le atribuyó casi la edad del mundo y que fue destruido por un huracán en el siglo XIX.

11.- Un arbusto que crece al norte de México y cuya savia, igual que la anterior, se usa como medicamento y como base para pigmentar de rojo.

12.- El diminutivo se refiere a una arma de fuego muy antigua.

13.- Una piedra fabulosa que posee propiedades mágicas y se extrae de la cabeza de los dragones.

Como puede verse, el término dragón denota desde un grupo de estrellas hasta una lagartija. Seguramente existen muchas más cosas designadas con este nombre, lo cierto es que se aplica atendiendo a características como la forma, el color o cualquier indicio que recuerde al fuego. La palabra es arbitraria, contiene un vacío que le permite comerse casi todo. Para encontrar el significado verdadero del nombre, habría que recurrir a Martín Heidegger y su casa

del ser, o a Platón y su universo dividido con espejos. Sin embargo, para evitar problemas y no enredarnos en una hermenéutica confusa, tendremos que admitir, como se afirma en el Cratilo, que en el nombre del dragón está el Dragón.

XII

En otro lugar te hablé de salamandras, esos animales que habitan en el fuego, los que ves correr de pronto cuando el viento agita las cenizas. La salamandra fue el único animal que no bajó del arca de Noé, se salvó del diluvio subiéndose a las llamas más altas del incendio. Las encuentras cerca de las camas porque son proclives al calor que generan los orgasmos y a la sangre. La presencia de una salamandra es señal inequívoca de que ronda un dragón a pocos metros. Afirma la leyenda que las primeras salamandras nacieron de la boca del dragón y desde entonces forman una mancuerna inseparable, uno es parásito del otro, alternándose la posición de huésped según se sitúe el sol en su carrera elíptica. Se piensa incluso que pueden aparearse y que el producto de mezclar el fuego con el fuego es tan terrible, que los hijos de dragón y salamandra devoran a sus padres cuando nacen.

En el manual que consultó el discípulo de Chuang Tsu para matar dragones se recomienda atrapar una salamandra, de preferencia conservarla viva en una jaula construida con material incombustible, el animal emitirá un llanto continuo que servirá para atraer a los dragones. Deben tomarse providencias para no escuchar esos lamentos pues surten similar efecto al canto de sirenas, quien lo escucha pierde la razón, o muere. La mandrágora puede ser un substituto en estos menesteres pero es menos eficiente y mayores los riesgos que se corren.

La asociación de dragón y salamandra es imprescindible si se quiere conocer a fondo la naturaleza profunda de los cambios y las transformaciones, sólo puede lograrse aprendiendo el lenguaje mítico del fuego, el que surge del magma original y deja sobre la piel la marca del pecado que sólo puede lavarse con el agua. Por eso las fuerzas opuestas se representan, una, con el fuego y la lava; la otra, con el mar y la lluvia. Pecado es el fuego del infierno: salamandras, basiliscos. La gracia es el agua del bautizo: sirenas, hipocampos. El dragón sintetiza la gracia y el pecado, en él se entrelazan el lenguaje del fuego y el lenguaje del agua. Gracias a esto último puede verse la figura del dragón reflejada en la superficie clara de los lagos, cuando nace el sol o cuando se oculta, en el momento en que sus rayos tiñen de rojo las ondas que peina el viento sobre el agua.

XIII

Los alumnos de Linneo elaboraron interminables listas en las que se asienta un catálogo de todas las criaturas vivientes. Para imponer un orden las dividieron en especies, géneros, familias, grupos y subgrupos. Este método tiene la virtud de que permite identificar con rapidez cualquier ejemplar y responder a su presencia de la forma adecuada, sin embargo, también ostenta el defecto de categorizar la realidad, de fragmentarla, de suponer incluso una jerarquía absurda. De tal manera la taxonomía nos sirve como una herramienta útil para operar sobre el mundo de natura, pero por otro lado crea una deformación del objeto al suponerlo dócil a las exigencias y formas de ver del sujeto. Toda clasificación es útil pero falsa.

A pesar de lo dicho, creemos que se deben mencionar los esfuerzos de los zoólogos para darle un lugar a los dragones en el concierto de la vida en el planeta. El dragón pertenece desde luego, a la especie de los seres mixtos, la de aquellos híbridos, imaginarios o reales, que se forman a partir de la mezcla de partes o características tomadas de los animales más comunes. La especie de los mixtos se divide en dos grandes familias: los que tienen alguna parte humana como los centauros, las medusas, las sirenas o las esfinges; y los que sólo ostentan partes animales como el dragón, el pegaso, el grifo o el hipocampo. Todavía pueden subdividirse las familias en grupos, si se atiende a su hábitat, así hay seres mixtos del aire, del mar o de los ríos, de la tierra, del bosque, la llanura. Los subgrupos se obtienen de estudios más finos y detallados que toman en consideración conductas o particularidades generadas por la región, el clima, por su convivencia con otras especies o por la función que cumplen en las distintas narraciones que los usan.

Se afirma en casi todos los libros sagrados que los seres ordinarios fueron creados por Dios y los mixtos por el diablo; pocas voces dicen que los segundos fueron inventados por el hombre en su afán soberbio por enmendarle la plana a la creación divina. De cualquier modo lo dicho hasta ahora puede resultar absurdo, toda clasificación introduce, sin sentirlo, la falsedad, basta cambiar el ángulo de mira para que el panorama se ofrezca diferente. ¿Quién nos dice, por ejemplo, que no son los mixtos los ideales imaginados por Dios y los comunes son una degeneración de aquellos? ¿Es correcta una clasificación que atiende a datos tan banales como la forma, el alimento, la cueva en que se vive, el número de patas, la forma de aparearse? ¿Se puede asegurar que la esencia vital de una criatura radica en las alas o en la forma de sus órganos reproductores?.

Lo importante en fin es que el dragón pertenece a la especie de los seres mixtos, a la familia de los no-homínidos, al grupo de los voladores. En cuanto a los subgrupos, existen de varias clases como ya lo vimos en capítulos anteriores.

El dragón es una serpiente expulsada del paraíso porque pretendió elevarse, como Dédalo, con las alas prestadas y el aliento de fuego. Así, todo ser mixto es un símbolo de la rebelión, un acto de libertad que aspira romper las cadenas de la biología y el lenguaje para integrarse al universo sutil de la conciencia y el vacío.

XIV

Al revisar la extensa lista de la fauna mexicana no encontramos la huella del dragón, sobre todo si se rastrea su posible existencia en el seno de la cultura precolombina. Una vez pasada la conquista, cuando los monjes e investigadores recatalogaron las plantas y animales del nuevo mundo, asignaron el nombre del dragón a unos cuantos ejemplares: ya mencionamos el arbusto (dracaena draco) cuya savia se utiliza como medicamento astringente. También se llamó así a un lagarto pequeño de la familia del camaleón que tiene la facilidad de mimetizarse adoptando la forma de una flama. A una mariposa que habita en la selva, de color verde manchado, tiene en la parte ventral de la cabeza un filamento rojo que utiliza para libar la miel, pareciera que lanza un hilo de fuego hacia las flores. También se llamó de esta manera, de primera intención, al ajolote, pero después el nombre cayó en desuso y se conservó el sustantivo original axolotl, preferido por los naturales. Existe además, con ese nombre, una libélula venenosa cuyo abdomen termina en un aguijón en forma de tridente.

En cuanto a las leyendas y mitos de las culturas existentes en México antes de la conquista, encontramos sólo dos símbolos que recuerdan al dragón por la síntesis del ave y la serpiente. El primero es la señal que huitzilopochtli envió a su pueblo, misma que superó la barrera del tiempo al quedar plasmada en el escudo nacional. El águila y la serpiente no son, como ingenuamente se supone, las representaciones del bien y del mal o de la lucha de un pueblo contra sus enemigos, esto sería maniqueo y desde luego endeble como símbolo de poder. El escudo nacional es un dragón, marca el lugar en el que los cuatro elementos se funden para dar origen al híbrido. La serpiente, el águila, el lago y el nopal son los signos que forman la metáfora del poder azteca, los mexicas pudieron dominar
a los pueblos aledaños porque supieron usar la fuerza del dragón, toda su posibilidad de animal atemorizante y de discurso. El segundo es Quetzalcoatl, el dios sabio, el que es al mismo tiempo austero y sensual. Quetzalcoatl es un dragón, sólo que en vez de alas tenía plumas colocadas a manera de escamas, es un dios de tierra, aire y agua, acaba inmolándose en el mar, es de hecho un Leviatán americano, como el dragón, es símbolo de la dualidad y su dialéctica. No se puede entender el desarrollo de la cultura autóctona de México sin la presencia del dragón, oculto bajo la forma de un dios blanco y solar representado por la serpiente emplumada, y bajo el disfraz del águila entrando en comunión con la serpiente.

XV

Otro lugar en el que los dragones se sienten a sus anchas es el mundo de los alebrijes, esas criaturas híbridas que la imaginería popular retrata en utensilios y artesanías, atribuyéndoles cualidades mágicas de protección contra el abuso, o de talismán útil para la realización de arriesgadas empresas. El origen de animales tan extraños se relata en algunas leyendas y uno que otro poema fundacional.

En los fragmentos rescatados de los Anales de Culebras se afirma que inmediatamente después de que se inició el movimiento y desde luego el tiempo, los seres, que hasta ese momento habían estado suspendidos como esculturas de piedra en el espacio inmóvil, emprendieron una actividad desenfrenada, exploraron el mundo neonato y se dejaron llevar por sus apetitos, de tal forma copularon unos con otros sin importar distinciones de forma, tamaño, color, reino, especie, clase o subclase. Los productos de esas cruzas imprudentes poblaron lo habitable, consumieron lo consumible y pusieron en riesgo el plan de la creación. La promiscuidad y los excesos dieron lugar a degeneraciones que obligaron la intervención de los dioses. Primero tomaron unos ejemplares de cada variedad de organismos que habitaban la tierra, acto seguido liberaron el terremoto y los temblores, ríos de fuego dejaron cenizas a su paso. Después vino la lluvia, la tierra quedó bajo las aguas. Cuando regresó la calma, los dioses decidieron dar una segunda oportunidad a las criaturas, escogieron a las más fuertes y adaptables y los expulsaron del cielo para que volvieran a poblar la tierra, en esta ocasión limitando su preferencia sexual y su capacidad de procreación a los miembros de la misma especie. En el cielo quedaron las criaturas contrahechas y extrañas, algunas muy bellas pero incapaces de sobrevivir en las condiciones naturales del planeta. Estos son los alebrijes, bestias de dos o más cabezas, cuerpo de mamífero o de saurio, patas de ave o cola de pez, con alas o sin ellas, escamas donde debería de haber plumas o plumas donde debería de haber pelo, cuerpos de insecto cubiertos con pieles de lagarto, roedores protegidos con élitros que cubren unas alas delgadas y sedosas. De vez en cuando los dioses liberan algunos de estos seres fantásticos para ver si soportan las exigencias de la naturaleza. Estas visitas ocasionales han dado lugar a la fantasía y al mito, de ahí provienen los unicornios, los pegasos, las furias, la medusa, los naguales, los centauros y los dragones.

Con el nombre genérico de alebrijes los mexicanos designamos a una extensa variedad de seres que tienen la particularidad de combinar las características fenotípicas de los animales conocidos, incluso llegan al extremo de incorporar algunos rasgos propios de la vida vegetal. Desde luego los alebrijes son inclasificables, podríamos decir que cada ejemplar constituye por sí mismo una especie. A diferencia de otras mitologías donde los animales fantásticos son simbolizaciones del bien o del mal. Los alebrijes significan pluralidad, son síntesis de la vida que no inspiran reverencia o rechazo sino simpatía, manifestaciones de la infinita capacidad combinatoria de la naturaleza, representaciones de lo otro, lo diferente, lo que se ubica más allá de nuestra limitada visión. El alebrije, como metáfora, es de la familia del dragón, un signo de la realidad que cambia, un hoyo negro, nada, un espejo que dibuja, con la luz, lo inexistente.

 

XVI

En el habla hispanoamericana existe un verbo, dragonear, cuyo significado es actuar con falsedad, se dice que dragonea el que obtiene un cargo y ejerce funciones sin tener el nombramiento pertinente. Dragonea el que presume, hace alarde o miente. En Argentina el verbo es sinónimo de cortejar. En este contexto, el dragón se toma como figura útil para impresionar al otro, es pura forma, un desplante, una simulación. Dragonear es una conducta que realizamos todos, es la base de la manipulación, del poder y la seducción. En este sentido el dragón es la metáfora del yo, sus vanidades, sus defensas inútiles, su absurda construcción del mundo. Dragonea el que pone su valor en el disfraz que lleva: sus posesiones, sus señales de estatus, la imagen falsa que lo cubre. Matar al dragón es darse muerte, disolver el yo. Como el viaje al infierno, la lucha con el dragón es una guerra contra los propios fantasmas, contra la pedantería y la soberbia. El dragón guarda las riquezas, el héroe las disfruta, el primero es el yo, el segundo la esencia, habrá que matar aquel para que sobreviva éste.

Lo dicho en este apartado puede confundirnos y hacernos adoptar frente al dragón una actitud moralista y prejuiciada. La verdad es que existen dos dragones, como dos conciencias. El gran dragón, el uno, la conciencia del ser, la síntesis. El pequeño dragón, lo múltiple, la falsa conciencia, el que es como una cáscara de huevo que debe romperse para entrar en el vacío, es decir en la gota de lluvia, la semilla y la nube. En casi todas las leyendas del dragón se narra una batalla fatal contra el espejo en donde cada combatiente parece su contrario: el pequeño es el de mayor tamaño y ferocidad aparente, el gran dragón es como un suspiro, el vuelo de un pájaro en la tarde, un tallo que se dobla contra el viento.

XVII

El oscuro lenguaje de Heráclito deja ver que todos los dragones son un solo dragón que se dispersa cuando es tocado por la luz que se refleja en el mágico espejo de Dionisios. El sabio de Éfeso dice que no se puede ver al dragón pero está, como símbolo, en el fragor de la contienda, su naturaleza sintetiza la unión armoniosa del logos y del fuego (fragmento 140). Con el Dragón no valen los trucos de la razón, ni el hilo de Ariadna ni el ingenio de Dédalo ni el valor de Prometeo. El dragón no es, vive en el vacío, su voz es la del fuego negro, el desastre, la terrible fractura del silencio. Es una voz, y una imagen que no dice ni oculta nada, sólo apunta, sugiere la identidad de la vida y la muerte, el día y la noche, el placer y el dolor. El dragón nace por la condensación del magma, de los vapores del fuego y el agua, de la tierra y el aire, es la representación del todo que se muere para convertirse en nada. Nadie, desde luego, puede luchar dos veces contra el mismo dragón

 

XVIII

Poner límites al tema de los dragones resulta difícil porque su naturaleza hace necesariamente arbitraria cualquier frontera. La consistencia del dragón es tan sutil que con facilidad traspasa las barreras que separan distintas realidades. Tan pronto invade los lugares de lo físico y se le ve, o se le intuye, aguardando en la sombra, como aparece en el reino de la ficción o la fantasía. Es personaje central de un relato lo mismo que motivo de sesudas discusiones científicas o filosóficas. Es sobre todo un símbolo ambiguo que presenta el haz y el envés en una misma cara.

El tema del dragón asalta, aparece de p

ronto en cualquier lectura o actividad, así se trate de un ejercicio de la imaginación, como de la más rigurosa investigación científica. El dragón está en el principio y en el fin del universo porque es una representación del caos, es el ángel guardián de la puerta del Edén, la que comunica el ser con el no ser.

La tierra fecundada dio forma a sus innumerables hijos, uno de ellos fue la gigantesca Pitón, antecesor más remoto de la estirpe del dragón, el enorme tamaño de la serpiente la obligaba a devorar todo, puso en peligro la creación de tal modo que, para evitar la catástrofe, Apolo tuvo que matarla con sus flechas. Una vez muerta, el dios edificó un santuario en Delfos donde la voz de Pitón era la voz de Apolo y su timbre y sus enigmas sirvieron como recordatorio y como vacuna contra el gigantismo y la soberbia.

El dragón fue el primer hijo de la tierra, tiene la mitad del cuerpo metido en la nada, en el caos, la otra mitad en el orden o la creación; es, también, una voz, el discurso, la palabra transformada en enigma, porque toda frase es un enigma. Por eso hay tantos testimonios de la existencia de los dragones, y de tan distinto origen, lo mismo se reporta que Isaac Newton, el científico, organizó una expedición para cazarlos, como su presencia en textos filosóficos, en relatos de la historia o en mitologías. Lo que parece ser indudable según afirma Parménides es que, si bien su imagen física es desconocida y sus descripciones una interpretación o un invento, su voz es una prueba de que están ahí, como parte del ser, como puente que unifica el silencio y el discurso. El dragón es un anillo que contiene al todo, una esfera pulida y brillante, es el ser y el no ser, el grito de dolor del nacimiento y también el de la muerte, su voz es la voz de la catástrofe.

XIX

Dragón es un disfraz: el del poder y el lenguaje. El disfraz es una continuación de la máscara, ésta oculta el fondo y aquel la forma. Se utiliza para esconder y desfigurar, con él se forma un palimpsesto en el que lo escrito arriba sostiene con lo de abajo una relación mistificada, de tal modo que la duda y la mentira se introducen hasta el punto de no saber si lo que oculta el disfraz es otro disfraz y otro. El mejor disfraz es el que está dado por la mimesis, por la capacidad de parecerse a todo, de perder la figura y adoptar la de cualquier objeto o de ninguno. Cumple con dos finalidades: la de ocultación y la de identificación. Por un lado, quien se disfraza anhela pasar inadvertido, desfigurar su rostro para actuar desde la nada y contar a su favor con la sorpresa; por otro lado, aspira a tener una nueva identidad, incorporar las características de la imagen usada, así, quien se disfraza de león pretende obtener, por este medio, la fuerza y la ferocidad de la bestia. Disfraz y disfrazado se transforman en una unidad que imprime significación a los relatos. El hombre se disfraza para ocultarse y exhibirse al mismo tiempo, para dejar de ser él mismo, representar, convertirse en lenguaje y en símbolo. De esta forma el disfraz juega un papel importante en el nacimiento del tótem, es también decisivo en la formación del lenguaje. El lenguaje reúne sensaciones y sonidos para formar unidades susceptibles de sentido, con él se construyen denotaciones y connotaciones a partir de la condensación y el desplazamiento, recompone la realidad para imponerle un orden: el de la gramática y la convencionalidad.

Dragón puede ser cualquier cosa según se parta de horizontes distintos. La interpretación de los relatos se hace desde un mundo de espejos y así el dragón es el mal; la sombra combatiente; el demonio dispuesto al sacrificio para gloria del ángel o del héroe; la carne ceremonial que se consume para concluir el ritual de la continuidad y del progreso; es el macho dominante, el ogro, el dueño de la virgen y el tesoro. Por contraste puede ser la luz; el ángel, la lluvia, la tormenta, el sol. Dragón es una metáfora de la lucha sinfín de los opuestos. Es al mismo tiempo Leviatán y la mujer vestida con el sol y con la luna, Luzbel y Gabriel. Es el aleph.

La poética del dragón implica una desigual contienda: la del lenguaje y el poeta; la del poder y el poeta; la del poeta y el poeta. Apela también a la metáfora como trampa para cazar sentidos y a la imaginación como único filo que puede penetrar la dura piel y las escamas. La leyenda nos dice que en el choque de Merlín contra la bestia, del fuego y de la espada, la realidad transmigra, se rompen los discursos, se desconstruye un mundo y se genera otro universo de silencios. El escritor corta la carne del lenguaje para descubrir la realidad que oculta, mientras el dragón funde la realidad con fuego hasta convertirla en signo. Dragón es una palabra, una representación y por lo tanto un disfraz, un no-ser que requiere de las formas necesarias para decir y para decirse. El Dragón oculta un sentido, un significado que sólo puede hacerse visible mediante la condensación de otros sentidos. El dragón es en sí mismo un relato que cobra vida al imponer dirección a otros relatos. Como símbolo, siempre estará sujeto a su lector o su intérprete, de éste depende su posibilidad de vida, pero al mismo tiempo, él otorga al lector una puerta al infinito. El dragón es una metáfora cuyo sentido profundo es la metáfora, es una metáfora de la metáfora, en él se dan las condiciones para sintetizarlo todo. Es una metáfora y como tal, la clave para acceder al mar de los sentidos. Dragón es el lenguaje, un discurso, el ser y la casa del ser y su cama y su alimento. El poeta trata de vencer al dragón y dominarlo, a pesar de saber que el dragón es él mismo y que la victoria devendrá en su propia muerte, en el silencio.

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