Al parecer de los egipcios el ser humano estaba formado por una serie de elementos, unos materiales y otros inmateriales. Dichos elementos son difíciles de comprender porque algunos difieren mucho de nuestras concepciones actuales y de nuestra mentalidad moderna pero, además, hay otra dificultad añadida: no hay una palabra concreta que sirva para designarlos.
Entre los elementos más importantes tenemos el cuerpo físico, el corazón, el anj, el ka, el nombre, la sombra y las energías sejem y heka.
El cuerpo físico
Era aquel que debía ser momificado y que los egipcios denominaron Jat.
Para disfrutar de una vida inmortal en el Más Allá, era necesario que al fallecer se sometiera el cuerpo a un proceso de deshidratación (inducida por natrón) que facilitaría su pervivencia incorrupta. Este acontecimiento pretendía rememorar, en el cuerpo de cada difunto, los mismos ritos que se habían celebrado a la muerte de Osiris, facultando así su vida eterna e imitando de forma artificial la desecación natural que se producía en el Predinástico, cuando los cuerpos eran enterrados directamente en la arena.
Con la inclusión de sarcófagos y de salas en la tumba, el aire penetró en el enterramiento y esto produjo que en los cuerpos se desencadenase el proceso de putrefacción. Fue entonces cuando los egipcios sintieron la necesidad de “inventar” un método artificial que obtuviera la “incorruptibilidad” del soporte material que habían tenido en vida y que iban a seguir utilizando tras la muerte.
El cuerpo servia de soporte al Ka y este elemento espiritual necesitaba reconocer el lugar al que había pertenecido.
El corazón
Era la víscera más importante del hombre y como tal no se retiraba del interior del cuerpo en el proceso de la embalsamamiento. Los egipcios le denominaron ib o haty.
El corazón cumplía funciones similares a las que hoy sabemos realiza el cerebro. Era la sede de los pensamientos, tanto buenos como malos, el que proporcionaba la libertad de acción y el responsable de los actos que se cometían en la tierra. Como tal, era el que debía ser juzgado en el Más Allá en la “Sala de las dos verdades”, presidida por Osiris. Allí, en una balanza se pesaba, actuando como contrapeso la pluma de la justicia que encarnaba a la diosa Maat. En el caso de que el corazón fuera más pesado que la pluma, inmediatamente sería devorado por un “monstruo”, la diosa Ammyt, eliminando toda posibilidad de vida eterna.
Para garantizar el paso por el mencionado tribunal y como medida de seguridad, sobre el cuerpo de la momia se colocaba un escarabajo, denominado “escarabeo o escarabajo de corazón”, que llevaba grabado el capítulo 30 del Libro de los Muertos, así se conseguía que éste no testificara en contra del fallecido, delatando los “pecados” que había cometido en la tierra.
El poder del corazón incumbía también labores creadoras y como tal lo encontramos en la llamada Teología Menfita, en la cual el dios Ptah crea gracias a haber “pensado” con el corazón”.
El aj
El ibis crestado es el animal que sirvió para representar el determinativo de este concepto espiritual vinculado a la “luz”, que también puede manifestarse como una momia. Se entiende como una parte del ser luminosa, con el espíritu transfigurado del difunto en contraste con el fin de la existencia.
Es una fuerza exclusivamente funeraria ligada a las estrellas, interpretadas como formas de vida tras la muerte, sobre todo, en el Reino Antiguo, por ello, es una de las formas, el medio que el difunto dispone y desea tomar para ascender al cielo y unirse a las estrellas circumpolares que nunca se ponen, que en Egipto se asociaron a las “almas” de los fallecidos.
Su aparición se producía al reunirse el ka y el ba, con los que coexistía, pero algunos autores piensan que podía formarse gracias a la unión entre el ba y el cuerpo. En cualquier caso se vinculó a la resurrección y la inmortalidad.
Este elemento también lo tenían los dioses como se desprende en algunos capítulos del Libro de los Muertos.
El ka
Era uno de los elementos espirituales del hombre. Se representó mediante dos brazos que se elevan verticalmente formando un ángulo recto y que terminan en manos.
Pese a haber sido traducido de forma incorrecta como “espíritu”, este elemento es el que posibilitaba la vida del individuo y como tal lo tenían tanto los vivos como los difuntos o los dioses. Se creaba a la vez que el cuerpo, como un elemento gemelo.
El Ka necesitaba alimentación y bebida para subsistir tras la muerte, así como contar con elementos materiales que pudiera reconocer tras la muerte: el cuerpo o una estatua. Por ello, como habitáculo del ka, el egipcio momificaba el cuerpo y colocaba estatuas que reproducían sus facciones en el momento de mayor esplendor físico. Sin embargo el ka no tenía movilidad y necesitaba al ba para poder alcanzar la parte espiritual de las ofrendas que se entregaban diariamente en el culto funerario.
La eliminación del ka suponía la muerte definitiva y la imposibilidad de disfrutar de vida eterna.
Para los egipcios los templos, los dioses, las tumbas, etc, también disponían de ka.
El ba
Es otro de los elementos espirituales que formaban al hombre y que también fue mal traducido como “alma”. Estamos ante una fuerza exclusivamente funeraria y que tenía movilidad. Gracias al ba, el ka recibía la esencia de las ofrendas ya que este último era el que podía desplazarse hasta las mesas de ofrenda para “absorber” su sustancia espiritual y hacerla llegar al ka.
El ba se representó mediante la imagen de un halcón con cabeza humana que reproducía los rasgos del difunto. Encarnó la posibilidad del fallecido para desplazarse tras la muerte y gracias a él el difunto podía convertirse en cualquier forma y tomar cualquier apariencia que pudiera necesitar.
En el momento de la muerte el ba abandonaba el cuerpo y ascendía al cielo, pero al llegar la noche debía retornar a la tumba para descansar en el cuerpo. Además, el ba podía salir de la tumba y deambular a su antojo. Era él el que salía a través de la Estela de Falsa Puerta y visitaba la tierra que el difunto había amado, pero no era parte indisoluble del hombre sino que formaba uno de los elementos del ser. Es decir, que pese a no tener una dependencia total del cuerpo del individuo, sí lo necesitaba en algunos momentos.
Como ocurre con el ka, según el pensamiento d
e los egipcios, los dioses, los templos, las estatuas y las tumbas también tenían ba e, incluso, algunos animales que sirvieron como manifestación divina de divinidades concretas fueron entendidos como el ba de esos dioses ya que recibían las ofrendas terrenales destinadas a ellos.
El nombre
Realmente fue un elemento importantísimo. Para los egipcios la falta de un nombre concreto implicaba directamente la no existencia y por ello tanto los reyes, como los personajes privados o los dioses, hicieron inscribir los suyos sobre toda clase de soportes.
El nombre llevaba implícito la esencia del ser y como tal era un instrumento poderoso. Como medida de seguridad los dioses contaban con nombres secretos, para protegerse de otros dioses que, conociendo, su verdadera identidad podrían hacerse con un mayor poder.
Todo en Egipto debía poseer un nombre propio para tener una existencia real: tumbas, templos, hombres, animales y plantas (como manifestaciones divinas), etc.
Cuando los egipcios querían eliminar de forma mágica a un personaje que había reinado se limitaban a borrar el jeroglífico que contenía su nombre de todos los lugares donde se había inscrito entendiéndose que de este modo se restauraba el orden que en algún momento se había roto. Así ocurrió por ejemplo, con Hatshepsut, Ajenatón.
Eliminar el nombre de un antecesor sobre la superficie de un templo o de una estatua y colocar del usurpador en su lugar, llevaba a que ese soporte material pasara de forma mágica a ser propiedad automática del segundo.
La sombra
Es curioso pero no extraño, que la sombra sea una de las partes del ser y que esté representada en un buen número de monumentos funerarios. En momentos puntuales puede estar acompañada del ba, pese a estar tradicionalmente unida a la tierra. Los egipcios la denominaron shuyt.
Se representó mediante una forma humana de color negro y fue un elemento de protección muy eficaz. Los habitantes del Valle del Nilo entendieron que era una especie de doble en negativo del hombre, totalmente semejante a él y especialmente rápido
El sejem
Bajo este nombre encontramos dos conceptos: un cetro y una “fuerza” inherente al hombre. En este sentido personifica la energía del espíritu divino, es decir, del fallecido convertido en un dios.
El heka
También bajo este nombre encontramos tres conceptos: un cetro, un dios y una “fuerza”, que en este caso está asociada a la magia.
El difunto precisaba esta fuerza energética, que provenía de su propia personalidad, para defenderse de los enemigos que pudieran querer interrumpir su paso por el peligroso mundo del Más Allá, antes de alcanzar la sala donde su corazón debía ser.