Rezar es un ejercicio del espíritu. Rezar fortalece el espíritu. El espíritu es el motor que mueve el cuerpo. Así, la intención se convierte en movimiento, así la intención se convierte en acción.
El ser humano está formado, básicamente, por dos elementos: materia (cuerpo) y espíritu (alma). Estos dos elementos que conforman el ser humano dan paso a la acción del intelecto y, este a su vez, es el motor que “produce” la acción y el movimiento del cuerpo. En otras palabras, el cuerpo (materia) sin espíritu (alma) deja al ser humano en un estado de simple robot; mientras que el espíritu (alma) sin el cuerpo (materia) se convierte en una especie de brisa que vuela sin encontrar asidero.
Por todo esto, bien podríamos decir que el rezar es el puente entre el cuerpo (materia) y el alma (espíritu).
El rezar nos permite mirarnos a nosotros mismos y a confrontarnos con nuestro yo. El rezar nos trae paz y sosiego a nuestro espíritu, lo que a su vez se transmite a nuestro intelecto.
El rezar abre nuestros corazones a Dios y nos lleva a buscar la presencia de Dios. Como lo expresara el Rabino A.J. Heschel (z’l), “No podemos hacer a Dios visible a nosotros, pero podemos hacernos visibles a El”. Es decir, no puedo traer a Dios ante mí, ante mi presencia, pero puedo tratar de llamar su atención haciéndome presente ante Él. Y así sentimos que no estamos solos, que nuestra soledad es contrarrestada por la compañía de Dios.
No importa si rezamos solos o en compañía. El rezar siempre nos llevará a elevar nuestro espíritu y llegar a estar en presencia de Dios. No podemos elevar nuestro cuerpo (materia) de ninguna forma, ni aún a través de la oración, pero sí podemos elevar nuestro espíritu, nuestro pensamiento, a alturas inimaginables, e incluso encontrar la Presencia Divina.
Y aún mas. Aunque parezca paradójico, si nuestras intenciones de orar están vacías, lo que convierte en vacías nuestras oraciones, si nuestras oraciones no tienen sentimiento y, por ende, no tienen contenido, entonces es cuando se tornan “pesadas” y no se elevan. Se quedan a nuestro nivel material y no “vuelan” en búsqueda de la presencia de Dios. Pero, por el contrario, cuando la oración que rezamos sale de nuestro ser y va “cargada” con todo el peso del espíritu y de la sinceridad de nuestro corazón, entonces la oración se torna en una cosa tan “liviana” que se eleva y “vuela” en búsqueda de la Presencia Divina llevando ante el Todopoderoso nuestro mensaje, nuestra palabra.
Se cuenta que en una oportunidad, el Baal Shem Tov (fundador del Movimiento Jasídico) junto a sus discípulos se dirigieron a la Sinagoga de la ciudad donde habían llegado y en el umbral de la puerta de la Sinagoga el Baal Shem Tov (Besht) se detuvo. Tratando de entrar hacia esfuerzos para hacerlo, pero no podía adelantar ni un paso. Los discípulos, asombrados, le preguntaron que es lo que le pasaba, y el Besht les respondió: “es que las oraciones que recitan los judíos aquí presentes están tan vacías de intención y sentimiento que no tienen fuerza para elevarse a las alturas del Señor y se han quedado aquí mismo y la Sinagoga se ha llenado de estas oraciones y por eso no hay lugar para que podamos entrar y nos podamos acomodar en ella”.
En Pirke Avot (Tratado de Principios, Cap. 1, Mishná 18) leemos: “Rabí Simón dice: sé meticuloso en la lectura de la Shemá y la Amidá. Cuando ores, no lo hagas por rutina, mas que sea un acto sincero en el que invocas la misericordia de Dios…”.
Al rezar debemos tratar de hacerlo en un nivel de devoción tal que nuestras palabras, imbuidas con nuestros pensamientos, puedan llegar a la presencia de Dios. Si nuestras oraciones se convierten en mera rutina, si cuando rezamos lo hacemos de una forma mecánica, repitiendo palabras que no entendemos ni tratamos de entender, repitiendo palabras a las que no buscamos de “cargarlas” con sentimiento ni intención, entonces mas bien parecemos robots que seres humanos.
Cuando rezamos debemos “meternos” en la tefilá, hacerla nuestra, que sea parte de nuestro ser.
En el orar, es mas importante la calidad de la oración que la cantidad de las oraciones que decimos. No importa si nos quedamos con una sola palabra, pero si está imbuida de intención (kavanah) y sentimiento es una verdadera tefilá, mientras ¿qué podemos decir que son una enorme cantidad de oraciones, rezos y Salmos pero que son expresadas sin intención ni sentimiento? Pues sí, podemos decir que son solamente una enorme cantidad de palabras y frases que no son nuestras ni son portadoras de nuestros sentimientos ni intención.
La oración sensibiliza nuestro corazón (sentimiento, espíritu), nuestra mente (intelecto, razonamiento) y nuestro ser. Cuando rezamos tomamos conciencia de lo pequeño que somos, de lo débiles que somos, de lo tanto que necesitamos fuerza de espíritu para poder tener fuerza física.
Podemos rezar con la palabra, con la mente, con el corazón, con el intelecto, y todas son formas válidas y valiosas, pero el grado mas alto de oración es cuando llevamos nuestro rezo a la acción, a la práctica. No me digas en tu tefilá cuánto amas a tu prójimo, sino muéstralo, demuéstralo con tu proceder, con tu forma de actuar.
El rezar es una poderosa y útil herramienta para nuestro propio ser, para buscar nuestro propio yo, para ser cada día un poquito mejor, para contrarrestar nuestra soledad. No mal utilicemos ni desperdiciemos la oportunidad que nos ofrece.