Cuando abordamos el estudio de los árboles desde un punto de vista exclusivamente racional, en cuanto a sus aspectos biológicos, morfológicos, ecológicos… tenemos una visión esencial de una enorme utilidad práctica, que implica además un desarrollo de la percepción y una comprensión cada vez más global del mundo que nos rodea.
Sin embargo esta perspectiva será parcial en cuanto no atienda otros aspectos que alimentan de diferentes modos la conciencia. Nuestro inconsciente individual y colectivo utiliza otras claves y formas de inteligencia igualmente esenciales. Existen por otra parte dimensiones que no pueden ser consideradas desde esa inteligencia racional y analítica. Podemos citar así las experiencias, vivencias y recuerdos que pertenecen al mundo onírico, mítico- mágico, místico- espiritual, poético…
Lamentablemente, en esta cultura materialista y uniforme se ha cortado el hilo de nuestra percepción y memoria colectiva, y se han ridiculizado las interpretaciones de un mundo que sencillamente no podemos entender desde la lógica. Una sencilla explicación de esta manera de entender el universo es la aseveración de que los seres míticos “son y no son”, concepto presente entre los antiguos vascos que ilustra la enorme diferencia entre nuestras imágenes de la realidad.
Podríamos contraponer asimismo la concepción de la tierra y los seres que la habitan de muchos pueblos tribales para los que “nada es sagrado porque todo es sagrado”’ y la actitud arrolladora de esta civilización, que crea pequeños santuarios y reservas de indígenas, de especies en peligro, etc. y con la conciencia ya tranquila aniquila y engulle el resto.
En un proceso creciente los fundamentalismos religiosos, al igual que el dogmatismo científico, han polarizado nuestra identidad, negándonos el acceso al espléndido legado de nuestros antepasados. De ahí que además de ahondar en todos los aspectos biológicos, ecológicos, etc… nos interesemos aquí también en la recuperación y el recuerdo, en un intento de revivir toda la fuerza, la belleza y el significado de los mitos. Por supuesto que es lícito y necesario el análisis y comparación de las tradiciones; la interpretación que tan a menudo nos sirve para separar el grano de la paja y detectar los innumerables malentendidos y errores que muchas veces pasan de boca a boca y de autor en autor perpetuándose por siglos hasta perder el sentido y la frescura originales.
Tras esta criba y cuando la leyenda o costumbre nos llega en su desnudez primordial, solo resta escuchar y comprender más allá de las palabras, en el nivel de la emoción y los sentimientos, de la moral, la espiritualidad, el enigma o la simple y pura percepción de belleza. Pero todo esto, como iremos viendo, lo explica magistralmente, el anciano de los bosques, el tejo, y la infinidad de tradiciones y leyendas que han germinado a su alrededor. Presentamos aquí tan solo un puñado para hacernos una idea del alcance y significado de esta antigua relación de los hombres que vivieron en los bosques o junto a ellos y obtuvieron de este árbol mucho más que los beneficios y productos materiales que les proporcionaba.
NATURALEZA Y JERARQUÍA DEL ARBOL
Antes incluso de que el hombre se irguiera sobre sus patas traseras, cultivó esta extraña relación con un árbol misterioso, el tejo, que le atraía con sus deliciosos frutos y mucho más tarde por las incomparables cualidades técnicas de su madera. Es difícil saber en qué momento nuestro árbol adquiere un carácter sagrado o comienza a ser objeto de admiración y culto. Posiblemente algunas de las razones que explican este rango de árbol primordial que mereció el tejo en diferentes culturas, radicaban en aspectos como su asombrosa longevidad, la capacidad de rebrotar incesantemente aún después de caído, el follaje perenne, la dureza pétrea de su madera y su increíble elasticidad, el color rojo intenso de este material que en las heridas recientes cobra un aspecto sangrante, y su potencia letal que reside en todas sus partes salvo en la envoltura roja, carnosa y comestible de su semilla negra.
La investigación en campos tan diferentes como la etnografia, leyendas y tradiciones orales, etimología, historia, etc., revela la existencia de una arcaica “religión”, cuyo centro sagrado y motivo principal era el tejo y que aglutinó razas, culturas y etnias generando a su vez diferentes cultos mistéricos en los que actualmente apenas pueden reconocerse las huellas del arcaico significado. Aunque tenemos noticias que hacen sospechar una extensísima distribución geográfica de este culto, nuestro trabajo se ha centrado en el ámbito estrictamente europeo, en el cual aún se conserva la memoria de diferentes formas de veneración o significados rituales entre los griegos y los romanos, celtas, germanos…
Sin embargo son las regiones más occidentales del continente, desde Alemania a Galicia, a lo largo de toda la costa atlántica y las islas británica e irlandesa, las que han conservado en mayor grado de pureza muchas de las relaciones tradicionales con este árbol y un sinnúmero de centros sagrados en los que el imponente y sombrío tejo, ha sobrevivido alcanzando edades de vértigo, junto a ermitas, iglesias, abadías, cementerios, castillos y casas humildes y cualquier lugar en el que los hombres han experimentado la urgencia de renovar la antigua alianza, tal como se continua haciendo en algunos lugares de España.
No podemos entrar a valorar, ni siquiera a enumerar, el sinfín de ceremoniales y funciones en los que este árbol se vio involucrado en su diálogo secular con el género humano. Como muestra, valga la asamblea o concejo de vecinos, los juicios y las fiestas, las reuniones de todo tipo que se hicieron hasta ayer mismo bajo la frondosa copa, junto al tronco inmutable, al amparo del árbol más viejo, el tejo sagrado.
Allá donde este género, en continua regresión por causas climáticas, ecológicas, etc., se ha conservado, ha perdurado frecuentemente también en la memoria de los hombres el sentimiento de supremacía del tejo respecto a los otros vegetales. Así la denominación del tejo japonés Ichi-i, tiene un significado de rango social supremo y el cetro del emperador japonés estaba hecho de esta madera[1][1]. Existen asimismo mitos y leyendas norteamericanas en los que el tejo es árbol principal o árbol jefe de todos los otros árboles y matas y en un cuento de este continente el ‘tejo occidental’ esta consagrado a Hoh y Quileute porque un arco hecho con su madera lanzó la flecha sobre cuyos lomos ascendieron al firmamento la Osa Mayor, la Osa Menor y todos los animales representados en las constelaciones. Idéntico rango y concepto de árbol jefe lo atestigua una ley irlandesa (Brehon Law) que establece las distintas multas por derribar árboles, su cuantía dependía de la importancia o rango de los mismos. En este caso el tejo compartía la jefatura con otros seis ‘árboles jefes’. En otra antigua ley galesa es el ‘consagrado tejo’ en solitario el que encabeza el orden de importancia con una libra de multa por cortarlo.[2][2] Curiosamente la palabra agin que designa al tejo en euskera tiene su exacta concordancia en el verbo agindu: ordenar (en el sentido de mando), prometer. Interesa señalar que las diferencias entre los distintos tejos son tan pequeñas que algunos botánicos los consideran una sola especie. En otras muchas regiones y culturas el tejo ha caído en el olvido o se ha extinguido como árbol silvestre y es preciso entonces rastrear sus huellas indagando en la historia y otras fuentes. A menudo otras especies, como veremos, han suplantado a la original y generalmente mantienen un parecido físico o comparten algunos de sus atributos. Este tema, que aquí tan solo esbozamos, lo trata ampliam
ente R. Graves en su “Diosa Blanca”, que estudia las causas de estas frecuentes sustituciones arbóreas en los panteones de distintas culturas.
Muchas y muy sugerentes son las razones que explicarían como dijimos este especial reconocimiento hacia el tejo y el arraigo y la vitalidad con que han sobrevivido hasta nuestros días muchos de sus sagrados representantes y algunas de sus funciones. Sin embargo son tantas las seductoras sendas y sus ramificaciones que resulta imprescindible centrarse y para ello hemos escogido algunos aspectos puntuales en los que podemos aportar datos o puntos de vista menos conocidos.
EL TEJO A TRAVÉS DE LOS TIEMPOS
En las distintas tradiciones la extraordinaria longevidad de éste árbol, a nuestros ojos prácticamente perpetuo, le confiere un halo casi divino. Los nativos de Norteamérica llamaban a Dios “el anciano” y en Australia se le conocía por “el muy viejo”. El mismo Odín en el panteón nórdico cuya relación con el tejo veremos enseguida, es el más antiguo de los dioses y tiene un rango supremo entre ellos. Pero en nuestro caso no es solo una cuestión de vejez sino de la eterna juventud que el tejo representa simbólica y físicamente, con su hoja perenne y su capacidad de rebrote en las condiciones más adversas.
En una leyenda irlandesa, para casarse con una doncella, es condición indispensable que el pretendiente traiga, el Craov Cuillean (rama de acebo), el Luis Bui (caléndula) y las bayas carmesíes del Uhar (tejo). Se encuentran en el Círculo de Piedra del poder, en el lejano Donn Thir (tierra parda), en el Mar Occidental y este viaje de ida y vuelta debe realizarse en un día y una noche.
“La sinpar Fiongalla espera anhelante que su amado Feargal realice la proeza y el héroe llega, tras múltiples aventuras, a un bosquecillo de árboles viejos como el mundo y encuentra un monumento megalítico en el interior de un círculo de poderosas piedras. Allí está la rama de acebo y el tejo que da bayas y a sus pies la caléndula…” (An Braon Suan Or, El Broche de oro del Sueño)[1][3]
En realidad, pensamos, este mismo regreso al espacio sagrado asimilable al paraíso, sucede en pasajes ya vistos, como la cita de Cuchulainn bajo el tejo de Cend Tracha, la omnipresencia de este árbol, como guardián o umbral que da paso a las regiones míticas del más allá, cielo, infierno, sidh… o las numerosas reuniones en torno a viejos tejos u otros árboles, para dirimir pleitos, jurar, hacer la asamblea de vecinos… En todos estos casos, quizá más que la compañía del anciano, nos arrimamos al ser enigmático de imperturbable silencio y extraordinaria elocuencia, al que susurra e inspira, al que se encuentra arraigado en el punto crucial, ese ombligo que une nuestra realidad limitada con el infinito universo del más allá. La edad es sin embargo esa cualidad añadida que incrementa su potencia vital y espiritual. Merece la pena que examinemos algunos aspectos de la longevidad del tejo que pueden aportar más luz.
Con una varita de espino en la mano, el anciano bardo Hanrahan, dirige una maldición a la vejez y a todos los viejos:
“El poeta Owen Hanrahan, bajo un arbusto de mayo/ Echa una maldición sobre su propia cabeza por haberse ajado y puesto cana/ Y también maldiciones le echa a la manchada águila macho de Ballygawley/ Por ser el más viejo de cuantos aún entienden de penas y entuertos/ Y también al tejo, por haber podido conservarse verde desde tan antiguos tiempos / Junto a lugares como el Despeñadero de los Extranjeros o el Hueco de los Vientos.” [2][4]
La hermandad inglesa del tejo “Companions of the Yew”, prueba por sí misma la fascinación que continua ejerciendo este árbol. Según estos, su longevidad superaría incluso la de la secoya y los famosos pinos norteamericanos (P. Aristata), de los que se han datado ejemplares con más de 4.300 años. Se basan en las investigaciones de Allen Meredith, que estima en 5.000 años la edad de los tejos de Llangennyw, de Discoed y Fortingale.[3][5] Pero nuestro interés no radica en este caso tanto en establecer la edad de estos árboles como en mostrar la multiplicidad y diversidad de prácticas y creencias que han dado lugar incluso en nuestros días.
El tejo se utilizó también por su longevidad, para otro tipo de hermanamiento, el del árbol de nacimiento. según nos contó José Ramón Alvarez Barriada, notario de Villaviciosa (¡jamás tuvimos un informante más fiable!): “El bisabuelo de José Ramón, vaqueiro de alzada con residencia veraniega en Villanueva de Teverga (Asturias), tuvo 8 hijas y cuando ¡al fin¡, nació su primer hijo, plantó para celebrarlo un tejo. Ignoramos si la costumbre comenzó allí en aquel momento, o era anterior en la familia, de cualquier modo hemos escuchado en esta región al menos otros dos casos de plantación de tejo de nacimiento. La cuestión es que han continuado plantando tejos hasta nuestros días, el mismo José Ramón tiene uno junto a la casa de su edad (33 años en el 97) y los ha plantado para sus hijos, por supuesto ya sin distinción de sexo. Lo que más nos interesa aquí sin embargo es su clara conciencia de que la longevidad del árbol trascendería las vidas efímeras de sus gemelos humanos.
Jan de Vries trae a colación una antigua tradición oral kymrica que recuerda la mítica longevidad del tejo, como puede verse bien conocida desde tiempos antiguos:
“La duración de la vida de un hombre es de 81 años, la de un ciervo de 243, la de un mirlo 729, de un águila 2187, de un salmón 6561, de un tejo 19683, y del mundo entero 59.049. Esto muestra claramente el papel eminente del tejo”.[1][6]
Distintas versiones de esta serie se han conservado en la tradición oral de otros lugares de raigambre celta, una de ellas muy incompleta pudimos recogerla en una aldea asturiana. Por su interés reproducimos la que aporta Robert Graves en “La Diosa Blanca”:
“La tradición de la Siete Eras de Nenio ha sobrevivido en un dicho popular inglés:
Las vidas de tres zarzos, la vida de un sabueso;
Las vidas de tres perros, la vida de un corcel;
Las vidas de tres corceles, la vida de un hombre;
Las vidas de tres hombres, la vida de un águila;
Las vidas de tres águilas, la vida de un tejo;
La vida de un tejo, la longitud de un cerro;
Siete cerros desde la creación hasta el día del Juicio.”
En este caso, la vida del zarzo son 3 años, la del perro 9, caballo 27, hombre 81, águila 243, y tejo 729. Pero independientemente de la longevidad que pueda atribuirse a nuestro árbol, es importante señalar como se relaciona la permanencia de este ser vivo arraigado por siglos, a su centro sagrado. El tiempo y el espacio se dan la mano aquí como en Cend Tracha y otros encuentros más o menos míticos en los que al pie del tejo los hombres experimentamos los acontecimientos cruciales de la vida del pueblo, de la nación o del individuo. Hemos de añadir también, aunque sin posibilidad de extendernos, que nuestro árbol se perpetúa en los centros sagrados cuando el hombre renueva la plantación de los antecesores muertos. Tenemos constancia de este hecho en las iglesias asturianas, hemos visto incluso las ruinas de viejas ermitas a las que el antiguo “teixo” ha sobrevivido con envidiable salud (impresionantes los ejemplos de San Pedro de Collada en Siero y Santa Ana en Oviedo)
Si admitimos la posibilidad de que el tejo se haya propagado en una línea de sucesión continua desde tiempos inmemoriales anteriores al cristianismo, podríamos concluir que “un mismo tejo” pudo vivir milenios en el mismo lugar renovándose a través de esquejes en u
na alianza con el género humano que lo haría verdaderamente inmortal. Quizá nos interesa menos indagar los hipotéticos casos en que pudo haber sucedido como el hecho mismo, la posibilidad, la idea de que podría ser. En este sentido nos parece interesante copiar unos extractos de la Hoja parroquial de Santa Eulalia de Selorio del 13 de Diciembre de 1990, tres días después de que un huracán derribara el viejo e inmenso tejo de la iglesia:
“Fue el 10 de diciembre, día de Santa Eulalia (…) Este texu de una altura de 17 m. y 2 m. de diámetro (…) fue la alegría de miles de niños jugando en su espesura a través de los siglos (…) Cuantos sentimos este trance prometemos que en su lugar brote un sucesor para que presida el valle de Selorio muchos siglos.”
Así concluye la despedida emotiva al vecino más viejo del pueblo. El significado de su edad se entiende mucho mejor en este contexto asturiano si tenemos en cuenta que la asamblea de vecinos que como dijimos se celebraba comunmente bajo el “texu”, se regía por las antiguas ordenanzas y estas al decir de C. Cabal: “…decretaban que las Juntas del Concejo, siempre las presidieran cuatro ancianos, hombres buenos, del lugar…”
Curiosamente, en la tradición irlandesa, el tejo es “el más antiguo de los árboles” un lugar que ocupa ciertamente entre las especies arbóreas de Europa, ya que el género aparece en el Jurásico y la especie tiene un millón de años. “Pero quizá la imagen más completa, en la que el tejo adquiere el sentido del tiempo mismo, o de ese lugar sagrado en el que tiempo y espacio se aúnan y desvanecen a un tiempo en otra dimensión, se encuentra en la concepción misma del calendario- alfabeto celta que probablemente estaba representada, inscrita en la tierra en forma de sotos sagrados circulares.”[1][7]
Además de su longevidad real y legendaria, otros diferentes aspectos del tejo propician su imagen de ser casi inmortal, ya hemos mentado la hoja perenne, rasgo que por otro lado comparte con otras especies. Su facultad de rebrotar después de rayos, podas o caídas es sin embargo asombrosa. Lucano describe en su “Farsalia” (III, 399-455)[2][8], un bosque sagrado próximo a Marsella que Cesar mandó abatir. Entre los horrores que habitaban el lugar describe: …”aras dispuestas para crueles altares y árboles purificados todos con sangre humana”… …”La fama hablaba de que a menudo mugían con terremotos las cóncavas cavernas; de tejos tumbados que se levantaban de nuevo, de marañas que brillaban en llamas sin consumirse y de dragones que se deslizaban enroscados a los troncos”.
El propio Cesar tuvo que empuñar el hacha para vencer el pavor que esta selva despertaba en su ejército. Pero los tejos que se levantan de nuevo pueden contemplarse aún en la tejeda; la vitalidad de este árbol es tan impresionante que aún caído, en posición horizontal, conserva las raíces que le permiten no solo sobrevivir, sino rehacerse enteramente, convirtiendo sus ramas laterales en ejes verticales y levantándose así literalmente del suelo.
“Por fín y de nuevo en Irlanda, existe un personaje legendario que se ha asimilado al héroe-dios Odín, entre otras coincidencias se encuentra el hecho de que este mago o druida pierde como el dios su ojo. Mog Ruith (servidor de la rueda) es su nombre, y hace girar una rueda, igual que el personaje representado en el célebre caldero de Gundestrup. Pronuncia sus augurios utilizando ese mágico artefacto: “La rueda del druida Mag Ruith es de madera de tejo, árbol funerario, y es una rueda cósmica cuya aparición sobre la tierra marcará el comienzo del Apocalipsis: aquel que la vea quedará ciego, aquel que la oiga quedará sordo y aquel al que ella toque morirá”.[3][9]
Recordaremos que si el tejo tenía ese protagonismo en el fin del ciclo cósmico, tuvo asimismo un lugar indiscutible al fin de la vida humana o el calendario anual de las culturas célticas. Como un representante supremo de la tierra, esa “diosa de las edades” que vive al pie del árbol de la vida dándole asiento y sustento, el tejo se eleva en el principio y el fín de los tiempos, en todos los centros sagrados, como una referencia crucial. Su carácter sagrado se explica en gran medida por la edad remota que alcanza permitiéndonos evocar un pasado inmemorial y por una esperanza de vida casi ilimitada que nos señala la incertidumbre del futuro. De ahí la importancia de este árbol, tanto en sus centros sagrados como en sus santuarios naturales. En el momento presente en que la inmediatez, la velocidad y la prisa son los valores preponderantes y la impertinencia de los relojes rige implacablemente nuestras vidas, el tejo representa todo aquello que no podemos valorar, medir, analizar o comprender en los términos habituales.
“Hay un tejo orgullo del valle Lorton, que aún hoy, en medio de su tiniebla, se yergue igual que en los viejos tiempos (…) ¡Ser viviente, creció tan lento que morir no puede! Pero aún más notables son los cuatro hermanos de Borrowdale, en amplia y solemne arboleda unidos: ¡enormes troncos! Y cada uno un muro de entrelazadas fibras serpentinas desde antiguo trenzadas, ascendentes”. (Wm. Wordsworth, Tejos).
LA LANZA QUE SANGRA
No será difícil demostrar el papel primordial del tejo en las mitologías céltica y germana, en las que continúa arraigado con extraordinario vigor pese al olvido de una buena parte de sus funciones. Baste recordar la costumbre bretona de entregar una ramita de tejo al que triunfaba en los juicios y pleitos que se dirimían bajo los tejos sagrados o las numerosas prácticas y creencias que recogimos alrededor de este árbol [4][10]. Veremos sin embargo algunas de las tradiciones en las que creemos está involucrado nuestro árbol, pese a que su presencia en nuestra memoria se ha perdido o diluido con el paso de los siglos. En estos casos tan solo el análisis comparativo, la reconstrucción del mito, puede devolvernos su original significado.
La lanza que sangra es un tema ambivalente que consideramos relacionado. En la tradición céltica es un arma terrible que solo pueden apaciguar el caldero o la copa. Su origen, parece ser un astil de tejo recién cortado, rezumando savia y por tanto mortífero con un simple roce[1][11]. La superioridad de este arma respecto a las envenenadas normalmente, radicaría en su permanente toxicidad hasta que la madera dejara de exudar savia. Así, la lanza de Lug, traída a Irlanda por los Tuatha De Dannan, inflige heridas mortales y es infalible. Otras versiones de estas lanzas serían las de Cuchulain y la de Connla, ambas igualmente irlandesas. En esta misma tradición, otro héroe, Celtchar, muere a causa de una gota de sangre que cae de esta lanza. Y el propio Cuchulain ha de enfrentarse con Calatin y sus 27 hijos que combaten con armas envenenadas.
Sin embargo, la plena confirmación de su pertenencia a la saga del tejo la encontraremos en el Lebor Gabála Erenn, “Libro de las conquistas de Irlanda” (s. X), en el cual la lanza de Assal jamás falla el golpe y vuelve a la mano del que la ha lanzado con solo pronunciar “ibar” (tejo) y “athibar” (tejo de nuevo). Según nuestra interpretación esta lanza mítica sería por tanto infalible y estaría siempre así “cargada”, por su propia naturaleza.
Igual virtud y procedencia tiene a nuestro juicio “Guinguir”, la espada de Wodán que después de ser arrojada vuelve a su mano[2][12]. La referencia al tejo es aquí muy clara también si recordamos que “agin” es el nombre de este árbol en euskera, e “ivin” su denominación bretona. Enseguida veremos por otra parte cómo el árbol consagrado a Odín- Wodán era precisamente el tejo, aunque quizá sería más correcto expresarlo al revés.
Para apaciguar estas lanzas se nec
esita en diferentes mitos un caldero de sangre (de gato, druida y perro), pues de lo contrario despiden chispas y matan. En las leyendas del Grial, las gotas de sangre de la lanza rezuman en la copa y se ha hecho la analogía de la lanza de Longinos que hiere a Cristo y el cáliz de la última cena con su elixir de inmortalidad.[3][13]
Son decenas los calderos de brujas, dioses o druidas que contienen brebajes capaces de mudar el rostro y el entendimiento de quien prueba tan solo una gota. Elixires que proporcionan clarividencia, conocimiento, vigor físico ilimitado y hasta, como dijimos, la inmortalidad.
Incluso en uno de ellos, “el caldero de Hécate”, (que conocemos por Shakespeare, que como es sabido bebía en las fuentes tradicionales), el ingrediente primordial era: “esquejes de tejo recogidos durante el eclipse de luna” (Macbeth). Lo cual no es de extrañar cuando se trata de Hécate, diosa de carácter infernal a la que estaba consagrado el tejo y en cuyo honor se practicaba en Roma el sacrificio de dos toros negros; coronados con guirnaldas de tejo, para atraer a los espíritus del Averno. Estos quedarían aplacados bebiendo la sangre de las víctimas.[4][14]
Las diosa Tetis usará una caldera de inmortalidad para sumergir al niño Aquiles y en otra caldera el viejo Esón rejuvenece, tras ser descuartizado y cocido por su nuera, legendaria hechicera en la saga griega de los argonautas.
En el mundo céltico tenemos el caldero de Cerridwen (romance de Taliesin, incluido en la edición del Mabinogion de 1848). El pequeño Gwion Bach vigila y remueve por orden de la propia diosa Cerridwen, un caldero de inspiración y conocimiento que, repleto de hierbas, debe hervir durante un año y un día. Tres gotas que saltan al dedo de Gwion son suficientes para que este, al chuparlas, obtenga de inmediato un conocimiento perfecto del pasado, del presente y del futuro. Como “Fragante caldera de los Cinco Árboles” es descrita en el poema Kadeir Taliesin esta caldera de Cerridwen, quizá en una oscura alusión a nuestro árbol que representaba la 5ª vocal del alfabeto (En la escala temporal el tejo ocuparía ese día que se añade al término de cada año en el cómputo de esta cultura y que pertenece al espacio de tiempo sagrado o mejor dicho a la ruptura del tiempo).
En algunos textos galeses, los cadáveres arrojados a ese caldero resucitan (igual que vimos en otras tradiciones y de forma semejante al poder del Santo Grial de resurrección en un sentido espiritual). En el “Canto de Muerte de Curroy” atribuido a Taliesin, Cuchulain se apodera de otro caldero mágico[1][15]. Y el mismo Dagda, es un dios ambivalente, poseedor de un caldero de abundancia y una maza que mata y resucita.
Con el tiempo, la espada reemplazaría a la lanza en la guerra y en el mito. Más recientes, aunque basadas también en antiguas fuentes, las historias del rey Arturo hablan de una espada, Excalibor o Caliburnus, cuyo solo nombre tiene demasiadas resonancias de tejo en las lenguas célticas (ivor, ibar, ibur, ebur…), en este arma mortal e infalible basará el monarca su legitimidad y poder, del mismo modo que el emperador japonés se apoyaba, como vimos en su cetro de tejo o que otros reyes juraban bajo los árboles sagrados antes de ser coronados). El lugar en que aparece esta espada mágica, el Atrio de la iglesia, es exactamente el lugar consagrado al tejo, que se supone crecía ya en muchos casos antes de que se plantaran las iglesias de Inglaterra, Irlanda, Asturias, Bretaña y otras regiones que compartieron la tradición.
El momento en que Arturo la arranca es precisamente el día de Año Nuevo, lo cual nos hace pensar por un lado en algún ritual de sucesión real y por otro en la exacta coincidencia con la posición del tejo al fin- principio del ciclo anual. El rey Arturo sería así un rey- roble, flanqueado por sus doce caballeros- árboles, meses, letras. Merlín es el eje y figura central, el tejo alrededor del cual gira el bosque- alfabeto- calendario y hermandad de la mesa redonda.
Pero las historias del ciclo artúrico hablan finalmente sobre la búsqueda de un cáliz singular, el Grial, cuya virtud solo pueden lograr los puros de corazón.
EL CORCEL DE ODÍN
Hicimos referencia al Wodán germano, el equivalente de Odín, señalando su relación con el tejo, que establecíamos a través de Guinguir, la espada mágica del héroe divino. Existen sin embargo muchos otros aspectos que nos permiten suponer una identificación mucho más importante entre este dios y su árbol.
En los Eddas de Snorri, escritos en el siglo XIII, se hace una clara referencia a Yggdrasill, el árbol de Odín, el árbol del Mundo, identificándolo con el fresno. Sin embargo tenemos datos que nos permiten asegurar que el fresno aquí suplantó al tejo, sin que realmente podamos averiguar si el cambio se hizo deliberadamente o (más probablemente) por simple desconocimiento del autor.
Odín, el primero, el más anciano, el padre de todos los Ases, es un dios de la guerra, de la poesía, la elocuencia y la sabiduría; debe su inspiración y conocimiento a la fuente situada en una de las raíces de este árbol, al que por otro lado los Eddas definen como “eternamente verde” (el fresno, a diferencia del tejo, pierde sus hojas en otoño). Y sufre una muerte y resurrección iniciáticas después de permanecer 9 días pendido de sus ramas.
Yo fui pendido, lo sé.
Del árbol batido por el viento
9 días y 9 noches.
Fui atravesado por una lanza
Y dado a Odín.
Sacrificado yo mismo a mí mismo.
Tenemos por otro lado una valiosa descripción de un árbol cercano a un templo de Uppsala: “En la proximidad de este templo, hay un árbol enorme que extiende largamente sus ramas y permanece verde tanto en invierno como en verano: No se sabe que árbol es este”.[2][16]
Con estas características, es decir, un árbol grande, perenne y de ramas extendidas, solo se nos ocurren tres posibles especies europeas. Serían la encina, el abeto y el tejo, sin embargo, el área de distribución de las dos primeras no alcanza la región de Uppsala. Los sacrificios que se llevaban a cabo según el mismo relato, en un cenagal cercano formado por una fuente al pie del árbol, y el que las víctimas fueran suspendidas (y a menudo se les asestaba una lanzada), hacen suponer a De Vries, Brosse y otros autores, que estaban dedicados a Odín. Se conocen parecidos sacrificios en Dinamarca y Noruega.[3][17]
El “horrible Esus”, es al parecer otro Odín en versión gala, mentado en la Farsalia (I, 444, 446), de él dicen los escolios a estos versos de Lucano que las víctimas de sus sacrificios eran colgadas de un árbol y despedazadas.
Existen dos representaciones en bajorrelieve de Esus, una en un altar de los Nautae Parisiaci (se conserva en el museo de Cluny), en la que el dios parece cortar las ramas de un árbol con hacha. Otra, descubierta en Trives, en la que el dios golpea el árbol con un utensilio. Una cabeza de toro y tres pájaros completan la escena. Jan de Vries sugiere que Esus corta las ramas preparando el árbol para colgar a las víctimas de los sacrificios[4][18]. Es una explicación. Sin embargo, retomando el hilo de lo anterior, hemos de contemplar asimismo la posibilidad de que estos cortes tuvieron como finalidad la extracción de savia.
Es interesante constatar que el ámbito de estos hallazgos, cercanos a la región parisina, nos permiten relacionar los cultos de estos antiguos parisii, con la tribu vecina de los eburovicos (combatientes por el tejo sería el significado de este nombre galo), en el actual distrito de Eure, donde, al igual que en
Bretaña, Normandía y otras regiones, perviven numerosos tejos seculares, arraigados en la tierra de los cementerios o en las inmediaciones de las iglesias. J. Brosse hace mención de dos tejos en el cementerio de La Haye de Routot (Eure), de 14 y 15 m. De circunferencia. El “pequeño” abriga un oratorio, el segundo una capilla de 2 m. de diámetro y 3 de altura, dedicada en 1806 a “Santa Ana de los tejos” por el obispo de Evreux.[5][19]Son estos sin duda los mayores ejemplares de los que tenemos noticia, aun cuando su edad no pueda relacionarse con otros que crecen fuera de los camposantos, en tierras menos jugosas.
Además de la “sangre y carne roja” de este árbol, esta otra peculiaridad, la de plantarse tradicionalmente en los cementerios o practicar enterramientos a sus pies, lo acercan de nuevo al hombre en sentido simbólico de resurrección y renovación de la vida y también por cuanto se alimenta y “hace” de cadáveres humanos. Incluso más allá de esta materia prima que conformaría su cuerpo, existen tradiciones según las cuales éste árbol plantaría una raíz en la boca de cada difunto, R. Graves lo cuenta refiriéndose a Britania[1][20] y J. Brosse como Mircéa Elíade[2][21]se refieren a esta como tradición de Armórica, donde se creía que por esta razón solo debe haber un tejo por cada cementerio. En este mismo sentido quizá, el romance irlandés de “Naoise y Deirdre”, mentado por Graves. Los cadáveres de estos amantes habían sido clavados con estacas de tejo para mantenerlos separados, pero las estacas arraigan y las copas de los árboles terminan por abrazarse sobre la catedral de Armagh.
Retomando el tema de Yggdrasill, el árbol cósmico, hallamos en los Eddas muchas referencias que por un lado recuerdan al árbol de la vida del Antiguo Testamento y por otro a la incomparable leyenda de la crucifixión de Cristo.
Incluso la presencia del águila en la cima de Yggdrasill que falta, dice erróneamente Mircéa Elíade, en la tradición de la Biblia, la encontraremos también en Ezequiel 17 1 a 11 y 17 22 a 18, sobre el “cogollo del cedro” en un interesante enigma que hace referencia a la plantación de este árbol por esqueje, lo cual es inviable para el caso de los cedros y nos permite pensar que la especie original ha sido también suplantada. Están presentes además, ave y reptil en el árbol de Ishtar, del que habla la antigua saga de mesopotámica de Gilgamesh.
Es difícil saber si existió una influencia de los textos bíblicos sobre los Eddas, tal como opinan algunos autores y desmienten otros. De cualquier modo, el águila en la cúspide y la serpiente en la raíz o en las ramas del árbol, parecen menciones explícitas al carácter mortífero y al mismo tiempo liberador de la conciencia del tejo, en planos diferentes del simbólico. Y aquí cabría remitirse a un sinnúmero de parecidas representaciones mitológicas del árbol de la vida, a menudo flanqueado por otros animales. En cuanto a la posible inspiración de “la pasión de Odín” en la de Cristo, J. Markale opina que es más bien asimilable a la de los chamanes de Irlanda, que practicaban un ritual parecido.[3][22]
También existen paralelismos entre las Nornas que habitan junto a la raíz del mítico “fresno” y las Parcas o hilanderas del destino en la tradición griega. Además, El propio nombre de este árbol del mundo, “Yggdrasill” = corcel de Ygg (Ygg, el terrible, es uno de los apodos de Odín), permite suponer un parentesco entre ésta imagen y las prácticas chamánicas Norte y Centroasiáticas de sacrificios de caballos, que servirán de montura en cabalgadas mágicas hacia las regiones celestiales. La horca recibe también en la tradición nórdica el nombre de “caballo del hombre colgado”.
Terminaremos este apartado con un texto de Jan de Vries que hemos conocido después de redactar el manuscrito y confirmaría nuestra opinión:
“Junto a la idea de que el árbol del mundo (Weltbaum) era un fresno, que domina en la tradición escandinava occidental, se ha configurado otra tradición tal vez más antigua o especialmente del este de Escandinavia, según la cual se trata de un tejo. Incluso se sospecha que el nombre germánico de este árbol se encuentra dentro del nombre Yggdrasill, que se suele traducir como “caballo de Odín”, porque este dios debió colgar de sus ramas en su autoinmolación”[4][23].
DESCENSO A LOS INFIERNOS
“…bajándose hasta no lejos de las ciegas cavernas de Plutón, se hunde en vertical el suelo, sobre el que gravita un pálido bosque de ramas inclinadas y ensombrece el tejo, impenetrable a Febo y sin ninguna cima que apunte hacia el cielo” (Lucano, “Farsalia” canto VI)
Desde nuestra formación tan influida de un lado por el catolicismo y por otra por la cultura de la antigua Grecia, hemos recibido una visión mitológica de submundos tétricos poblados por horribles seres, torturas sin fin, monstruos, diablos… A menudo esta visión se confunde sin embargo con las celestiales y paradisíacas en otras culturas y así en la céltica éste subterráneo más allá, el reino del seidh, es la residencia de los espíritus de los muertos, pero también morada de maravillas, tesoros y misterios, tierra de hadas y razas legendarias, de magos y druidas. Comenzamos pues este descenso, por una puerta cuya llave es de tejo. Un descenso penoso que aparece en multitud de mitos como paso obligado que transfigura y eleva al rango de dioses a los pocos héroes que han podido entrar y salir para contarlo. Es la experiencia iniciática de muerte antes de la muerte, que pertenece a todos los ámbitos culturales y en la que pocas veces como se irá viendo, falta una mención más o menos explícita a nuestro árbol.
En el “Canto de la Muerte de Corroy”, el héroe irlandés Cuchulainn cuenta una expedición a “la tierra de las sombras” y sale victorioso de una serie de pruebas. De este pasaje comenta Markale:
“Lucha contra serpientes, sapos, dragones, y los reduce a pedazos, lo que significa que, en tanto héroe solar, Cuchulainn aporta la luz en las regiones tenebrosas y que destruye los fantasmas de una imaginación mórbida –la suya”[1][24]
Se trata del mismo personaje poseedor de una lanza mágica y un caldero. El mismo que concertó una cita con su amada Fand en el tejo de Cend Tracha (Fand era habitante de Mag- Mell, la llanura de las hadas). El mismo cuyo cochero se llama Ibar (tejo). El propio Markale recalca su función de “señor de los infiernos”, comparando el pasaje de su biografía mítica en el que, siendo aún niño, mata un perro que tenía la fuerza de cien personas, con el mito griego del Cancerbero, guardián de los infiernos.
Ya estudiamos en otro lugar con más profundidad diversas relaciones entre nuestro árbol y el mundo de las sombras, la muerte y los caminos de las almas hacia el W.[2][25] En concreto establecíamos una estrecha ligazón entre el tejo y el dolmen o túmulo como puertas del Sidh, ese reino mítico de hadas, druidas, muertos y otros seres del más allá.
La importancia de estos mundos subterráneos, que en ocasiones se confunden con otros paradisíacos, queda reflejada en el mito de Yggdrasill y sus tres raíces para los pueblos del Norte y de un modo bastante claro también entre los galos, según el relato de sus dioses que debemos a Julio Cesar[3][26].
Así, de un lado dice que “Su principal devoción es al dios Mercurio”[4][27](entre sus atribuciones estaba la de guiar las almas, aunque no esta claro que los galos compartieran esa concepción latina). Pero más explícito es el siguiente párrafo: “Blasonan los galos de tener todos por padre a Plutón, y ésta dicen ser la tradición de los druidas. Por cuya causa hacen el cómputo de los
tiempos no por días, sino por noches”… El nombre del infierno galo “Ifurin”[5][28], parece estar emparentado con “If”, tejo en el actual francés, palabra que según Brosse proviene de los términos célticos ivor, galo ivos y bretón ivin.
En el mundo griego y latino ya vimos la relación de la diosa infernal Hécate y el tejo. Ovidio, por otra parte coloca a estos árboles extendiendo su sombra espesa por los caminos del infierno y a las orillas de sus ríos Styz y Aqueron (Metamorfosis IV, 432). Pero además las antorchas de las Erinias eran de madera de tejo[6][29] y así nuestro árbol además de sombra en las sombras, esparcía su luz en las entrañas del Averno.
Para Robert Graves, la solución al problema: “¿Cómo zafarnos de la rueda?”, se encuentra grabada en clave en las tabletas de oro que los órficos ataban al cuello de sus difuntos.
“Era esta: no olvidar, negarse a beber el agua del Leteo sombreado por cipreses por sediento que se estuviese, aceptar el agua del sagrado (¿sombreado por avellanos?) estanque de Perséfone, y así hacerse Señores inmortales de los Difuntos, dispensados de nuevos Despedazamientos, Destrucciones, Resurrecciones y Renacimientos. El ciprés estaba consagrado a Hércules, quien había plantado el famoso bosquecillo de cipreses en Dafne y simbolizaba el renacimiento”.[7][30]
Pero quizás aquí la sugerencia era otra, la negación de los rituales del ciprés que habrían suplantado a los originales del tejo, presentes como iremos viendo en las celebraciones de diversos misterios, entre ellos los de Eléusis consagrados a Perséfone.
Las maderas generalmente usadas para la construcción de los sarcófagos egipcios fueron las de ciprés, tejo y enebro, especies muy emparentadas entre las que creemos nuestro árbol representaba también el símbolo original.
Las especies perennes en general, serían apropiados sustitutos del tejo conforme fue olvidándose el genuino significado, así el laurel en los oráculos y en los cultos de Apolo que originalmente era un dios infernal, disfrazaba al auténtico árbol de la inspiración poética y profética.
Algunas consideraciones finales
Hasta aquí hemos visitado algunas de sus moradas y escuchado antiguos rumores sobre el viejo árbol. Más allá de nuestra comprensión en los niveles ordinarios, el cuento o la tradición espiritual de los diferentes pueblos, hablan directamente a esa otra parte de nuestro entendimiento que tan a menudo duerme porque sencillamente no ha sido estimulada y alimentada como antaño, porque incluso en demasiadas ocasiones hemos renegado de este lado “primitivo e infantil” y despreciado o ignorado sus manifestaciones tachándolas de supersticiones y supercherías, olvidando que se trata de una parte inseparable de la totalidad de nuestro ser. Del mismo modo que introducimos la lógica, el análisis y hasta el psicoanálisis para explicar el universo de los mitos, creemos que es preciso contagiar y subvertir el orden científico añadiendo misterio, poesía, y conciencia, cultivando nuestra percepción y comprensión de un modo mucho más global.
De este modo podemos entender las impresionantes tejedas del Sueve. Una antigua “ciudad de los tejos”, poblada por seres vivos y palpitantes de extraordinaria edad, edificios milenarios que continúan creciendo y albergando todas las formas de vida. En ese reino tan amenudo envuelto en la niebla, todo está relacionado con lo otro hasta formar un organismo único y diverso en el que los distintos gremios, de lombrices, moluscos e insectos descomponedores, escarabajos peloteros, hongos y microorganismos, depredadores y herbívoros, polinizadores, repobladores… tienen una función definida. Los mismos árboles que a nivel aéreo mantienen casi siempre una apariencia de individualidad, se funden bajo la tierra en infinidad de abrazos e injertos radiculares, en ocasiones incluso entre especies diferentes, relativizando los conceptos ecológicos de competencia. Se prolongan de mil modos a través de lo otro, estableciendo alianzas con los pájaros y los insectos, o simbiosis como en el caso de las micorrizas.
Es así como paulatinamente, podemos entender el paisaje percibiendo incluso la conciencia casi palpable que lo anima, podemos recobrar el sentido de lo sagrado sin necesidad de hacernos creyentes de dioses, religiones u otros sistemas preestablecidos, valorando sencillamente todo aquello que no puede ser evaluado. La belleza única de cada tejo, que se eleva como una retorcida escultura modelada por el tiempo y la roca en que se sustenta, los vientos que dominan, la ancestral memoria que portan sus genes… Los que tenemos los años contados podemos admirar asimismo la inconmensurable edad, la oportunidad única de acercarnos a estos edificios vivos que han llegado hasta nosotros a través de los siglos.
Es por eso que una vez abajo, en los pueblos que rodean el Sueve y en la práctica totalidad de las regiones astures, vemos que los tejos viven junto a cada hogar, quizá en miles de caserías. Junto a iglesias y ermitas, (conocemos al menos dos centenares de templos en los que aún vive o se conserva la memoria del tejo aledaño). La razón es ciertamente la sinrazón que genera esta tradición, no hay ordenanzas ni mandamientos, tan solo la voluntad y la costumbre de los que continúan reviviendo este acto tan sencillo y pleno a la vez de significados, la plantación de un tejo.
En mi alocado mundo todo se apresura y es por eso que subo a menudo a esa ciudad de los tejos en la que reina el silencio. Perdida en la bruma la asamblea discurre lenta como el devenir de las eras y el curso de las constelaciones. La bóveda del firmamento sobrevuela su giro incesante y habla a los árboles viejos. Y ellos miran siempre hacia el sol, recogen las pulsaciones, memorizan los ciclos en su reloj interno de savia y madera. A veces pienso que al pie de la ciudad de los tejos los hombres dormimos.
NOTAS:
][1] En el mundo céltico, según J. Brosse: “El tejo sería efectivamente un árbol sagrado del druidismo y muchos objetos de culto eran fabricados con madera de tejo, ya fueran tablillas de maldición, diferentes simulacra o la famosa vara druídica”. (Les Arbres de France, p. 106. Christian de Bartillat ed. 1990) Este y otros autores coinciden al sugerir que esta especie recibiría una veneración especial en aquella cultura, incluso por encima del mucho más famoso “culto” del roble
2] The Yew Tree, Hal Hartzell, Jr. Hulogosi, Eugene, Oregon 1991
3] Viaje a través de los mitos irlandeses, Espasa Calpe, colección Austral.
4] Mitologías, Hanrahan el Rojo, William Butler Yeats, ed. Felmar.
5] Tienen una página en Internet en la que explican detalladamente sus estudios y actividades en relación con este árbol.
][6] La Religión des Celtes, p. 196, ed. Payot, París 1984. En el mundo celta existen otras versiones, menos exageradas, de esta misma sucesión en la que siempre el tejo se encuentra al fin de una cadena de seres vivos.
][7] Nos remitimos de nuevo a La Diosa Blanca de R. Graves y a nuestra propia obra, La Magia de los Árboles, para profundizar en este tema.
8] Utilizamos la traducción de Sebastián Mariner, ed. Nacional, Madrid 1978.
9] Jean Chevalier y Alain Gheerbrant. Diccionario de los Símbolos, p. 896-898, ed. Herder, Barcelona 1988.
10] (v. La Magia de los árboles, ed. Oasis)
11] Por Estrabón conocemos la costumbre entre los Galos de envenenar sus flechas con el jugo extraído de los arilos del tejo. Evidentemente la noticia es errónea por lo que respecta a la parte del árbol u
tilizada, ya que los arilos son precisamente la única parte inocua.
12] Según Aurelio de Llano, “Del Folklore Asturiano”, que se basa en una cita de Germanische Mytologie, Julios Von Megelein, Leipzig und Berlín, 1919- p. 53.
13] Diccionario de los Símbolos. Jean Chevalier y Alain Gheerbrant. Ed. Herder 1988.
14] Jacques Brosse, p. 108, “Les Arbres de France”. Christian de Bartillat ed.
Robert Graves, I, 255, “La Diosa Blanca”. Alianza edit. Madrid 1986.
15] “Nos encontramos de nuevo- dice Markale- el tema céltico del caldero, arquetipo del Grial. Es el caldero de la abundancia, la inspiración y de la resurrección que, por otra parte, parece ser también la especialidad de la literatura galesa, puesto que se reconoce en el “Mabinogi de Branwen”, en el de “Peredur” y en la “Historia de Taliesin”. Precisamente aparece también en un poema atribuido a Taliesin, “Los despojos del abismo”, que relata una aventura bastante parecida a la ocurrida a Cuchulain, pero cuyo héroe es el rey Arturo”. (La epopeya celta en Irlanda, Jean Markale, ed. Jocar 1975).
16] Adam de Brême, Descripción de las islas de Aquilón, siglo XI.
17] Es curioso que las acepciones castellanas “guindar” (izar, colgar ) y “guindaste” (armazón de madera en forma de horca para colgar las ollas sobre el fuego), derivan del antiguo escandinavo “vinda” y podrían tener esa misma raíz que encontramos en el nombre bretón del tejo “ivin”. Como un rumor, sin ningún fundamento conocido, oímos que junto al tejo de Lago (Allande- Asturias), se practicaron en tiempos lejanos sacrificios humanos.
18] Jan de Vries, ob. cit. p. 105 a 107. Reynés de Monlaur, en su novela “Almas celtas” (Gustavo Gili ed. Barcelona 1913, p. 113) escribe: “Los druidas nombran un dios cruel que exige víctimas y sangre, cuya sombra mata”. Ignoramos si esto último, que estaría en perfecta concordancia con la mitología del tejo, lo toma de alguna fuente fidedigna.
19] Les arbres de France, p. 106.
20] ob. cit. p. 255.
21] J. Brosse, Mythologie des arbres ed. Plon, París 1989, p. 216. Este autor recoge también la creencia de que el alma sale por la boca en forma de mariposa o mosca. M. Elíade, Histoire des croyances I, p. 385.
22] J. Markale, Le Druidisme, París 1985, p. 26)
23] Jan de Vries, Altgermanische religionsgeschichte, 1957, p.381: Begoña Larrinaga nos ha aportado y traducido este texto y muchas otras informaciones útiles para la consecución de este capítulo.
24] Jean Markale, La Epopeya Celta en Irlanda, ed. Júcar 1975, p. 130.
25] I. Abella, La Magia de los Árboles, ed Oasis, capítulos VIII y IX.
26] Comentarios de la Guerra de las Galias, VI, 17-18.
27] Robert Graves en su ob. cit. p. 261 dice: “…la relación del dedo de Mercurio con el tejo la establece el hecho de que Mercurio conduce las almas al lugar que gobierna la diosa de la Muerte, Hécate, alias su madre Maia, a la que estaba consagrado el tejo.
28] Dictionnaire de la Fable, Victor Verger, Limoges 1852.
29] En su poema “Tebaida”, P. Papinus Statius-
habla de una Furia que alumbra a las almas en su descenso por los oscuros caminos infernales. Lleva un ramo de tejo ardiendo.
30] Ob. cit. p.182.