Además de las ceremonias y los sacrificios, existían ritos que no iban dirigidos a solicitar la intercesión de los dioses, sino a conseguir un resultado de una forma que podríamos calificar de autogestionaria: el mismo ser humano hace que se produzca un cierto efecto, que puede ir desde la curación de una enfermedad o una herida hasta la obtención del amor de otra persona, el éxito en una expedición guerrera o la supervivencia en una batalla o una situación difícil. Una persona es capaz de obtener cosas necesarias sin debérselas a la mediación divina, por ejemplo sanar a un caballo con hierbas y con un conjuro como el siguiente, llamado Segundo conjuro de Merseburg, que se remonta a tiempos paganos de Alemania:
Phol y Wodan fueron al bosque; allí se le torció la pata al potro de Balder; entonces lo conjuró Sinthgunt, y su hermana Sunna; entonces lo conjuró Friia, y su hermana Volla; entonces lo conjuró Wodan, como él bien sabía: sea torcimiento del hueso, sea torcimiento de la sangre, sea torcimiento del miembro; el hueso con el hueso, la sangre con la sangre, el miembro con el miembro, como si estuvieran pegados.
Este conjuro se puso por escrito en el siglo X, pero vea otro recogido a fines del XIX en Noruega y que permite una cosa tan aparentemente nimia pero a la vez importante como quitar la arenilla que ha entrado en el ojo (1): “Toma lo negro sobre lo azul, toma lo azul sobre lo blanco, toma lo blanco sobre una piedra sujeta al suelo. En el nombre de Thor, Odín y Frigga. (Se lee, se agita el agua tres veces y se echa en el ojo.)”
Otro más, ahora procedente de Inglaterra (2): “Una serpiente llegó reptando, picó a un hombre; tomó Woden nueve ramas milagrosas, golpeó a la serpiente, que saltó en pedazos.”
Como indica el autor británico, las ramitas serían “astillas con símbolos rúnicos que representaban los nombres de las hierbas y proporcionaban curación mágica” (3).
Claro, estamos hablando de magia. Quítese de la cabeza las imágenes e ideas de las brujas y brujos de las persecuciones que se fueron sucediendo desde finales del Medievo. Durante el paganismo germánico, la magia era cosa de todos los días y de casi toda la gente, pues ante la falta de una medicina «científica», buena parte de lo que se hacía tenía un carácter que calificaríamos de «magia», aunque ayudándose de hierbas, plantas y minerales. La idea principal no era tanto «curar» en nuestro sentido actual como sacar la enfermedad y arrojarla a otro lugar, habitualmente un árbol (4).
Magia seidh y magia rún
Todas las fuentes escandinavas están de acuerdo en admitir la existencia de dos tipos de magia bien diferenciados; en otras partes del mundo germánico esa distinción no está clara, y es posible que en el norte se debiera a la influencia de los pueblos fineses. La primera clase de magia es la que hemos visto como actividad casi cotidiana, que Grete Schmidt Poulsen llama «magia rún». Se centra en la obtención del conocimiento (*) y depende de la capacidad innata del mago o la bruja y también de su aprendizaje de las artes. Así, pueden aprenderse conjuros, las runas y sus usos, remedios médicos, etc.
La otra magia, que la autora danesa denomina «de la völva» y que suele llamarse seidh, es al parecer exclusivamente escandinava y posee los rasgos chamánicos que la asocian con fineses y saami. Se refiere «al otro mundo», el de los espíritus y los muertos, y en la Edda encontramos a Odín llamando de la otra vida a una völva muerta para obtener de ella ese conocimiento más profundo e inaccesible. La magia seidh era exclusiva de mujeres. Se ha visto la referencia de Tácito a la sacralidad femenina y a la abundancia de adivinas tanto en tiempos del Imperio como en las sagas. Esta femineidad de la magia chamánica solamente se rompe en un caso: Odín practicaba ambos tipos de magia, y en concreto la seidh se la había enseñado Freya, la bruja por antonomasia que recorre el mundo en su carro tirado por gatos y que puede hacer viajes secretos volando disfrazada de ave. Al «Furioso» se le reprocha precisamente esa asociación con algo tan femenino como esta poderosísima forma de magia. Claro que he dicho mal, porque la magia seidh no se aprende, como la rún, sino que se llega a ella «entrando» en el otro mundo, quizá mediante la muerte aparente del chamán.
(* Claro, se trata de un conocimiento “especial” , no del cotidiano; a ello se refiere la palabra “rún”, que suele glosarse como “misterio”)
La magia de las runas
Cuando hablamos de magia esperamos cosas emocionantes, como las esferas de cristal que acompañaban en la tumba a algunas mujeres anglosajonas (5), los extraños báculos que aparecen en tumbas pag
anas aquí y allá o muchas misteriosas inscripciones rúnicas. Para ver un ejemplo de éstas, lea la siguiente, de Lindholm, en el sur de Suecia, que es anterior al siglo VI (6):
ek erilaz sa wilagaz hateka aaaaaaaazzznnn?bmuttt alu
Incluso el principio de la inscripción presenta dificultades, porque puede traducirse como «Yo, el Erilaz, me llamo El Hábil” o bien como «Yo, el Erilaz, me llamo El del Sol “.
Erilaz es una palabra sobre la que se ha escrito muchísimo sin que podamos dar una solución definitiva sobre su origen y significado. Puede tener que ver en último término con la aguerrida tribu germana de los hérulos, pero lo cierto es que aparece en muchas inscripciones y siempre se refiere a la persona que grababa y pintaba las runas, oficio que durante varios siglos estuvo limitado probablemente a sacerdotes u otros hombres especiales. Los erilaz tienen siempre nombres misteriosos y sugerentes que probablemente se refieren a su afiliación especialmente estrecha con alguno de los dioses.
Como la magia se asociaba especialmente con la mujer, el erilaz y su actividad rúnica pudieron tener un carácter más sacerdotal que mágico, y tal vez sus conjuros, como la actividad rúnica en su conjunto, estaban más relacionados con el druht (institución comunitaria de guerreros con poder social y político importante, en torno a la cual se articulaban los asentamientos humanos) de la que tradicionalmente se ha pensado. De manera que a lo mejor hay aquí otro ejemplo de ese cambio radical en el paganismo germánico, y mientras que las mujeres seguirían siendo, aunque no en exclusividad, las encargadas de las acciones mágicas de ámbito más familiar, hombres como el erilaz podían desempeñar las funciones que, para el druhtinaz y sus guerreros, poseían mayor prestigio. Pero sigamos.
El resto de esta inscripción es evidentemente una fórmula mágica en la que las runas no forman una palabra sino que hacen uso del significado de su nombre. Por ejemplo, la runa A se llamaba ansuz, «(dios) As», y al escribir ocho seguidas invocamos un octeto de dioses; Tieneke Looijenga nos recuerda (7) un conjuro islandés de época medieval en el que se dice «tallo ocho dioses», acción mágica de la que aquí hay un buen ejemplo. Luego hay tres runas Z, que significaba «alce», y aunque en este libro encontramos varios indicios de la gran importancia mágico-religiosa que debió de tener este animal entre los germanos, no sabemos qué función podía desempeñar aquí. El nombre de la N es «necesidad», y es una de las runas más frecuentemente usadas en magia, sea para encontrar ayuda en un apuro o para causárselo a otro. Las tres T hacen referencia al dios que da nombre a esta runa, que es nada menos que Tyr, mientras que alu, propiamente «cerveza», es una palabra que aparece con frecuencia en las inscripciones, muestra clara de su importancia mágico-religiosa; primero porque servía para embriagarse, produciendo un estado propicio para la comunicación con el otro mundo (8) (Polomé considera antiquísimo este valor mágico de la cerveza entre los indoeuropeos), pero también porque simbolizaba la fiesta en el seno de la familia y su sustituto guerrero, el druht (9). Seguramente, su uso en las inscripciones expresa un buen deseo hacia alguien, que se intenta hacer realidad mágicamente. En cuanto a las tres runas bmu, las cosas se ponen más difíciles, si bien sus significados algo deben de tener que ver en esto: «abedul-persona-uro». La interrogación indica que había una runa que ya es totalmente ilegible. Ahora intente buscar una explicación al conjunto:
Yo, el erilaz, me llamo El Hábil. AsAsAsAsAsAsAsAs AlceAlceAlce NecesidadNecesidadNecesidad ? Abedul Persona Uro TyrTyrTyr Cerveza.
Es atractivamente misterioso, sin duda, y sirve para darnos cuenta de lo poco que realmente sabemos sobre las creencias reales, cotidianas, y sobre los ritos correspondientes. Además, resulta que la inscripción está hecha sobre una placa de hueso que seguramente serviría de amuleto y que fue ofrecida en sacrificio en una ciénaga de Escania; conocemos este uso como amuleto de plaquitas de hueso hasta en época vikinga e incluso posterior, si bien suelen carecer de runas e incluso de cualquier decoración.
Claro que podríamos pensar: eso no es magia, sino religión. Lamentablemente, esta idea tan extendida de que la magia es una fase más primitiva de la religión propiamente dicha es simplemente falsa: ambas coexisten y son perfectamente compatibles, aunque las religiones institucionales, como el cristianismo, nunca han estado muy dispuestas a aceptar la relativa independencia de las acciones mágicas respecto a las divinidades oficiales, y, cuando no había forma de eliminar un ritual mágico ni siquiera por el procedimiento habitual de la eliminación física (y dolorosa, a ser posible) de sus practicantes, el conjuro se transformaba en oración o jaculatoria religiosa. De este modo se modificaba una «acción directa» en una “solicitud de intercesión”. En cambio, en la magia pagana se trataba de realizar un acto, con o sin apelar a las divinidades, por el cual se conseguía de forma inmediata el resultado apetecido; es decir, de alguna forma se imponían unas condiciones en las que la respuesta de la divinidad en cuestión era inmediata y automáticamente favorable, y bastaba con la realización correcta del rito, incluyendo la repetición literal del conjuro. Estos actos mágicos eran esencialmente independientes de la divinidad cuyo nombre se mencionaba, lo que permitió que siguieran existiendo mucho después del abandono oficial del paganismo, con meros cambios cosméticos (tres padrenuestros en vez de tres runas T, por ejemplo), como atestiguan colecciones como la de Grambo (10), con conjuros recogidos en Noruega tras seiscientos años de cristianismo y que apenas habían sufrido alteraciones significativas.
Las runas siguieron usándose d
urante siglos en Escandinavia, tanto con fines mágicos como con otros más utilitarios: especialmente recordar a los muertos, aunque es inútil intentar separar estas dos esferas de la vida. Tome por ejemplo la quizá más famosa, y desde luego la más larga, de las numerosas inscripciones rúnicas de Escandinavia en época vikinga: la de Rök. En ella hay un recuerdo al hijo muerto, de modo que es como un epitafio. Pero también incluye parte de unas estrofas de desconocidos poemas heroicos y una serie de runas formando una clave que aún no se ha podido descifrar, aunque se cree que puede ser una mención del nombre de Thor.
Y otras inscripciones incluyen fórmulas como pppmmmkkkistil, abreviación de la triple repetición de un abracadabra germánico bien conocido: pistil, kistil, mistil. También las sagas y los poemas nos hablan del uso mágico de las runas incluso para fines tan cotidianos como conseguir el favor de una mujer o tan drásticos como aniquilar a un enemigo. Y en plena Edad Media tenemos una gran colección de pequeñas inscripciones rúnicas halladas en el puerto noruego de Bergen, entre las que hay conjuros y hasta poemas amorosos, testimonio de que el poder mágico de las runas seguía vivo tras varios siglos de cristianismo.
De las runas sabemos bastante, pues la bibliografía al respecto es inmensa, pero hay también mucho que desconocemos: se crearon seguramente poco antes de principios de nuestra era a partir de un alfabeto del norte de Italia, como demuestran las formas de la mayoría de las letras. Lo que nadie ha podido explicar es el extraño orden del alfabeto, llamado habitualmente futhark por las seis primeras letras, pues no se han encontrado posibles motivaciones ni en ellas mismas ni en sus significados; en cuanto a éste, cada runa tiene un nombre, cuyo primer sonido (o fonema, para ser más precisos) representa el valor fonético de la letra.
La primera es F, llamada fehu, que originalmente significaba «ganado (vacuno u ovino»> pero que luego se generalizó para «riqueza». Esta runa, obviamente, se utilizaba mágicamente para proporcionar riqueza a alguien, igual que la p, primero llamada purs, «turso» (en los tiempos más antiguos valía por «enfermedad») , y más tarde porn (thorn), «espina»; tenía connotaciones especialísimamente negativas: era la runa ideal para causar enfermedades o grandes males a otra persona, incluso cuando esos males eran de naturaleza amorosa. Sabemos que la pasión erótica se asociaba a la enfermedad; de ahí que la misma runa pudiera tener ambos valores.
El número de runas fue variando con el tiempo, igual que sus formas, aunque está claro que se usaron en todo el mundo germánico desde los godos hasta los ingleses y que no desaparecieron con el cristianismo; incluso hubo intentos-de emplearlas para escribir textos cristiano, y un bonito ejemplo es el fragmento del anglosajón Sueño de la Cruz (Dream of the Rood) escrito en runas en la gran cruz de piedra de Ruthwell *, Escocia, probablemente del siglo VIII.
(* Si quiere presumir ante sus amistades, pronuncie este topónimo como la gente de allí: [rívl], nunca [rápwel] ni nada parecido.)
La fuerza mágica de las runas era tal que varias de las inscripciones más antiguas consisten simplemente en su lista total o, más raramente, parcial, y otras muchas contienen tan sólo el nombre de quien las trazó.
Las runas las consiguió Odín mediante un auto sacrificio. Esta asociación entre el dios del druht y las runas concede más peso a la idea, propuesta más arriba, de que las runas, su uso mágico y el erilaz eran un componente más del complejo social, cultural, familiar, militar y religioso de la sociedad guerrera germánica. Al proceder del dios por antonomasia de la aristocracia militar, las runas tenían que poseer un gran poder.
Este poder además, lo era por partida múltiple: el que corresponde al significado de cada runa, que es al mismo tiempo su esencia; el de las palabras formadas por esas letras y el de los textos compuestos de esas palabras; el que les proporciona el erilaz con su poder personal y con el rito realizado, y el del objeto mismo.
Grabar el nombre de una lanza en su punta metálica, o el de una espada, seguramente aumentaba su poder en el combate. Claro que no todo parece mágico, y es un poco difícil buscar significados profundos en la escritura del nombre de una mujer en un peine de hueso. Sin embargo, no podemos dudar del poder mágico de las runas (*), pues de otro modo no entenderíamos por qué tantas urnas funerarias de la Inglaterra pagana contaban con runas… o pseudorrunas, simples trazos que las imitan hechos probablemente por quienes carecían de conocimiento suficiente pero intentaban emular la magia de los especialistas (11).
Como no tenemos espacio para una discusión más amplia de las runas y sus usos, para terminar le ofrezco la lista de runas de época vikinga con sus nombres en germánico común y en español; por cierto, la división en tres grupos de runas es muy antigua. La interrogación indica que no estamos seguros del significado del nombre:
F, fehu: riqueza
U, uruz: uro
P, purs/porn (pronunciado thurs/thorn): turso/espina;
A, ansuz: dios As
R, raido: carro
K, kauna!kena ??
H, hagala: granizo
N, naudiz: necesidad
I, isa: hielo
A, ïhwaz: tejo (**)
S, sowil:sol;
T, Tyr (el dios)
B, berkana: (rama de) abedul
M, mannz: persona
L, laguz: agua
Z, algiz: alce.
(* Aunque Lucien Musser (1965) no es el único que considera puramenre marginales esos usos mágicos.)
(** La historia y el valor de esta runa son complicadísimos y no se ha llegado aún a la solución definitiva. El valor fonético de /a/ es el que tenía, efectivamente, en época vikinga.)
Breve advertencia para aficionados a las runas
En las librerías y los quioscos callejeros puede encontrar libros sobre las runas y su magia, a veces con bonitas piedras de imitación e instrucciones para realizar adivinación con ellas. Si le atraen esas cosas no tengo por qué criticar sus gustos, pero debe saber que lo que se dice en tales libros, con poquísimas excepciones, carece de toda relación con lo que realmente sabemos sobre las runas, su historia e usos reales. Son mera fantasía, vamos.
Cosas que se hacían con la magia rúnica
Acabamos de ver la estrecha relación de Odín con las runas; pero «El Tuerto» tenía que ver con todo lo relacionado con la magia. El Discurso del Altísimo, en el que se nos cuenta cómo consiguió las runas, menciona además varios conjuros (12): uno para los pleitos y penas, otro para sanar y un tercero para atar al enemigo e inutilizar sus armas, actividad que está entre las fundamentales de Odín. El cuarto es para librarse de los enemigos, el quinto para detener en pleno vuelo la flecha que te trae la muerte; otro para contrarrestar las prácticas mágicas: «si un hombre me hiere / con una raíz / a este hombre que busca mi mal / le persigue el dolor, y no a mí». El séptimo ofrece la salvación frente al fuego, el octavo aplaca los ánimos alterados, el siguiente garantiza protección en los viajes por mar y con el décimo «si veo a las brujas / volar por el aire:/ hago de tal forma que vuelan descarriadas / no encuentran su propia forma, / no encuentran su propio juicio». El undécimo protege a los amigos en la lucha, con el duodécimo «si veo en un árbol/oscilar un cuerpo ahorcado: / grabo y tiño las runas / para que el hombre vuelva / y venga a hablar conmigo». El siguiente sirve también para hacer invulnerable a un joven mediante el agua, otro permite acceder al conocimiento sobre los dioses, el decimoquinto se usa “si quiero de mujer sabia/lograr amor y favor/la mente dirijo de la hembra de blancos brazos/ y su ánimo altero todo”; el último es para los casos de rechazo amoroso. Hay más poemas de la Edda que incluyen listas e conjuros y de runas, y también figuran en otros que no suelen incluirse en la colección, como el Discurso de Svipdag; pero ha de bastarnos con esta muestra.
Brujas y magas
El décimo conjuro de Odín habla de brujas que vuelan y cambian de forma. Esto nos lleva a la brujería durante el paganismo, tema del que diré muy poco porque apenas tenemos datos. Lo cierto es que así como había una práctica habitual y aceptada de la magia con fines sobre todo curativos y propiciatorios, existían también personas que abusaban de ella y que la empleaba
n más para hacer daño a otros que en puro beneficio propio. Estas personas eran temidas y mal vistas socialmente, aunque es seguro que más de uno acudiría a ellas para conseguir lo que no podía lograr por otros medios. Bueno, esto le sonará familiar, es la eterna historia de la magia y lo encontramos en todas partes (13). En Germania las brujas solían ser mujeres, de lo que tenemos bastantes ejemplos en nuestras fuentes literarias, aunque existen también referencias a brujos. Pero eso sí, parece que solamente las brujas eran capaces de desplazarse por el aire y de cambiar su forma, transformándose en aves, que es precisamente contra lo que actúa el conjuro odínico.
Desde luego no viajaban en escoba, pero sí en báculo o vara mágica (vara grande, por cierto, como un cayado, no la famosa varita de las hadas madrinas). Como hemos encontrado algunos de esos cayados y las referencias literarias son numerosas, no parece haber duda sobre los usos mágicos de estos objetos, que consistían en una vara larga de la que salían tres o cuatro ramas en posiciones que, seguramente, tenían algún significado que ignoramos. También viajaban a lomos de lobo, tema al que se hacen varias referencias en nuestros textos, lo que acerca estas brujas a las valquirias, pero también a las etonas y otras figuras femeninas de carácter fúnebre.
Sobre la transformación en ave encontraremos varios ejemplos; baste ahora con señalar que eran diosas las que hacían tales cosas, que hay varios ejemplos de reinas capaces también de esa transformación para practicar la magia (14) y que el motivo de las mujeres voladoras y cambiadoras de forma permaneció largo tiempo en el folclore escandinavo (15). Sabemos poco en cambio sobre la «organización» de las brujas, pero todo parece indicar que no existían cosas como los famosos aquelarres, noches de Walpurgis y demás costumbres y leyendas medievales (16): cuando se desplazaban de la forma que hemos visto, era para cumplir una función concreta.
Pero buena parte de esta magia necesaria aunque sospechosa y mal vista, puede ser de origen no germánico: quizá los escandinavos lo tomaron de los fineses y saami, sobre todo de éstos últimos, que fueron siempre el más claro ejemplo de pueblo conocedor de la magia. En antiguo nórdico, Finnur significaba «saami», pero es también nombre de varón, y típico de brujos. De ahí quizá los cambios de forma y el vuelo para conseguir fines más o menos lícitos, pues se trata de rasgos específicos del chamanismo finés (17): el chamán va al mundo de los espíritus acompañado de ciertas aves (como Odín) o directamente bajo la forma de éstas. Y en su origen el chamán nórdico era siempre una mujer, y aunque luego el oficio se masculinizó se conservaron las ropas femeninas.
Otra razón que explica que las brujería estuviera habitualmente en manos de mujeres era que todo lo que tenía que ver con la salud era función suya exclusiva: eran las parteras, las que conocían los remedios a las enfermedades, las que trataban las heridas de los guerreros tras el combate (18). Y esa asociación entre brujería, medicina y femineidad era tan fuerte que la iglesia se preocupó muy pronto por prohibir de manera tajante y radical que las mujeres continuaran con sus funciones médicas. La figura tradicional de la partera o mujer sabia a quien llamaban cada vez que era inminente un nacimiento, por ejemplo, desapareció oficialmente, y quienes seguían practicando el oficio se arriesgaban a la muerte por brujería (19). Esa relación mujer-medicina llega hasta las diosas, que tienen todo lo relativo a curación y enfermedad entre sus atribuciones principales.
(1) Textos Mitológicos:50
(2) Owen 1981:12
(3) Ibídem
(4) Dubois 1999:105
(5) Arnold 1997;Davidson 1998;Owen 1981
(6) Looijenga 1997:90-91
(7) Idem:90
(8) Polomé 1996:103
(9) Enright 1996
(10) Grambo 1979
(11) Owen 1981; Wilson 1992, cap.5
(12) Textos Mitológicos: 212-214
(13) Boyer 2001; Marshall 1999
(14) Véase por ej. La Saga de Egil
(15) Raudvere 1996
(16) Mitchell 1997
(17) Jon 1999; Vitebsky 1995
(18) Haywood 2000: 128
(19) Davidson 1998; Jones y Pennick 1995
Notas: