El hombre americano está naturalmente inserto en el mundo que lo rodea; sabe que está relacionado con el Todo de manera directa y que sus acciones influyen en el devenir del universo. El sonido es un medio importante para establecer y mantener esta relación.
La vida cotidiana del indígena americano está marcada por el sonido; a través de él establece redes de relaciones y significados con el mundo en que está inmerso. En las selvas del Amazonas, por ejemplo, donde la espesura de la vegetación apenas deja entrar la luz solar, es necesario guiarse por el sonido para detectar los movimientos de la posible presa o del atacante, jugando el oído un papel fundamental para cazar y no ser cazado.
El indígena pasa gran cantidad de tiempo escuchando el sonido de los pájaros y otros animales, que imita a la perfección. Es capaz de distinguir muchas especies animales a partir de su sonido y, más aún , de distinguir sexos y comportamientos. El reconocer a través del oído es para él un proceso natural.
El hecho de imitar sonidos implica un alto grado de concentración, discriminación, selección y memoria auditiva: primero se deben fijar los sonidos en la mente, conocerlos, analizarlos, para luego realizar el proceso de experimentación sonora que implica llegar a imitar fielmente los complejos cantos de los pájaros y otros animales.
Es a partir de esta relación y de esta manera de percibir el mundo sonoro que debemos intentar comprender la música indígena americana. En muchas de las lenguas vernáculas de América no existe siquiera una palabra que corresponda a nuestro concepto occidental de “música”, siendo los sonidos una dimensión indisoluble de un todo que incluye la poesía, la danza, la mitología y el sustrato mismo del cosmos. De este modo, la música está integrada a la naturaleza de la misma manera que el sonido de un río o del desierto. Es parte del continuo sonoro universal y como tal se relaciona y se entreteje con él en todas sus formas, siendo mucho más que una expresión artística y estética particular.
En América existe y existió una enorme diversidad de pueblos, cada uno con sus propios valores y maneras de entender el mundo, por lo que es difícil hablar de las culturas nativas del continente como un conjunto homogéneo. Existen, sin embargo, ciertos rasgos generales -comunes a la mayoría de los pueblos indígenas- que contrastan con aquellos que caracterizan nuestra vida como occidentales. Una de estas constantes es la importancia que los pueblos americanos dan a la percepción auditiva en el proceso de aprehensión y codificación del universo.
Para adentrarnos en el mundo sonoro de los antiguos americanos contamos con la arqueología -que nos permite conocer los instrumentos musicales y las representaciones de bailes y ceremonias que se encuentran en piezas cerámicas, telas o murales- y la etnohistoria, que nos ofrece descripciones de los primeros observadores europeos sobre la música americana y sus múltiples funciones. Afortunadamente la música de los actuales pueblos indígenas de América conserva los mismos conceptos estructurales, estéticos y sobrenaturales que sostenían a la música prehispánica, aunque aparezcan disfrazados bajo otras formas e instrumentos. De este modo, los estudios etnográficos permiten completar el panorama ofrecido por la arqueología y la etnohistoria, referidas casi exclusivamente a Mesoamérica y el Area Andina Central, principales centros de irradiación cultural de América.
Es a partir de estos datos que intentaremos aprehender las grandes ideas y conceptos estético-espirituales de la música americana y entregarlos , paradójicamente, a través del mudo lenguaje de la escritura.
” Lo que pasa es que ahora con todas las máquinas y los gases que tiran se hace como una neblina que nos separa de Dios, antes los yerbateros curaban , pero ahora el ruido que hay no deja que Dios oiga a los hombres, entonces no pueden curar; el ruido que hacen las máquinas, los aviones, todo eso no deja que Dios escuche, antes no , antes no había avión y Dios escuchaba a los hombres, había silencio y ahora no hay silencio”. (Francisco Paniri, Caspana)
El mundo indígena americano es un mundo poblado de espíritus y fuerzas que dominan la naturaleza; un mundo en que “lo real” y “lo sobrenatural” se trenzan en un tejido único e indivisible. En este contexto, la música –de origen divino- está íntimamente ligada al universo sobrenatural, y a través de ella es posible comunicarse con las deidades. De esta manera, existen cantos para curar enfermos, para traer o detener la lluvia, para obtener una buena pesca o cosecha, para invocar a determinados espíritus, para ayudar a los muertos en su último viaje, etcétera.
El sonido de la naturaleza no sólo incluye los sonidos emitidos por los animales y agentes atmosféricos, sino también los producidos por los seres sobrenaturales que habitan en ella. Este es dominio de una realidad invisible, es poder y movimiento. Como tal, es un atributo de los seres sobrenaturales, quienes son invocados a través de el sonido.
Basta repetir el nombre del ser sobrenatural para que éste se manifieste; la invocación es hecha a través del sonido, de la plegaria, del canto o de una melodía tocada en una flauta.
El sonido está presente en la estructuración del mundo y es protagonista fundamental en los mitos de creación de la mayoría de los pueblos. Los mitos revelan las bases mismas de la realidad, sustentando el esquema del universo que hace todo grupo humano para poder vivir en él y para poder explicarse, de manera colectiva, su paso por el mundo. Son los mitos y su constante reactivación, a través de los ritos, quienes dan los fundamentos para la relación mantenida con el mundo.
“Después que el Gran Fuego destruyera el mundo y antes que el pequeño pájaro Icanchu volara lejos, éste vagó por la tierra destruída buscando el Primer Lugar. El lugar estaba irreconocible pero el dedo índice de Icanchu encontró la mancha. Ahí él desenterró el resto del árbol quemado y lo golpeó como tambor. Tocando sin parar cantó con los sonidos del tambor oscuro y bailó a sus ritmos. Al amanecer del nuevo día un retoño verde nació del tambor de carbón y luego floreció como el Primer Arbol, el Arbol de los Caminos en el Centro del Mundo. De sus ramas florecieron las formas de vida que existen en el Nuevo Mundo.” ( mitología mataco, Chaco).
El sonido tiene el poder de crear, de engendrar vida, de posibilitar la comunicación entre el mundo de los humanos y el mundo sobrenatural.
En algunas comunidades del Area Andina existe un personaje mítico llamado “El Sereno”, asociado al sonido, al agua y al diablo. El da nuevas músicas a quien tiene el valor de enfrentársele. El músico va, de noche, a algún lugar donde el agua corra o caiga produciendo sonido; en medio de una serie de ritos, se sienta en silencio e inmóvil a escuchar concentradamente el sonido del agua. Luego de un tiempo, este sonido se transforma mágicamente en música y la persona escucha instrumentos, melodías y cantos que El Sereno le está dando. Pero éste es un encuentro con el diablo, y si el hombre no es lo suficientemente valiente, reventará por el susto, ” se irá en sangre”, morirá y su alma la ganará el diablo. El sonido es propiedad del mundo sobrenatural y se debe aprender a acceder a él.
La música y los instrumentos musicales son un regalo que los dioses hicieron a los hombres en el tiempo mítico; como tal son guardados celo
samente y están asociados a una serie de tabúes. Sólo son tocados en ciertas épocas del año y para ciertas ceremonias. Entre los Kamayurá, del Amazonas, el sonido de cada tipo de flauta corresponde a la voz y esencia de un ser sobrenatural. Los instrumentos son sagrados, pues tienen el poder de evocar a estos seres, de repetir sus sonidos primigenios y de hacer que vuelvan a estar presentes con sus poderes originales y eternos.
“El Dios del Espejo Humeante dijo al Dios del Viento: ” Viento, ve a través del mar y llega a la casa del Sol. El tiene enrededor suyo muchos cantores y músicos, muchos que tañen la flauta, que le cantan y le sirven. Unos de éstos andan en tres pies, o tienen enormes orejas. Cuando llegues a la orilla del mar, llamarás a mis servidores y ministros, que se llaman Caña y Concha, y el otro, Mujer acuática, y el tercero, Monstruo Femíneo de las Aguas. Les mandarás que se enlacen unos a otros unidos, hasta formar una manera de puente, por el cual puedas pasar tú a la Casa del Sol. Y así puedas traer contigo a los músicos que vas a pedir al Sol. Vengan ellos con sus instrumentos, para que alegren al hombre y me sirvan y veneren”, dijo, y desapareció de la presencia del Viento.
Llegó el Dios del Viento a la playa y comenzó a dar voces a los servidores del Dios del Espejo Humeante. Vinieron obedientes y al punto hicieron el puente por el cual pudieron pasar el Dios del Viento y los músicos. Tan pronto como el Sol vió venir al Dios del Viento, dijo a sus músicos: “! Mirad, he aquí al desdichado que viene! Nadie le responda palabra, porque aquel que le responda tendrá que irse con él”. Estaban los músicos del Sol vestidos de cuatro distintos colores: blanco, rojo, amarillo y verde. Cuando llegó el Dios del Viento , luego comenzó a llamar a los músicos y a dar voces, también cantando él. Nadie le respondía, hasta que al fin uno de los músicos del Sol respondió a la voz del Viento y tuvo que irse con él. Este es el que al llegar a la tierra dio a los hombres toda la música con que ahora se regocijan”. (azteca, Mendieta 1570).
La relación entre sonido y dominio sagrado es muy fuerte en la estructuración del mundo indígena; los instrumentos han sido dados por los dioses para que a través de ellos el hombre sea capaz de comunicarse con el plano sobrenatural. Esta relación puede ser observada también en las grandes construcciones sagradas que consideraron en sus diseños los problemas acústicos. Los centros ceremoniales eran lugares en que se manifestaban los dioses, donde eran invocados a través de la palabra y la música, y donde se expresaban sus sonidos sagrados.
El indígena no intenta hacer una demostración de destreza o virtuosismo con su arte sino honrar y ofrendar a sus divinidades; intenta crear un puente que una su mundo con el mundo de los dioses. La música no es tocada sólo para provocar una emoción estética sino para provocar un hondo fervor religioso y el clima adecuado para llevar a cabo complejos rituales.
Esta profunda y compleja ritualidad pudo ser apreciada por los españoles a su llegada a América, y a pesar de parecerles “cosa del demonio y de idolatrías” no pudieron dejar de asombrarse ante el despliegue ritual azteca
” es de saber que sus fiestas las solemnizaban y regocijaban mucho.. y con cantares muy solemnes a su modo, y bailes al mismo son con mucho tiento y peso, sin discrepar en el tono ni en el paso, porque ésta era su principal oración..Los bailes solemnes hacían por la mayor parte en el templo delante de sus dioses, o en el palacio del señor, o en el mercado..” (Mendieta 1570).
De esta manera, la música en América ha tenido una importancia fundamental como parte activa del sistema de creencias.
Los chamanes son personas especializadas en el arte de comunicarse con el mundo de los espíritus; son capaces de entrar a un estado especial de conciencia para acceder a otras realidades, donde pueden pedir consejo a los espíritus sobre determinados problemas que aquejan al grupo o a un enfermo en particular, interceder ante ellos o rendirles culto.
El canto y la música son el arma más poderosa de los chamanes, quienes no sólo la usan para entrar a la otra realidad, sino también para poder manejarse dentro de ella. El contenido lírico de los cantos es fundamental, pues está relacionado a los problemas específicos que el chamán intenta solucionar y cuya respuesta busca en las visiones y viajes por el mundo de los espíritus. A través del canto se pide ayuda a los espíritus tutelares, a las almas de los muertos y a todos los poderes sobrenaturales, y es, también, a través de él que el chamán encuentra el camino de regreso cuando se ve en peligro o no puede volver del mundo mítico.
Dentro de este mundo, que integra la realidad física y la metafísica, una de las funciones más importantes de los chamanes es la de velar por la salud de las personas. Son ellos quienes tienen la responsabilidad de curar a los enfermos y la comunidad confía en sus poderes para mantenerse en buen estado de salud. Los chamanes son expertos conocedores de las cualidades y poderes de las plantas usadas para curar determinadas enfermedades y de aquellas que les permiten entrar a la otra realidad, al espacio y tiempo míticos en el que podrán llevar a cabo la curación necesaria.
En el proceso de curación son fundamentales los cantos que el chamán ejecuta, sin parar, al lado del enfermo. Entre los Jíbaros del Amazonas el elemento más poderoso de los ritos curativos son los cantos, al punto que este tipo de sesiones se denominan ” curar la enfermedad cantando”. Ellas se inician casi siempre silbando o con sonidos de sonajas para invocar a los espíritus ayudantes. Una vez que el chamán siente que estos espíritus han llegado, comienza a cantar los cantos de curación. Estos son cantos específicos para cada tipo de enfermedad, su significado es metafórico y está referido a ciertos espíritus tutelares, a ciertas plantas que son las que podrán sanar al enfermo. Otros son fórmulas para expulsar a los malos espíritus que se han apoderado del enfermo.
El chamán mapuche canta invocando a los espíritus acompañado del golpe ininterrumpido de su kultrún, tambor que sitúa muy cerca de su rostro, al lado del oído, para que la gran intensidad de su sonido haga vibrar su cuerpo hasta hacerlo entrar en trance, llegar al mundo de los espíritus y, una vez allí, permitirle conocer la causa de la enfermedad que aqueja al paciente y el remedio que deberá administrarle. El kultrún es un instrumento mágico -en su superficie está pintado el diseño simbólico del universo- por el cual el chamán viaja una vez que ha logrado salir del tiempo y el espacio cotidianos, siempre escuchando y siendo guiado por el sonido de su tambor.
La importancia del sonido es tal, que en muchos pueblos amazónicos las visiones vividas durante los trances alucinatorios sólo son válidas si son acompañadas de determinados sonidos, de determinadas alucinaciones auditivas. No basta la visión para saber que efectivamente se ha llegado al otro lado del mundo; es el sonido quien certifica que se ha traspasado el umbral.
Las plantas psicoactivas y la música han sido comúnmente usadas en conjunto para lograr la comunicación con el mundo sobrenatural, pero hay sociedades en que dicho estado se alcanza sin el consumo de esta plantas. En éstas, basta el poder del sonido para entrar al otro mundo. Entre los selk`nam de Tierra del Fuego, por ejemplo, una misma palabra significaba música y trance, haciendo evidente la estrecha relación entre ambas.
Ciertos tipos de sonidos y estructuras sonoras que apuntan a la saturación del espectro sonoro por medio de la superpos
ición de capas de sonidos (algo similar al efecto de “ruido blanco” de un río caudaloso), están relacionados con la obtención de estos estados especiales de conciencia. Un ejemplo de ello lo encontramos en los “bailes chinos” de Chile central -rituales de campesinos y pescadores que integran elementos indígenas y católicos- con sus enormes masas sonoras producidas por muchas flautas de timbre disonante, tocadas simultáneamente en un ritmo constante y dual. Las orquestas de los wakuénai del Amazonas ilustran la misma situación, con numerosas trompetas muy graves, flautas, voces femeninas y masculinas y silbatos agudos, tocando cada uno su propio ritmo y dando forma a una heterofonía impresionante.
Estas grandes orquestas actúan en un ambiente saturado de estímulos sensoriales interrelacionados: la danza continua, el movimiento, los olores de flores e inciensos; la catarsis colectiva y la significación del ritual. Todos estos aspectos confluyen simultáneamente con el sonido y crean las condiciones necesarias para producir un quiebre en la percepción cotidiana.
Entre los jóvenes de la costa noroeste de Norteamerica, así como en los de las planicies del sudoeste, se daba la situación inversa; ellos acostumbraban a hacer retiros rituales en búsqueda de una “visión” que les diera poder y sabiduría. Estos retiros eran individuales e incluían grandes caminatas y esfuerzos físicos, como correr sin parar toda una noche, subir montañas, pasar varias noches seguidas sin dormir, ayunos y ciclos de cantos mantenidos por largos períodos de tiempo hasta alcanzar el estado en que la “visión” le era revelada. Estos ciclos de cantos eran fundamentales parta alcanzar la “visión” que, muchas veces, era revelada en sueños por sus espíritus ayudantes o antepasados.
Por otro lado, la música es fundamental en la estructuración de los ciclos rituales de los pueblos americanos. Existe un calendario exacto de los rituales que componen el ciclo anual, cada uno con determinadas músicas, determinados sonidos y determinados instrumentos musicales. Los rituales son representaciones de acontecimientos que ocurrieron en el tiempo mítico, son puentes que el hombre tiende para comunicarse con el mundo de los espíritus a fin de revivir aquellas hazañas emprendidas por los creadores del mundo y mantener el sentido que ellos dieron a su creación. De este modo, el sonido que sale de las flautas yakui de los yawalapití del Alto Xingú –Amazonas brasilero- representa lo más poderoso de los espíritus del agua, transformándose quienes las tocasn en esos espíritus.
A través del sonido se forma un puente, y tanto el hombre como la divinidad son capaces de entrar en los dominios del otro; el espíritu tiene la posibilidad de revivir sus actos a través del sonido que está haciendo el hombre y el hombre tiene la posibilidad de ser el vehículo para que el espíritu se manifieste, y al mismo tiempo, convertirse en él. La realidad se ve ampliada por la capacidad que posee el sonido de transformar el tiempo cotidiano en uno mítico.
Pero las flautas yakui permanecen guardadas en una choza especialmente destinada para ello y sólo son tocadas en determinada época del año. Ellas hacen saber a la comunidad que se está viviendo la época del año en que se celebran ciertos pasajes míticos y no otros, estructurando el año a través del sonido. Así como los sonidos naturales cambian de estación en estación, también cambian los ciclos de cantos y de instrumentos.
Esta comprensión del ciclo anual a través de los ritos y ceremonias y de las músicas e instrumentos utilizados es muy fuerte en el Area Andina , como se aprecia en la siguiente cita de Garcilaso de la Vega (ca. 1550).
“Cuatro fiestas solemnes celebraban por año los Incas en su corte, a más de las menores. La primera, principal y solemnísima era la fiesta del sol llamada “Raymi” ; la segunda y no menos principal era la que hacían cuando armaban caballeros a los noveles de sangre real; la tercera llamada Cusquieraimi, hacían cuando la sementera estaba hecha y había nacido el maíz; y la cuarta y última fiesta era la que los Incas Reyes celebraban en su corte y le llamaban Citua”.
Lo mismo ocurría entre los aztecas, donde el año estaba marcado por diversas ceremonias y fiestas en las que se celebraban a distintos dioses o situaciones míticas. Existen largas listas dejadas por los cronistas que mencionan la gran cantidad de fiestas y ceremonias que celebraba este pueblo durante el año en honor a sus dioses.
La importancia de la música y la danza es un tema recurrente en el mundo indígena americano, siendo el medio privilegiado para acceder a la divinidad en grandes rituales colectivos. Las asombrosas descripciones de los cronistas para los rituales aztecas nos permiten imaginar la importancia de la música y la danza en la comunicación con los dioses:
“…a pesar de que a veces concurrieran tres mil, a veces cuatro mil o más hombres, todos cantaban el mismo canto con la misma voz y con la misma danza y compás del cuerpo, y de cada una de sus partes; variadas sin embargo en cada una de las mudanzas, respondiendo y concertando con los temas mismos en modo maravilloso…” (Hernández, ca.1550)
La música y la danza forman, por una parte, una unidad que es ofrendada a los dioses; un regalo de la hermosura y perfección alcanzada en un arte por un grupo de hombres. Por otra, la danza y la música, mantenidas durante largos períodos de tiempo, se vuelve un sacrificio, una entrega total realizada para agradar y establecer un contacto con la divinidad. Es a través de la danza continua y de la música que la acompaña que la persona entra al estado extático necesario para comunicarse con los dioses. Toda la energía empleada para realizar el esfuerzo físico se vuelca y se potencia para conseguir tender el puente. La música y la danza son la llave al otro mundo.
Si no se baila y no se canta como está establecido ritualmente, la tierra no dará sus frutos o no traerá la lluvia. El hombre hace su ofrenda, su “pago” -utilizando una expresión andina- y, a su vez, la tierra lo retribuye con lo que él necesita.
Danza y música se unen en un ritual colectivo que amalgama los deseos de un grupo de hombres volviéndolos lo suficientemente fuertes como para alcanzar a los dioses
“En estas fiestas y bailes no sólo llamaban y honraban y alababan a sus dioses con cantares de la boca, más también con el corazón y con los sentidos del cuerpo, para lo cual bien hacer, tenían y usaban muchas maneras, así en los meneos de la cabeza, de los brazos y los pies como con todo el cuerpo trabajaban de llamar y servir a los dioses por lo cual aquel trabajoso cuidado de levantar sus corazones y sus sentidos a sus demonios, y de servirles con todos los talantes del cuerpo, y aquel trabajo de perseverar un día y parte de la noche llamábanle maceualiztli, penitencia y merecimiento..” (Motolinía, ca. 1550) .
El canto y la danza eran tan importantes para los aztecas como medio de interceder ante los dioses que existían personas especialmente dedicadas a enseñar estas artes, como era el caso del tlapixcatzin, el Conservador, quien “tenía cuidado de los cantos de los dioses, de todos los cantares divinos. Para que nadie errara, cuidaba con esmero de enseñar él a la gente los cantos divinos en todos los barrios. Daba pregón para que se reuniera la gente del pueblo y aprendiera bien los cantos”. (Sahagún, ca. 1550).
Músicos y participantes del ritual debían realizar su tarea con absoluta perfección pues de esta comunicación dependía el bienestar de todo el pueblo. De esta comunicación dependía, nada menos, que el universo siguiera
su curso sin mayores inconvenientes.
“Y andando en el baile, si alguno de los cantores hacía falta en el canto, o si los que tañían el teponaztli y atamabor faltaban en el tañer, o si los que guían erraban en los meneos y contenencias del baile, luego el señor les mandaba a prender y otro día los mandaba matar” (Sahagún, ca. 1550).
Un error en la música ofendía a los dioses al ofrecerles algo que no era perfecto, ensuciando la comunicación entre los hombres y la divinidad.
Durante estas ceremonias era desplegada toda la parafernalia ritual de los nobles, quienes danzaban con sus vestimentas y trajes ceremoniales llenos de colores y símbolos; grandes señores intentando la renovación del mundo;
” En estos bailes y cantares sacan las divisas, insignias y libeas que quieren, con mucha plumería, y ropa muy rica de muy extraños atavíos y composturas, joyas de oro y piedras preciosas puestas en los cuellos y muñecas de los brazos, y brazaletes de oro fino en los brazos, los cuales ví, y conocí a muchos caciques que los usaron: con ellos se ataviaban y componían, ansí en los brazos como en las pantorrilllas, y cascabeles de oro en las gargantillas de las piernas. Ansimismo salían las mujeres en estas danzas, maravillosamente ataviadas que no había en el mundo mas que ver, lo cual todo se ha vedado por la honestidad de nuestra religión”. (Muñoz Camargo, ca. 1580).
Existen grandes diferencias entre estos ritualesmultitudinarios, hieráticos y llenos de pomposidad -de milimétrica exactitud- y aquellos de muchos chamanes de la selva amazónica que, vestidos sólo con un cordel prepucial y haciendo movimientos espontáneos, invocan a los poderes sobrenaturales a través de un canto interrumpido por escupitajos que, lejos de interferir en su desarrollo, lo potencian. Formas tan distintas remiten a una misma concepción del sonido como mediador privilegiado entre los hombres y el mundo sagrado.
Actualmente, las grandes tradiciones indígenas americanas han desaparecido como entes estatales capaces de aglutinar y de realizar aquellos impresionantes rituales. Su música ha desaparecido para siempre y jamás podremos saber como habrá sonado una gran procesión de miles de hombres moviéndose en exacta sincronía por la Calzada de los Muertos de Teotihuacán o por la explanada de Sacsayhuamán en el Cuzco, pero algo de ello podemos intuir al vivir una fiesta ritual, por ejemplo, de Chile central, a sólo una hora de Santiago, donde los “bailes chinos” quiebran una y otra vez el espacio cotidiano, abriendo un inmenso puente sonoro que nos permite retroceder siglos y llegar a las armonías que seguramente sostuvieron el mundo sonoro prehispánico, los sonidos que mantuvieron y estructuraron el mundo indígena americano.
La ritualidad era un aspecto que traspasaba la mayoría de las actividades de las sociedades americanas, no existiendo una división tajante entre lo divino y lo profano. La estrecha relación entre música y cosmovisión no implica, en modo alguno, que ésta fuera una actividad restringida sólo al ritual. La música era un elemento omnipresente en la mayoría de las actividades cotidianas; era utilizada, por ejemplo, como una manera de coordinar el trabajo, para comunicarse de una aldea a otra, enviar mensajes de amor, arrullar a los niños, contar la historia del pueblo, llorar a los muertos o ir a la guerra. La música permitía estructurar las relaciones sociales dentro de una aldea, o simplemente recrearse, lo cual no era siempre tan distinto y alejado de otras funciones más “serias” del sonido.
“Tenían todas las gentes destas provincias que vamos contando muchas maneras de bailes y cantares; costumbre muy general en todas las indias, como también lo hubo en todas las naciones antiguas, según queda explicado. Todas las veces que el señor de la provincia o del pueblo casaba su hija o hijo, o enterraba persona que le tocaba, o quería hacer alguna sementera, o sacrificar, por grande fiesta mandaba juntar los principales de su tierra, los cuales, sentados en torno de una plaza, o si no en lo más ancho de su casa, entraban los tambores, flautas y cascabeles y otros instrumentos de que usaban. Luego tras ellos allegábanse muchos hombres y mujeres adornados cada uno con las mejores joyas, y se vestían de algo, al menos las mujeres, con lo mejor que alcanzaban. Poníanse a las gargantas de los pies y en las muñecas de las manos sartales de muchos cascabeles, hechos de oro y otros de hueso. Si andaban todos desnudos, pintábanse de colorado los cuerpos y las caras, y si alcanzaban plumas, sobre aquellas tintas se emplumaban; de manera que lo que la justicia entre nosotros da por pena a las hechiceras o alcahuetas, tenían ellos por gala. Todos al son de sus instrumentos musicales cantaban unos y respondían otros.” (De las Casas, ca. 1590).
La vida humana se desarrolla inmersa en un universo de sonidos propios y específicos para cada lugar geográfico y época del año, y el hombre americano teje sobre esa trama su versión sonora particular a cada instante del ciclo vital. Las sociedades prehispánicas e indígenas actuales han hecho de la música un arte de innumerables connotaciones, que ayuda a formar y a estructurar el mundo, con una funcionalidad que la hace estar presente en casi todas las actividades del grupo. Así, la música es utilizada para definir y marcar los ciclos vitales desde las ocasiones más rutinarias y periódicas, como construir una vasija o ir de pesca, hasta ceremonias que reúnen a toda la comunidad para celebrar ciclos estacionales o anuales. Aunque en muchos casos la ejecución de instrumentos es prerrogativa de los hombres, las mujeres tienen un rol importante en el canto, y la voz es considerada tanto o más importante que los instrumentos en la mantención del diálogo sonoro con el Todo.
Sea cual sea la función específica de una ejecución musical, es una marca única y bien diferenciada, representativa de un grupo humano. Cada pueblo es poseedor de un tipo de música que lo identifica, de un tipo de instrumentos, melodías y orquestación que lo define como distinto de los otros.
En las grandes fiestas rituales de Chile central, donde asisten diez o quince “bailes chinos”, todos con la misma orquestación de flautas y tambores, y tocando la misma estructura musical, la gente es capaz de distinguir de qué pueblo es el baile que acaba de llegar sólo escuchando a la distancia su sonido, que varía en pequeños matices tímbricos y dinámicos de baile en baile. En las sociedades americanas las personas son capaces de distinguir a otras por el tipo de música que producen.
Dentro del complicado tejido social, la música tiene también un importante rol seductor, siendo usada para enamorar, para hechizar a una persona y hacerla que desee profundamente a quien está cantando o tocando un instrumento. Entre los mapuche, todo aquel que sea diestro en el trompe podrá enamorar a las mujeres, éstas se rendirán ante el encanto producido por el sonido. Semejante uso tenía la quena entre los inkas, y lo mismo ocurre con el arco musical en el Amazonas peruano, con la flauta entre los sioux de las praderas norteamericanas o con ciertos cantos en la costa noroeste del mismo continente.
Los cantos de cuna, que facilitan el sueño de los pequeños son comunes a muchos grupos americanos. En estos cantos se hace referencia a los peligros sobrenaturales a que está expuesto el niño que no duerme, transmitiéndole al mismo tiempo las bases históricas y míticas de la sociedad, así como las normas sociales y los roles que deberán cumplir cuando sean adultos. Las múltiples funciones de la música se cruzan y se trenzan formando un tejido que traspasa todos los ámbitos de la sociedad.
El
evento social más importante entre los grupos de la costa noroeste de Norteamérica era el potlatch, una gran fiesta de redistribución de bienes que ofrecían periódicamente los jefes y personas poderosas. Estas fiestas se caracterizaban por su gran despliegue artístico y escénico, donde se presentaban complejas dramatizaciones y obras de teatro con escenografías y vestuarios muy acabados. Para estas ocasiones, quien ofrecía la fiesta demostraba su generosidad y riqueza obsequiando todo tipo de artículos de valor a cada uno de los presentes.
La música marcaba las diferentes partes de la fiesta, que duraba varios días. Había ciertos cantos que realizaban los invitados cuando desembarcaban de las canoas, otros mientras caminaban al lugar en que se realizaría la fiesta y otros cuando llegaban. El anfitrión también tenía sus propios cantos, que pertenecían a su familia, y que cantaba cada vez que hacía un regalo a alguien. El regalo era entonces doble, algo material y tangible, – por ejemplo, diez mantas- y su canto, marcando identidad y linaje familiar, nombre y prestigio asociado.
Los usos de la música en el gran tejido social son innumerables, y por supuesto está presente como medio de diversión y placer. Los gobernadores aztecas, al igual que cada templo y palacio, contaban con grupos de músicos, poetas, cantantes y danzantes profesionales, quienes estaban a disposición absoluta del gran señor, como lo vemos en esta descripción de Sahagún ;
” Había otra sala que se llamaba Mixcoacalli . En este lugar se juntaban todos los cantores de México y Tlatilulco, aguardando a lo que les mandase el señor, si quisiese bailar, o probar u oír algunos cantares de nuevo compuestos, y tenían a la mano aparejados todos los atavíos del areito, atambor y atamboril, con sus instrumentos para tañer el atambor y unas sonajas que se llaman ayacachtli, y tetzilacatl,y omichicauatztli, y flautas, con todos los maestros tañedores y cantores y bailadores, y los atavíos del areito para cualquier cantar” . (Sahagún, ca. 1550).
Por su parte, el pueblo azteca y maya asistía periódicamente a representaciones musicales cómicas y a obras de teatro en las plazas y teatros especialmente construidos para este fin, donde se regocijaban con las actuaciones de gran nivel.
” tenían y tiene farsantes, que representan fábulas, e historias antiguas. Son graciosísimos en los chistes, y motes que dizen a sus mayores, y juezes, si son rigorosos, si son blandos, si son ambiciosos, y esto con mucha agudeza, y en una palabra.. Y averiguando algo de esto, hallé que eran cantares, y remedos que hazen de los páxaros cantores y parleros; y particularmente de un paxaro que canta mil cantos; es el Zachic, que llama el mexicano Zenzontlatoli, que quiere decir páxaro de cien lenguas” (Sánchez de Aguilar, ca. 1650).
Contrasta con estas grandes representaciones bufonescas el uso recreacional de la música entre los inuit del Artico, quienes realizan los llamados “juegos vocales” (katajjaq) entre dos equipos, generalmente conformados por mujeres. Dos mujeres se sitúan muy cerca una de otra, y mirándose frente a frente, comienzan a cantar frases cortas y repetitivas, utilizando el sonido de la inspiración y expiración del aire, distintas voces y patrones rítmicos. El juego consiste en mantener los patrones sonoros o ir cambiándolos sutilmente hasta que una de las dos mujeres comienza a reír o se cansa. Cuando esto ocurre el juego acaba y vuelven a comenzar un nuevo canto.
En algunos casos, la música y el sonido se encuentran ligados a ciertos ritmos de movimientos realizados por hombres y mujeres al ejecutar diversos tipos de trabajos, como remar o moler granos. Los movimientos continuos y rítmicos necesarios para realizar estos trabajos crean patrones sonoros que son utilizados como bases sobre las que se canta , facilitando y coordinando así la labor colectiva.
El sonido de un grupo de mujeres piaroa del Amazonas moliendo granos en grandes morteros de piedra crea polifonías rítmicas complejísimas que son mantenidas durante largos períodos de tiempo, haciendo que la actividad productiva en sí pase a un segundo plano porque ha entrado en el dominio de la música. El esfuerzo físico realizado se hace menos pesado al dejarse llevar por un flujo rítmico natural.
Entre los indios de la costa noroeste de Norteamérica era común que diez o quince personas remaran cantando al unísono mientras iban de una aldea a otra. Cada jefe tenía su propia canción de canoa y la gente podía saber quien se acercaba a la aldea por el canto que se escuchaba desde el río. En éste y otros muchos casos, la música es usada como medio para anunciar la llegada de alguien a la aldea, sus intenciones o las noticias que trae .
Cuando un cazador kayapó, del Amazonas, ha conseguido matar a un animal de gran tamaño, al acercarse a la aldea comienza a cantar fuertemente para que todos en ella se enteren del éxito obtenido en la cacería y se junten a esperar su entrada triunfal. Los cantos son personales y la comunidad sabe, al escucharlo, quien es el afortunado cazador. Lo mismo ocurre cuando los grupos de hombres vuelven de una expedición guerrera; la música actúa como un “telégrafo” que transmite información antes del encuentro formal entre las personas.
La música regula también la relación entre el cazador y la presa. Existe una serie de tabúes que el cazador debe acatar en relación a ciertos animales, a ciertos lugares y épocas en que le es prohibido cazar. El cazador debe relacionarse con el ” Dueño de los Animales”, un ser sobrenatural que vela por los animales, que decide cuántos animales dará a los hombres y que castiga a aquellos que cazan más de lo necesario o que dejan heridas a sus presas, haciéndolas sufrir innecesariamente.
El chamán tukano, a través de cantos sagrados hace una visita al “Dueño de los Animales”, pidiéndole permiso para cazar, usando un lenguaje metafórico referido al enamoramiento entre el cazador y la presa. Luego el cazador imita el sonido del animal, iniciando un coqueteo con su víctima, quien no lo ve pero lo escucha. El cazador debe encantarlo, enamorarlo a través del sonido y del olor para que continúe respondiendo y así poder ubicarlo con la vista y dispararle. El cazar se convierte de este modo en una relación, a través del canto, entre el chamán -representante del cazador- y el Dueño de los animales -representante del animal-.
Uno de los temas a que más hacen referencia los cronistas, en relación a la música americana, es su estrecha relación con la guerra. Entre los indígenas los instrumentos musicales era usados para crear la impresión sonora de un gran ejército, multiplicando los sonidos y creando un clima de terror y pesadilla en los enemigos
” Pues en breve se empezaron a oír confusos alaridos que, mezclados con el estruendo de los tambores y el resonar de los fotutos, llenaban de horror el aire, pues parecía que se conjuraba el mundo entero contra aquella corta escuadra de españoles” (Oviedo y Baños, ca. 1550).
Algunos instrumentos musicales eran utilizados para dar señales de ataques y retiradas, que sobresalían en medio del confuso sonido de la batalla y eran obedecidos en el acto por los soldados.
” preso Michimalongo, hizo una seña a su gente que fue tirar una flecha en alto, la cual iba silbando, las cuales traen para este efecto: cuando hace esta seña el señor o capitán es que no peleen más, y luego los indios sosegaron, que no peleaban ni daban más grito..” (Bibar, 1558 ).
Por otro lado, los instantes previos a la partida a la guerra eran momentos muy intensos emocionalmente, en que se req
uería toda la fuerza, animosidad y entrega de los guerreros. Los cantos daban la fuerza para el ataque, recordando a grandes guerreros y sus victorias anteriores e invocando la ayuda de los poderes sobrenaturales para lograr la victoria. Los mapuches gritaban tapando y destapando la boca con movimientos rápidos y repetitivos de la mano, creando extraños sonidos que, por un lado, aterrorizaban a los españoles, y por otro, ayudaban a los mapuches a entrar en el estado de euforia necesario para enfrentar una batalla.
Las victorias eran celebradas en grandes fiestas comunitarias en que los cantos y la música proclamaban las hazañas de los guerreros, la valentía de los jefes y la alegría de la victoria.
” Cada nación, según su antiguedad, se levantaba de su asiento e iba a bailar y cantar delante del Inca, conforme al uso de su tierra; llevaban consigo criados, que tocaban los atambores y otros instrumentos y respondían a los cantores; y acabado de bailar aquellos, se brindaban unos a otros, y de esta manera duraba el baile todo el día. Por este orden regocijaron la solemndidad de aquel triunfo por espacio de una lunación, y así lo hicieron en todos los triunfos pasados ” (De la Vega, ca. 1550).
La identidad de un pueblo es reflejada y reforzada a través de los cantos épicos que narran su historia. En sociedades orales en que no existía la escritura, todo el conocimiento era traspasado a través de la palabra, del sonido y del canto. De esta manera, existían cantares que narraban los hechos históricos importantes de cada pueblo, las grandes batallas, los nombres y acciones de los gobernadores, el comienzo del mundo, las leyendas, los mitos. En estos cantos se guardaba la memoria del pueblo.
Fernández de Oviedo hace explícita esta función de la música entre los Inka
” E así, con aquel mal instrumento (un tambor) o sin él, en su cantar, cual es dicha dicen sus memorias e historias pasadas, y en estos cantares relatan de la manera que murieron los caciques pasados, y cuántos y cuáles fueron e otras cosas que ellos quieren que no se olviden. Algunas veces se remudan aquellas guías o maestros de la danza, y mudando el tono y el contrapás, prosiguen en la misma historia, o dice en el mismo son u otro..” (Fernández de Oviedo, ca. 1535).
Esta manera de escribir la historia es la que ha permitido mantener las tradiciones ancestrales y su supervivencia a través del paso de los siglos hasta llegar a nosotros, que, sorprendidos y maravillados, descubrimos, además de su hondo sentido estético, los hilos sonoros de la gran trama que entreteje el universo entero.