I Ching

 

La ley de los contrarios o de la unidad de los contrarios que gobierna las cosas y los fenómenos es la ley fundamental de la naturaleza, de la sociedad, y, además, del pensamiento. «Un va y viene incesante, es la interpenetración mutua». Tal es la definición que da un antiguo clásico chino, el Hi-Tseu, del movimiento perpetuo en acción, en el juego de la vida. Movimiento y cambio, metamorfosis de los elementos, transformación de cada situación, de cada evento. Cada día, cada momento son diferentes y los chinos sabían bien que es preciso aprehender la existencia en el estado de espíritu ideal que se encuentra en un juego. Pues no se trata únicamente de dejarse llevar por el flujo y el reflujo, sino también de asir la oportunidad de la acción justa: «Una vez abierta, una vez cerrada, así es el ciclo de la evolución», dice el Hi-Tseu, comparando los aspectos positivos y negativos que se pueden presentar a una puerta abierta o cerrada.

Las palabras positivo y negativo no deben ser tomadas en el sentido moral de bien y de mal, sino en tanto que polaridades eléctricas, (+ -), polos indisociables que fundamentan la circulación de la energía. En ésto los chinos habían comprendido que si todo es mutación en las operaciones de la naturaleza, estas se basan, no obstante, en el principio dualista que se encuentra en las revoluciones del Sol y de la Luna. Es decir, el día y la noche, el calor y el frío, lo seco y lo húmedo, lo claro y lo oscuro, lo pleno y lo vacío, lo masculino y lo femenino, el yin y el yang. Pero ninguno de estos términos puede ir sin el otro, tal como las dos caras de una moneda.

«Un tiempo yin, un tiempo yang.
Un costado yang, un costado yin.
Allí está el Tao».

El Tao puede ser considerado como el Todo, pero también como el Uno. La presencia global del universo y la visión una que lo percibe. Pero también la Vía del Medio, tan cara al extremo-oriente, que engloba las contradicciones sin rechazarlas, busca equilibrar la situación y encontrar el camino y la conducta justa en todo evento, y la reacción apropiada a los diversos estímulos. Todo esto respetando el orden de las cosas, y teniendo en cuenta los ciclos del tiempo y de las fluctuaciones de la energía cósmica.

Este concepto del yin y del yang goza hoy día de una gran aceptación en occidente. En efecto, él expresa de manera simple la alternancia presente en el curso de las cosas. Por lo demás, no limita el espíritu a un dualismo estrecho, su símbolo gráfico lo prueba:

«Blanco y negro,
las energías se interpenetran,
como el día y la noche».

Yin, yang, imagen de la vida, símbolo perfecto de lo pesado y lo liviano, de lo grave y lo agudo, lo largo y lo corto, de la colina y el valle… El Eclesiastés dice: «Hay un tiempo para llorar y un tiempo para reir», y también «Hay un tiempo para abrazarse y un tiempo para separarse» o «Hay un tiempo para vivir y un tiempo para morir». Todo es así, brilla el sol, después se nubla, o viceversa. Los negocios caminan, después se atascan, se está triste, después alegre, la dicha y la desdicha van y vienen como la dificultad y la facilidad. Un texto zen dice:

«La oscuridad existe en la luz,
No veas sólo el costado luminoso.
La luz existe en la oscuridad,
No veas sólo el costado oscuro».

He aquí la filosofía del yin y el yang y el Tao. Una vía del instante presente, que viene y pasa, simplemente.

Sobre estas nociones de mutaciones rítmicas e incesantes se basa no solamente un lenguaje de sabiduría que se puede considerar como el más elaborado del mundo, sino también reglas de acción y de modulación que se puede comparar con la retroalimentación de la cibernética y con el principio del termostato en maquinarias, y que es aplicable a toda situación social, psicológica y biológica.

Se podría decir que demasiado yang, fuego, quema, demasiado yin, humedad, apaga. Pero esto no hay que considerarlo como una visión lineal y limitada, todo es una interdependencia en espiral. Porque los antiguos chinos habían comprendido que en el control de las situaciones es donde se encuentra la libertad de acción, y que es preciso saber modular las energías latentes y las actuantes, las ocultas y las manifiestas. Para crear un nuevo ser – o el amor – el hombre y la mujer deben mezclar sus esencias sexuales. Igualmente el ser humano es considerado como el producto del matrimonio del Cielo y la Tierra. La vida brota de la fusión de los contrarios y complementarios. La noción de juego es un terreno ideal para la observación de estos principios y ritmos.

Substancias, fuerzas y géneros, el yin y el yang son todo esto indistintamente, son la imagen de una totalidad moviente. Y en este movimiento, la sabiduría china supo encontrar los elementos y los números:

El Cielo vale 1, la Tierra vale 2, el hombre vale 3. Así comienza la alquimia de los números, que serán los signos de los ciclos; ellos señalan las situaciones repartidas en el espacio-tiempo. Son los emblemas que encontraremos actuando en el sistema adivinatorio más elaborado que existe, este tratado sapiencial que figura entre los seis más grandes clásicos chinos considerados como conteniendo todo el conocimiento habido en la historia de la humanidad.

Al hablar del I Ching, este extraordinario sistema adivinatorio, es necesario señalar algunas aproximaciones sorprendentes, algunas analogías que prueban que milenios antes de nuestra era, los sabios chinos habían tenido la intuición de la globalidad de nuestro modelo biológico y de su interdependencia osmótica con el universo.

De partida, sus 64 hexagramas son la base de la escritura china. Cada uno de ellos significa una idea fuerza, nominada en forma pareja por toda la China. Parece que estas 64 ideas-signos son aún anteriores a la escritura, que se remonta a más de 3.000 años. Sobre ellos se fijan las claves del lenguaje, primeros ideogramas (base de los diccionarios chinos) que se descomponen en morfogramas (imágenes simples, representaciones) dactilogramas (signos sugiriendo ideas abstractas) y agregados lógicos (signos donde la yuxtaposición crea nuevos sentidos). Ejemplo de esto último: je (sol) unido a yue (luna) significa ming (luz). Los signos que explican los oráculos dan nacimiento a signos explicando el desarrollo de la vida cotidiana. Lo que parece lógico, porque la interrogación sobre el mundo ha debido preceder a la enunciación escrita de este mundo.

Pero los descubrimientos científicos actuales arrojan luz sobre hechos bien sorprendentes: el físico Schrödinger fue uno de los primeros en mostrar que la teoría de la informática podía aplicarse a la herencia porque cada cromosoma contiene, de una cierta manera codificada, el esquema entero del desarrollo futuro del individuo y de su funcionamiento en estado natural. Cada grupo (fibra) cromosómica contiene el código entero. De allí se deduce que un sistema funcionando a la manera del codigo morse, con puntos y rayas, sería suficiente para dar cuenta de la inmensa diversidad del mundo viviente. Y los biólogos, para los cuales la herencia ha llegado a ser «informática, mensajes, códigos» no pueden negar este hecho. El premio Nobel Francisco Jacob dijo:

«El codigo genético es hoy día enteramente conocido. Cada unidad protéica corresponde a un «triplet», es decir, una combinación particular de tres de las cuatro unidades nucléicas. Como existen 64 combinaciones p

osibles, el «diccionario» genético contiene sesenta y cuatro «palabras». Tres de esos triplets aseguran la «puntuación», o sea indican, en la cadena nucléica, el comienzo y el fin de las «frases» que corresponden a las cadenas protéicas. Cada uno de los otros triplets «significa» una de las unidades protéicas. Como el número de esas unidades está limitado a veinte, cada una de ellas responde a muchos triplets, a muchos «sinónimos» en el diccionario, lo que da una cierta flexibilidad en la escritura de la herencia. Parece en fin que todos los organismos, desde la bacteria hasta el hombre, son capaces de interpretar correctamente no importa qué mensaje genético. El código genético parece universal y su clave es conocida por todo el mundo viviente».

Triplets, 64 combinaciones posibles de tres unidades nucléicas, sistema binario: ¿el I Ching habría percibido, codificado, las bases fundamentales de nuestro patrimonio genético y, por lo tanto, de nuestra acción? En todo caso, Francisco Jacob continúa:

«Regresando de China, unos misionarios jesuitas mostraron el I Ching a Leibniz. Este quedó muy sorprendido al constatar que este orden natural definía un sistema de numeración binario muy semejante al que él acababa de inventar. Puede ser que más sorprendido todavía estuvieran los biólogos del siglo XX al descubrir una extrema analogía entre el orden «natural» del I Ching y el código genético. Pues si se asimila convenientemente cada uno de los cuatro diagramas chinos a cada uno de los cuatro pares de radicales químicos que componen el A.D.N., cada hexagrama equivale a uno de los triplets genéticos. Puede ser que sea necesario estudiar el I Ching para captar las relaciones entre la herencia y el lenguaje».

¿El más viejo libro de oráculos del mundo será también el más viejo tratado de ciencia fundamental? Se puede decir en todo caso que el juego de sus 64 hexagramas es la imagen del juego de la vida.

Marcel Granet en su obra «El Pensamiento Chino» dice: «Estamos habituados a considerar el lenguaje como una simbología especialmente organizada para comunicar ideas. Los chinos no colocan el arte del lenguaje separado de otros procedimientos de señalización y de acción. Les parece que es solidario de todo un cuerpo de técnicas destinadas a situar a los individuos en el sistema de civilización que forma la Sociedad y el Universo… El lenguaje pretende actuar antes que nada. Pretende menos informar que dirigir la conducta.» Se encuentra en forma evidente este movimiento dinámico en el I Ching. Cada hexagrama está explicado por un título, después por una sentencia (el juicio) seguido de la interpretación (la imagen), todo esto rodeado de comentarios.

¿Cómo es que el I Ching nos va a dar un oráculo? Las maneras de tirar las varillas o monedas son rigurosas, no hay ningún error de cálculo. El sistema entero está en las manos del consultante. En efecto, sus gestos expresan su personalidad y su estado interior presente (físico, emotivo, cerebral). Si en este momento preciso él pasa por un Test: hace un dibujo, elije un color entre otros o selecciona un símbolo o una lámina, su acto testimoniará su ser tal como es aquí y ahora. Sucede lo mismo con la manera de tirar preconizada por el I Ching.

El uso de las varillas es infinitamente más aconsejado que el de las monedas, pues el acto de concentración es más largo en el viaje al interior de sí mismo y en la ejecución de los gestos de tiraje. De ahí se deriva una respuesta más profunda, según afirman todos los comentaristas desde hace milenios. Nosotros compartimos su punto de vista. El hecho de usar algo objetivo pero abstracto (ni las varillas ni las monedas suscitan alguna imagen) permite el surgimiento del inconsciente oculto en sí mismo. Podemos hablar aquí del fenómeno de la sincronicidad puesto en evidencia por C. G. Jung en una obra fundamental. La sincronicidad es un principio conectivo acausal, entonces paralelo (o transcendiendo) al continuo espacio-tiempo. Es el azar objetivo de que hablaba André Bretón. La intuición, la premonición, la telepatía y todos los fenómenos denominados paranormales suceden en este plano, en esta onda, se podría decir. Jung decía que la sincronicidad podía definirse así:

a) una imagen inconsciente aparece en el umbral de la consciencia sea directamente (en forma literal) o indirectamente (de manera simbólica o sugerida), ya sea por un sueño, una idea, una intuición, una premonición.

b) esta imagen-idea va a corresponder a una situación real futura.

Ejemplos: camino por la calle pensando en X de quien no tengo noticias hace ya tiempo, minutos más tarde tropiezo con X. Sueño con Z, al día siguiente encuentro una carta suya en mi casilla. Cada uno de nosotros, si presta atención a ello, experimenta centenas de veces este fenómeno de la sincronicidad bajo diversas formas. Un poder despertado por nuestras facultades conscientes está actuando allí. Se la llama coincidencia, azar, intuición… palabras que no hacen más que ocultar la relatividad absoluta del espacio-tiempo y de todo el sistema de la realidad. En efecto, místicos, filósofos, magos y hechiceros de todos los tiempos lo saben bien. Todas las cosas están en correspondencia, dependen estrechamente las unas de las otras, lo que, en un mundo compuesto de átomos en movimiento no tiene nada de sorprendente. Y Jung propone, respecto a este factor de la sincronicidad, ampliar nuestra visión limitada del universo. De acuerdo con el físico nuclear Pauli, trazó el esquema siguiente, en disposición cuaternaria:

Así son tomados en cuenta, integrados en un esquema único, el sistema de la creación y de su funcionamiento, su objetividad, su realidad. Se sabe hoy día que el «vacío» es el último componente de la materia, verdad que el Buda había descubierto mucho antes que nuestros sabios modernos, al enunciar en el Sutra de la Gran Sabiduría: «El vacío engendra los fenómenos, los fenómenos engendran el vacío».

Pero el interrogante permanece: ¿qué es aquello llamado vacío? La respuesta dada por Lao-Tse no resuelve nada, pero aclara la interdependencia universal: «El vaso está hecho de arcilla, pero es de su vacío interno que depende su uso».

Todas las artes adivinatorias juegan con el principio de sincronicidad. En el acto adivinatorio, esta concentración desemboca, como en el caso del I Ching, sobre una abstracción calculada que vacía el contenido de la psiquis (consciente e inconsciente) en el gesto de tirar las varillas o las monedas. El consultante se entrega al juego que interpretará su situación presente y le aconsejará sobre su futuro, siguiendo su código y sus reglas milenarias. Jung, que se fascinó con los resultados del I Ching, escribía. «El I Ching, que podemos considerar como una base experimental de la filosofía china clásica, es uno de los métodos más antiguos para conocer una situación en su totalidad y reconsiderarla frente a una ley cósmica: la del juego permanente entre el yin y el yang». Juego eterno entre los dos términos de la dualidad que fundamenta y marca el ritmo de la marcha de nuestro universo.

El I Ching es un tratado taoísta que recomienda el noble camino medio y la ley del eterno retorno, tan bien puesta en evidencia por Mircea Eliade.

Este rápido resumen da cuenta sólo superficialmente de las riquezas de este tratado adivinatorio y de sus múltiples interpretaciones. Cuando se consulta el I Ching, ocurre ese momento sagrado en todo juego en que la creatura pasa a ser creador. Digamos que este acto adivinatorio es un espejo: el sujeto proyecta allí sus angustias, fantasmas, esperanzas y potencialidades diversas. El espejo le devolverá su imagen. Esto es finalmente verdadero para toda acción ejecutada en plena
conciencia del aquí y del ahora. El I Ching conduce, más que toda otra mancia, a develar este momento eterno del instante presente, donde el Todo se encuentra contenido: las imágenes-experiencias del pasado y los gérmenes del futuro y, sobre todo, uno mismo, frente al universo que contemplamos y que nos contempla. Percepción percibida …

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