Los shuar tienen diferentes términos para referirse a las emociones y sentimientos que llenan su panorama, pero carecen de palabra alguna para decir “emoción” ni “emocional” en sentido abstracto, lejano a la propia experiencia vital concreta.
- En ellos se observa un gran control emocional, dedicando importantes esfuerzos a este objetivo durante el proceso de enculturación. Se puede decir, incluso, que tienen un excelente control en el descontrol de sus expresiones emocionales extremadas. Así por ejemplo, cuando alguien muere las mujeres del clan familiar lloran ruidosamente la pérdida, pero a la vez que gritan fuerte y derraman lágrimas desconsoladas se espera de ellas que relaten, con voz clara, las virtudes del muerto, su vida, su genealogía y demás. Esto supone una elevada educación emocional – ni bloqueo ni desvarío- que permite exteriorizar y comunicar la tristeza de una manera a la vez altamente codificada y emocionalmente intensa. Es un mecanismo de elaboración del duelo que en nuestras sociedades ha desaparecido (dicho sea de paso, generando continuos trastornos psicológicos por carecer de camino de exteriorización y elaboración de tal tristeza). A los hombres shuar no se les permite llorar tanto como a las mujeres y deben educarse en la contención del duelo, no en el bloqueo ni en ignorarlo sino en la contención. Se espera de ellos que no sean tan expresivos de la tristeza, pero que lo sean más respecto de otras emociones como la ira.
- Respecto de la rabia se observa una expresión emocional masculina que pudiera parecer muy alocada, pero que en realidad está también muy codificada. Cuando un hombre se siente enojado dicen que “está cogido por la ira”. Entonces, el sujeto se queda quieto y va pronunciando una sola sílaba en volumen quedo (¡am, am, am…!). La emite en tono grave, largo y suave pero claramente audible. Es una manera de decir: “no te acerques, estoy muy rabioso, estoy enfadado y soy peligroso”. Los hombres se enojan y son conscientes de su estado, pero pueden retener la expresión explosiva de su emoción todo lo que requiera la situación social. En ello hay también una elevada educación emocional. En su ¡am, am..!, tranquilo aviso de que “¡cuidado, estoy muy enojado!”, hay un gran dosis de templanza. En sentido contrario, los shuar estimulan voluntariamente la rabia cuando es necesario disponer de un buen caudal de esta emoción. Cuando un hombre shuar debe ir a pelearse o a discutir con alguien, para lo cual necesita estar “bien cogido por la rabia”, come abundante ají para que esta tremenda variedad de pimiento picantísimo le queme la boca y le aumente la rabia. Todos los hombres shuar acuden a tal estímulo hortícola para acrecentar su emoción de ira. Es como drogarse con adrenalina para, una vez estimulado, dirigir este impulso emocional hacia algún fin prefijado.
- Otra emoción muy importante es la risa, máxima expresión de alegría. Entre los shuar se sonríe menos que, por ejemplo, entre los occidentales, pero se ríe mucho más. Es probable que se sonría menos porque hay un contacto cotidiano permanente: viven en comunidades y agrupaciones familiares cuyos miembros pasan el día conjuntamente. En este sentido, la sonrisa tiene la función-señal de recibir amigablemente al otro dentro de tu propio espacio – o de pedir que otro te reciba amistosamente- , pero esto deviene innecesario cuando un grupo de personas pasan la mayor parte del tiempo diario juntas. La sonrisa es expresión de un sentimiento no de una emoción. Pero la risa plena, a carcajadas abiertas, es otra realidad. La risa es expresión de una emoción básica. Antes, más que ahora, los shuar reían mucho y más los hombres que las mujeres. Es una risa alegre, primaria, escandalosa y descarnada. Les saltan las lágrimas y se golpean las piernas al reír para ayudarse a expresar con mayor énfasis tal estado emocional. ¿Tal vez la pérdida de la risa sea un signo de civilización? En Europa, lamentablemente, se ríe poco; es muy extraño ver a alguien reír hasta provocarse el lagrimeo y, menos aun, se ve a las personas reír golpeándose las piernas; esto era antes de formalizar la sociedad hasta el nivel de control y desconexión emocional (y neurótica) actual. Hasta tal punto ha desaparecido la expresión de esta emoción básica que en España hay cursillos de risoterapia, de un fin de semana de duración, para aprender a reír y para reír. La expresión plena de la alegría es un buen recurso terapéutico para descargar tensiones y para aliviar la entropía propia de las relaciones sociales. El altruismo primero y la risa en segundo lugar son los mecanismos de defensa más adultos, los más elaborados y en psicología se considera que también son los más sanos (no quiero ahora hacer más inferencias sobre el narcisismo egoísta y la pérdida de la risa abierta en la vida cotidiana de nuestras sociedades postindustrializadas, pero resulta obvio para cualquier persona que quiera pensar sobre ello).
- En general, los shuar disfrutan de una expresividad emocional muy firme y controlada por el propio sujeto. Se diría que ríen alegres o amenazan rabiosos cuando quieren reír o amenazar, pero que nunca se les escapa una manifestación indeseada. El interlocutor jamás debe saber lo que piensa el propio sujeto y menos aun lo que siente. La expresión de sus emociones permanece subyugada a su sentido del deber y de la supervivencia que, a su vez, regula las relaciones sociales de este pueblo guerrero en extremo. Así por ejemplo, cuando los hombres van a cazar deben estar atentos durante horas al menor movimiento de la presa y no se pueden permitir que una u otra emoción los arrastre fuera de este entregado estado de atención. Si la presa escapa, la familia puede pasar hambre sin saber cuándo habrá más cacería. Esta necesidad permanente implica una contención rígida de sus emociones pero los shuar saben, con detalle y en todo momento, cuál es su estado emocional. A diferencia de ellos, muchos occidentales de hoy siguen algún proceso psicoterapéutico para saber, simplemente, qué sucede dentro suyo; necesitan aprenden a reconocer su mundo subjetivo verdadero (la sonrisa es una señal de bienvenida pero no implica que el sujeto esté realmente alegre). En este sentido, pues, la expresión emocional de los shuar es objeto de una importante y refinada educación – que no es lo mismo que una desconexión emocional- consistente en no mostrar nunca sus emociones si no quieren hacerlo, y cuando expresan sus emociones lo hacen bajo una estricta inspección del descontrol. La expresión emocional crea la red de relaciones y debe estar bajo mano todo el tiempo. Los hombres mayores hablan mirando al s
uelo, a un metro de distancia, y con una mano tapando ligeramente la boca para esconder al máximo sus gestos inconscientes y su expresión emocional. Cuando quieren, pueden permanecer como impenetrables y silenciosas estatuas de piedra durante mucho tiempo, incluso soportando dolor, pero cuando desean soltar sus emociones las viven con una intensidad de expresión desconocida para la mayoría de occidentales.
- Una parte muy importante y un potente recurso para su entrenamiento emocional proviene del consumo de ayahuasca y de otros enteógenos que, en este caso, cabe entenderlos como amplificadores y desveladores emocionales. Los shuar consumen la mixtura visionaria de la ayahuasca, diversas variedades de brugmansia y tabaco, todos ellos potentes alucinógenos. Ingieren estos enteógenos en ocasiones rituales para auscultar su mundo interior, para tomar decisiones y para hacerse adultos (“atrapar el espíritu del arútam“, para los jóvenes shuar, viene a significar “atrapar la visión transformadora producida por el enteógeno, que me hará adulto”). El consumo de enteógenos juega un papel capital en su desarrollo del control emocional. Los psicotropos desempeñen un papel básico como mecanismos adaptógenos inespecíficos, tanto entre los shuar como entre todos los pueblos que contemplan su uso tradicional o que lo han adquirido de forma reciente, como es el caso de nuestras sociedades occidentales[8] .
- Cabe mencionar también como parte de la estrategia educativa emocional la contención que se obliga a tener a los niños. En la vida tradicional shuar es frecuente que el padre obligue a sus hijos púberes a salir a caminar por la selva durante las noches de más tormenta “para que el sufrimiento aumente el poder del hijo”. También es frecuente que la idea de contención – no de frustración de los deseos- llene todo el panorama educativo hasta los mínimos detalles: se prefiere el estreñimiento de las heces a la evacuación holgada; se castiga como las pena más grave el quitar comida a otro niño (la comida se reparte de forma jerárquica: el padre come de una gran fuente, cuando está satisfecho pasa la comida a la madre, ésta come y pasa el recipiente a los hijos mayores y así va pasando la comida hasta los niños menores, pero todo el mundo debe ser consciente de la cantidad de comida que debe dejar en la fuente a la vista de los que le siguen en la jerarquía, aunque se tenga más hambre). A veces, en plena noche, a las dos o las tres de la madrugada, el padre obliga a levantarse todos los niños y niñas de la casa – sean familiares o invitados- para contarles hechos educativos propios de su sistema de valores. En especial cuando han llegado noticias de algún hecho importante sucedido por los alrededores, el padre despierta a los niños para educarlos moral, emocional y socialmente sobre ello: “esto está bien, esto otro no, si sucede este hecho hay que comportarse de esta forma, no es bueno sentir esto o aquello…”. Durante la madrugada, el padre alecciona sobre los modelos adecuados e inadecuados de conducta y los niños deben mantenerse firmes asimilando la charla (esto me hace pensar en el método de aprendizaje descubierto y formalizado por G. Lozanov: ciertos estados modificados de la mente de profunda relajación y en estado de somnolencia consciente, permiten aprender y memorizar mucho más material que en estado de vigilia cotidiano, por ejemplo hasta quinientas nuevas palabras en un estudiante de idiomas; OSTRANDER y SCHROEDER, 1992).
- El consumo consensuado y ritualizado de enteógenos, tan habitual en las sociedades no occidentales, supone una experiencia emocional de primer orden compartida por todos los individuos que participan en ello. De ahí que la expresión de tales profundísimas emociones compartidas sea casi innecesaria: en todo caso, los mitos se encargan de esta difusión y los ritos permiten actualizarlas. Los enteógenos, substancias sagradas en la mayoría de las culturas tradicionales, son amplificadores emocionales, pero no de su expresión y esta es una de las diferencias básicas con los robots humanoides: en ellos se busca que haya expresión, no una vida emocional subjetiva. En este sentido, hay que admitir que la vivencia emocional profunda es, en su mayor parte, una realidad relacionada con EMC. En este sentido, hoy son el cine y la televisión los mayores vehiculadores de formas de expresión emocional; a través de estos medios de comunicación de masas se difunden nuevos sentimientos y nuevas formas expresivas. Y el cine induce un ligero, pero claro, EMC. El espectador – en especial si es “una buena película”- deja de vivir su contexto físico y psicológico inmediatos para vivir una realidad alternativa que hace suya pero que no es más que un juego de luces vacías proyectadas sobre una pantalla de cristal, de cuarzo líquido o de tela sobre una pared. El televidente o el espectador de cine suda, se enoja, se deprime en extremo, ríe, le sube la presión sanguínea, el corazón se desboca, descubre nuevos sentimientos… según el contenido emocional que la película le está estimulando y socializando. Insisto, el cine y la televisión hoy son nuestros principales transmisores de valores y de pautas de comportamiento emocional. Algo similar sucedió con los shuar: antes de su contacto habitual con los colonos, no sabían golpear con las manos ni dar puñetazos. Cuando dos hombres se querían agredir, su expresión de la rabia extrema consistía en cogerse mutuamente de la cintura y zarandearse hasta arrojarse al suelo. Los padres shuar tampoco golpeaban a los niños para castigarlos, no sabían hacerlo, la penalización más dura consistía en fregarles con una variedad de muy irritante de ortigas. Así, los golpes tan frecuentes hoy como expresión de rabia y de enojo, han sido aprendidos por ellos en los últimos cuarenta años.